Tocando las puertas de América Latina SEXTA PARTE La diplomacia argelina y una “república" con fecha de caducidad marcada Por Hassan Achahbar


En América Latina, se ha estrenado el episodio final de la novela de ficción llamada “república saharaui”. Esta imitación, producto de falsificación histórica, comercializada en el subcontinente como el “único país árabe de habla hispana” tiene fecha de caducidad marcada.
Argelia se había tragado sapos poco digestivos, pagados a precio de oro. Ahora tiene la respiración cortada. Su voz suena cada vez más baja en las capitales de la región. El enfermizo activismo de su diplomacia sufre de migraña como consecuencia de un agotamiento crónico y de sucesivos reveses y fracasos.
El desengaño llegó como estaba esperado con resultados a la vista de todos. La negativa de las cancillerías  latinoamericanas a avalar el incongruente discurso separatista acabó con las ilusiones de Argel por lo que no entra en ninguna perspectiva una posible mejoría a futro.
Además, sin el acompañamiento del chavismo en América Latina y sin salidas posibles, Argelia dejó, simplemente, de actuar. Consecuentemente, su “república saharaui”, ya con signos vitales descontrolados, ingresó en la Unidad de Terapia Intensiva. La “Rasd” está en coma en la región, lo mismo que sus órganos “solidaridad”, mantenido con vida a fuerza de sobornos.
La cuenta regresiva empezó hace siete años cuando, a principios de 2010, la diplomacia argelina embistió contra varias plazas de Sudamérica, usando como es habitual al servil Frente Polisario. Irrumpió simultáneamente y con inusitada agresividad y dureza en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú, donde envió a los “embajadores en misión” de la “Rasd”.
Nada mal como maniobra. La jugada acabó, sin embargo, en auténtica decepción. El primer síntoma apareció en 2012 con la separación de sus funciones de “ministro” para América Latina al hoy disidente, Hach Ahmed, el hombre de las caravanas de otoño-primavera.
Crítico de la dirección del Polisario, el hermano de Boukhari Ahmed, eterno ante la ONU, fue remplazado por el violente Yeslem Beissat, un “exembajador” en Argel y actual jefe de “Wilaya” en Tinduf. Anti-diplomático, Biessat duró pocos meses en el cargo. El puesto fue recuperado por el mismo Hach Ahmed. Pero la suerte estaba echada.
En el día de hoy, ningún país latinoamericano serio da bola a los pedidos de Argel. El ejemplo de Chile es solo uno. Al país transandino se le tomaba por prisa fácil y, entre 2006 y 2010, fue investido con brutal fuerza. Ya tendremos la oportunidad de volver sobre este caso emblemático.
¿Por qué fracasó la diplomacia argelina en el intento? Muchas son las causas. Primero, para amueblar a las cinco “embajadas en misión”, Argelia echó mano de la reserva española de ciudadanos de origen saharaui, a pesar de la ineptitud y la increíble incompetencia de los escogidos.
Argel no tenía alternativa porque con su pasaporte le resultaba difícil conseguir la requerida visa para los “embajadores en misión”. Además, el uso de la identidad argelino evidenciaría la inconfesable intromisión en el nuevo operativo y delataría la vieja implicación directa de Argel en el conflicto.
Entre los cinco “diplomáticos” elegidos ninguno estaba preparado para la “misión”. El único potable, Hamdi Bouiha, un “exembajador” en países de África y América Latina, designado en Brasilia, jamás se entusiasmó por el destino y se plantó en Argel hasta que se le nombró “ministro” delegado para África.
La lista de los “embajadores” se completó con un autista del que nadie se acuerda tras su paso sin pena ni gloria por Bogotá, de un Santón (un “Sidi”) expresamente enviado a Lima para producir milagros y de un energúmeno sacado a la fuerza de Barcelona y exiliado en Santiago de Chile por imposición de su pareja española.
La plaza de Buenos Aires le tocó a un pobre infeliz y doblemente despechado. Éste, no obstante, rompió el record de permanencia, seguramente por carecer de apoyos tribales en Argel y en Tinduf. Su inestabilidad mental y emocional fue acentuada por el desprecio por parte del Hamel (literalmente el que descuida), embajador y hermano del jefe de la policía nacional argelina.
En el primer trimestre de 2011, la diplomacia argelina sufrió un gran embate que dejó grandes grietas en su estrategia latinoamericana. Primero tuvo que lamentar la pérdida de la batalla de Santiago y luego la de Lima. Se suponía que en ambas plazas la partida estaba ganada de antemano y por goleada.
En el Perú, sobre todo, Argelia había sonreído tras la victoria electoral del nacionalista Ollanta Humala en el balotaje presidencial. Era natural y lógico. El reconocimiento de la “Rasd” figuraba entre las cuatro promesas en materia de política internacional del programa electoral de “Gana Perú”, la coalición humalista.
Vale destacar en este sentido que el gobierno del presidente Humala cumplió tres de estas cuatro promesas (reconocimiento del Estado de Palestina y apoyo a Cuba contra el embargo comercial estadunidense y a Argentina en su reivindicación de su soberanía sobre el Archipiélago de las Malvinas). Para la cuarta, tuvo que reflexionar. Consultó a los países vecinos cuya respuesta unánime ha sido: “no procede”.
El otro elemento que jugó en contra de Argelia en Perú fueron los malos consejos de un amigo del Polisario. La embajada argelina en Lima se había confiado demasiado a su “análisis” de la situación peruana. Por deporte y oficio o por animadversión, el personaje se recreaba insultando y agraviando a Marruecos. Realmente indigno de un intelectual. Y es por eso que no acierta ni una.
Volvió a equivocarse de partido con ocasión de las elecciones generales peruanas de 2016. Y nuevamente, le hizo perder a Argelia una posible oportunidad al atacar a quien resultaría ganador de los comicios. Es por eso que a Argelia no le ha ido nada bien en el Perú.
Es por eso también, que el “embajador en misión” en Lima, Salem “Sidi” Zein, enviado para producir el ansiado milagro del reconocimiento, se desdibujó lentamente del mapa peruano y desapareció de la circulación hasta el momento en que recibió en recompensa por su “encomiable trabajo” la llave de la “embajada saharaui” en Ecuador.
Marruecos en cambio, contó con el generoso respaldo de sus amigos en el Congreso, de miembros de la administración Humala y de expresidentes de la República. Contó asimismo con la simpatía de intelectuales y universitarios, de líderes de partidos y de representantes de las tres religiones. Recibió además, el afectivo respaldo de miembros del colectivo árabe que jugaron un papel de primerísima durante la campaña electoral y en el primer gobierno humalista.
Obviamente, de este colectivo árabe, el amigo peruano del Polisario se desentendió por completo.
Veremos luego lo que sucedió en Chile.


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