Las
recientes elecciones parlamentarias turcas han dado un vuelco a ciertos
aspectos clave en el panorama político del país euroasiático. Parece que no
todo seguirá igual.
Turquía no tendrá un sultanato. Una caricatura muestra al
actual presidente turco, Recep Tayip Erdogan, bebiendo de una botella. A
primera vista la imagen es sorprendente, puesto que Erdogan y sus creencias
islamistas son de sobra conocidas. Pero la etiqueta, en la que debería decir
“raki”, el licor nacional de Turquía con más de un 40% de alcohol, reza
“poder”.
Es decir, Erdogan habría sucumbido a la adicción
que hace peligrar la figura política de tantos estadistas. Y lo cierto es que
después de conseguir ser avalado como primer presidente de Turquía elegido en
votación directa en 2014, Erdogan apostó todavía más fuerte. Deseaba hacerse
con más y más poder y para eso pidió repetidas veces en la campaña electoral
400 escaños para el partido de la
Justicia y Desarrollo (AKP). Si lograba 367 diputados el AKP
podría haber cambiado la
Carta Magna a su antojo y en solitario y transformar la
república en un sistema presidencialista que concediera a Erdogan más poderes.
Ahora bien, ojo al dato: no se trataba en teoría
de su partido puesto que como
jefe de Estado debía mostrarse imparcial y respetar de forma pública la
distancia hacia todas las formaciones políticas. Y empero Erdogan se obcecó en
realizar mítines políticos descaradamente parciales, algo que no gustó a gran
parte del electorado. E incluso en el mismo AKP cada vez son mayores las
críticas hacia el hecho de que el Presidente turco se mantenga como la fuerza
dominante en el partido que ayudó a fundar en 2001.
El día de la verdad electoral el AKP perdió 2,6
millones de votos a pesar de haber contado con todo el apoyo de los medios
estatales, gran e injusta (hacia los otros partidos) inversión de fondos
públicos y un ejército de voluntarios. No solo eso: el resultado estuvo muy por
debajo de lo esperado: 258 diputados y la pérdida de la mayoría absoluta. A 18
escaños de distancia se mostraba el AKP el día después para hacerse con su
deseado voto de confianza.
De este modo, una mayoría del electorado ha
querido decir “basta” a la adicción por el poder de Erdogan. Hoy en día, el
jefe de Estado está más lejos que nunca de convertirse, como deseaba, en un superpresidente con el mínimo de
control posible.
El espíritu de Gezi está para quedarse. Después de las protestas
antigubernamentales de 2013, la mayor crisis que ha vivido el Gobierno de
raíces islamistas desde que llegó al poder en 2002, llegaron las elecciones
presidenciales de 2014. Recep T. Erdogan culminó su sueño de una década y se
convirtió en jefe de Estado a la primera y por mayoría absoluta (52,2%). Todo
parecía indicar entonces que finalmente éste y su movimiento social-conservador
y de raíces islamistas había logrado vencer sobre el espíritu que había
convertido una protesta ecológica espontánea en un terremoto social que llegó a
tener presencia en 80 de las 81 provincias turcas: el “movimiento Gezi”.
Dos semanas de manifestaciones y disturbios
dirigidos especialmente contra Erdogan y su Gobierno habían causado una gran
conmoción social en Turquía, no tanto por la violencia sino sobre todo porque
varios segmentos de la población -alevís, musulmanes anticapitalistas, homosexuales
politizados, kemalistas, kurdos, feministas e incluso nacionalistas- se aliaron
por vez primera contra la deriva autoritaria de Ankara.
La reacción del AKP y su entorno a Gezi fue
nítida: un contragolpe que deseaba dar alas al conservadurismo islámico a la
par que otorgaba un cheque en blanco a las fuerzas estatales para reprimir el
levantamiento. Llegó un discurso en contra de “izquierdistas, ateos y
terroristas” que parecía haber hecho mella en la campaña electoral de las
presidenciales por lo que en agosto de 2014 poco parecía quedar de aquel sueño
de verano del año anterior.
Y, sin embargo, el triunfo sin precedentes de una
formación política prokurda, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), este
año certifica que el espíritu de Gezi sigue vigente y que en Turquía el
Gobierno de turno pagará un alto precio por la falta de libertades. Puesto que
el HDP fundamentó su campaña electoral para los comicios del 7 de junio no solo
con la necesidad de frenar los sueños presidencialistas de Erdogan, sino
también con un discurso integrador que hacía hincapié en el respeto hacia la
pluralidad de identidades en la sociedad turca; un claro legado del espíritu
Gezi. Y así es como el HDP superó ampliamente la injusta (e impuesta por los
generales golpistas) barrera parlamentaria del 10% (13,11%, 80 diputados) y se
convirtió en el primer partido de raíces kurdas que ha entrado en el Parlamento
turco.
Los prokurdos como un partido parlamentario. Al
menos 70 ataques violentos contra su partido contabilizó y denunció Selahattin
Demirtas, el colíder del HDP, en los días previos a quebrar la barrera del 10%.
También aseguró que todos tenían una misma conexión con un centro político; una
clara alusión a un supuesto trabajo sucio comisionado por parte del AKP. El establishment de raíces islamistas
habría hecho así todo lo posible para poner un palo en la rueda de las
aspiraciones prokurdas.
Pero de ser cierto el cálculo habría sido fallido
puesto que las elecciones del 2015 han visto por vez primera desde finales de los
70 a la
izquierda laica -representada por la suma de votos del principal partido de la
oposición, el socialdemócrata Republicano del Pueblo (CHP) (24,96%, 132
diputados) y el HDP- sumar más de 200 escaños (212).
Una de las claves de este singular triunfo es una
metedura de pata por parte de Erdogan. Cuando en octubre de 2014 el bastión
kurdo de Kobane, en el norte de Siria, estaba a punto de sucumbir al acoso del
Estado Islámico, el jefe de Estado aseguró que “Kobane está a punto de caer”
restando importancia al hecho, algo que encendió la ira en gran parte de la
población kurda. Asimismo, su uso electoral de un Corán escrito en lengua kurda
hizo otro tanto para recibir el rechazo por parte de muchos kurdos con conciencia
laica. Así no es de extrañar que según sondeos postelectorales el mayor
trasvase de votos de los 2,6 millones perdidos por el AKP partiera hacia el
HDP. Especialmente en el sureste del país, de amplia mayoría kurda, la sangría
electoral fue evidente llegando el partido gubernamental a perder más del 15%
de los votos en 12 provincias.
Pero el crecimiento del HDP va más allá de los
errores del AKP; está íntimamente ligado a un movimiento político
kurdo con al menos cuarenta años de historia. Con la creación de un
partido prokurdo pero sobre todo laico y de izquierdas ha conseguido hacer
perder la desconfianza a gran parte del electorado que sobre todo después de
las protestas de Gezi (2013) y la victoria kurda en Kobane (2014) comienza a
verlo con buenos ojos.
Un Kurdistán unido o el quebradero de cabeza no termina para Ankara. Siria ha tenido una gran importancia en el último
resultado electoral turco. No solamente por los dos millones de refugiados
procedentes de este país en suelo turco que Ankara ha aceptado con un elevado
coste económico.
El AKP ha intentado todo lo que ha podido para
sabotear el sueño de un Kurdistán unido que todavía tiene mucha vigencia para
muchos kurdos en Turquía. El reciente cierre (y la posterior reapertura) del
paso fronterizo de Akcakale refleja la impotencia de Ankara para manejar una
situación geopolítica de difícil solución. Si las milicias prokurdas consiguen
hacerse con el control del enclave de Tel Abyad, ahora ocupado por el Estado
Islámico, estarían más cerca de conseguir reforzar una autonomía kurda en el
país vecino.
Ya la lucha titánica entablada el año pasado
durante meses por guerrilleros sobre todo kurdos en Kobane para expulsar a las
milicias del EI ofreció un marco incomparable de propaganda para la lucha armada
del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Su líder, el desde 1999
encarcelado Abdulá Öcalan, ha dado la bienvenida al triunfo del HDP en las
generales de junio del presente año. Sin embargo, a pesar de que este partido
ha abogado siempre por una respuesta de no violencia siempre que se ha sentido
agredido en la campaña electoral, el proceso de paz entablado hace varios años
por el PKK y el AKP ofrece ahora mismo un final incierto.
El HDP es visto por gran parte de la opinión
pública en Turquía como el brazo político del PKK por mucho que en sus mítines
la bandera turca haya aparecido en harmonía con la tricolor kurda, una
importante novedad para el movimiento nacional prokurdo.
Así las cosas, lo único que parece fuera de dudas
es que el contencioso kurdo seguirá siendo un quebradero de cabeza para el AKP,
ya forme una futura coalición o no.
La normalización de (la posibilidad de un) Gobierno conjunto. En la campaña electoral del AKP de las recientes
elecciones parlamentarias uno de los mensajes más diáfanos ha sido la condena a
todo posibilidad de aliarse con otro partido en el Gobierno. Después de 13 años
de mayoría absoluta la formación política que ha vuelto a ser la más votada
(40,8% ) (en 2011logró un 49,9%) hizo hincapié que toda coalición llevaría sin
lugar a dudas al caos en el país euroasiático. El AKP tendría una misión
avalada por la mayoría en las urnas y el trabajo conjunto con otro partido solo
supondría obstáculos para culminarla, puesto que inmediatamente, de darse la
coalición, el principal partido en el Gobierno tendría que estar dispuesto a
sacrificar (gran) parte de su programa electoral. Este mensaje ha hecho tanta
mella en el electorado del AKP y sus medios afines que incluso el día después
de los comicios varios diarios progubernamentales no dudaban en llamar a las
elecciones anticipadas en aras de no sucumbir frente a los resultados
electorales. El discurso tiene pocas variantes: solo un gobierno de mayoría
absoluta encarnado por el AKP puede garantizar la estabilidad en el país como
lo ha hecho en los últimos 13 años.
Tan afianzada estaba esta narrativa que el AKP
tardó en reaccionar al perder la mayoría absoluta y Erdogan se quedó incluso
mudo. Después de más de tres días sin comparecer frente a los medios turcos
-una eternidad para él- el jefe de Estado hacía una llamada en aras de una
posible futura coalición.”Turquía no se va a quedar sin Gobierno. (….) Deseo
que los partidos parlamentarios se decidan, no por el caos, sino por
soluciones”, declaró en su primera intervención pública tras los comicios.
Luego han tenido lugar varias reuniones de
representantes de diversos partidos para negociar una posible coalición. Será
difícil que lleguen a algún resultado concreto -demasiado trecho separa a las
diferentes opciones ideológicas-, pero sin duda la posibilidad de una coalición
ya no es sinónimo de caos en el lenguaje político turco.
Comentarios
Publicar un comentario