Agonizaba la presencia colonial española en el norte de Marruecos. La arrogancia y la obstinación de los que nunca se habían imaginado otro “destino” en las “posiciones españolas en África” ante la voluntad del curso de la historia y la de los marroquíes de estrenar época y, de ser posible, era.
Como
todos los marroquíes Hach Ahmed ben Ali había visto al sultán Mohamed V en la
luna y ahora se convertía en testigo popular y acusador de una nefasta actitud
cultural española en el norte de Marruecos.
Desde
Madrid se daba la impresión de que llegaban instrucciones de marchitar todo lo
que “olía” a español.
-
Desbandada ¿Por qué?
-
Por aquí nadie lo en
tiende. Los de arriba deciden y nosotros obedecemos.
Casi 40 años después, su hijo
Ali Ben Ahmed comprobó que era inexacto.
En efecto…
En el inmenso y ricamente
decorado salón de la segunda planta del Palacio Real de Ifrán, todo estaba
clínicamente en su lugar. Exactamente en lo que debía estar… con exquisito y
real gusto.
Con diferente grado de exageración o de
vasallaje, los funcionarios de la Casa Real,
Protocolo y Chancillería mostraban un ahínco sacerdotal para saciar esta
obsesión del difunto rey Hassan II por la minuciosidad y la ordenación del
espacio.
Todo el mundo en la Corte sabía que Hassan II
era alérgico a la vulgaridad y a la mediocridad en todo.
El paisaje estaba en orden, no así el
nutrido paisanaje. Ministros, consejeros reales, altos cargos civiles y
militares y autoridades locales y prefectorales consumaban sus últimos y a
menudo, insípidos comentarios, preparándose a saludar a Su Majestad.
Sentían la llega del Soberano. Eran las
12H23.
Palacio Real hacia fuera, Ifrán flirteaba
con un, relativamente, tibio sol invernal.
Desde una de las ventanas de la planta baja
se veían los copos blancos de la sierra de Imouzzar con sus habituales, todos
ellos, de capas sociales acomodadizas y acomodadas.
Un poco mas cerca, muchos curiosos, menos
favorecidos, hacían los mil pasos con la, de antemano, frustrada esperanza de
vislumbrar a «Sidna»[1]
Con los primeros indicios de la aparición de
Su Majestad y la agonía de las conversaciones bilaterales o multilaterales que
se iban apagando, convirtiéndose en un incomprensible murmureo presentaba la
imagen de uno de los cuadros del genial pintor maño Francisco Goya...
La
Corte y sus misterios… « El hombre – solía recordar el
difunto SM. Hassan II- es el estilo» y su estilo, para los que le conocían, era
intrínsicamente inconfundible.
De repente… Una voz, procedente de uno de
los pasillos del majestuoso palacio, anuncia la llega de SM El rey. De manera
mecánica, al unísono, todo el mundo se puso en pie en una posición inmóvil...
Con pasos lentos, pero firmes y la mirada
perdida o prestada en/al horizonte apareció el difunto Rey. Solemne, como
siempre: traje gris, corbata negra con juego con un pañuelo de bolsillita,
zapatos italianos color marrón impecablemente brillantes.
Con su pequeño rosario entre los dedos,
sonriendo a cuenta-gotas a sus súbditos, Hassan II convergió con maestría sus
ojos hacia donde estábamos Luís Maria Ansón quien iba a entrevistar al rey,
Mostafa Yeznassni, dirigente de la
RNI, Mostafa Alami, cuadro del Ministerio del Interior,
posteriormente Gobernador de la provincia de Skhirat-Temara y más tarde Gobernador-Director
de la Fundación
Hassan II de los agentes de autoridad y servidor en mi
calidad de traductor simultaneo de Hassan II y un poco mas lejos el entonces
Ministro del Interior, el malogrado Dris Basri y preguntó con un respeto
proverbial, sin curiosidad alguna como si todo estuviera minuciosamente
preparado de antemano:
-
¿Quiénes son estos
señores? Preguntó sin dejar de sonreír.
-
Majestad, gritó en posición de firmes el
entonces Ministro de Interior y de Información, Dris Basri, anticipándose a
todo el mundo.
-
He preguntado ¿Quiénes
son estos señores?
-
Es el Señor Luís Maria
Ansón, director del diario español ABC, que Dios conceda larga vida a Su
Majestad.
De pronto cambian el humor y la envergadura
de la sonrisa del difunto rey:
-
¡Ah si! Efectivamente.
El señor Ansón, dijo en voz baja pero visiblemente encantado, como si acabara
de encontrar a uno de los miembros de su familia.
Hassan II cambio de trayectoria y de
recorrido y se dirigió al ex director de ABC.
-
«Bonjour, monsieur
Ansón, le saludo con un perfecto acento francés, haciendo gala de, según
propios y extraños, de un perfecto dominio de la lengua de Moliér.
-
Buenos días Majestad,
respondió en su calidad de buen conocedor del protocolo real, con una brusca
pero ligera inclinación de cabeza, Luís Maria Ansón.
-
Lo siento, le corto,
Hassan II. Creía que hablaba Usted francés.
-
En efecto, hablo pero
no tanto como Vuestra Majestad.
-
¿Comprende, por lo menos?
-
Perfectamente, Majestad.
Sin anuncio previo, Hassan II cambia de
discusión:
-
Tengo entendido que es
usted un gran amigo íntimo de mi hermano Juan Carlos., dejó deslizarse el rey,
en una mezcla de elogio y consideración hacia su huésped en medio de una
sonrisa enigmáticamente cómplice.
-
No. No Majestad, corto
Ansón entre protesta y rectificación, provocando un imprevisible freno a la
afable sonrisa real.
-
¿Qué ha dicho, Usted?
Preguntó visiblemente perplejo e irritado.
-
Majestad. No soy amigo
íntimo de Su Majestad el Rey. Soy, como todos los españoles, su fiel súbdito.
Hassan II no necesitaba más
puntualizaciones. Como el resto de lo que asistieron a esta fehaciente lección
de la indefectible adhesión a la monarquía. Era la mejor de las respuestas
negativas que se pueden dar a preguntas de un monarca.
Al término de la entrevista, en el curso
del almuerzo que Hassan II ofreció en honor de su ilustre huésped en la casa
del entonces gobernador de Ifrán, el malogrado Nadir, Luís Maria Ansón nos
«confesó» que « Aquél hombre quiere mucho a España y tiene imán».
Comentarios
Publicar un comentario