« ein ende mit schrecken ist besser als ein schrecken ohne
ende »
(Más
vale un fin sin angustia que una angustia sin fin)
(Proverbio alemán)
IV
La historia había sido mil veces contada.
Sin embargo, para Omar, no era más que la imagen... una más, de una comunidad
que elevó la provocación al rango de arte.
De
81 años, el abuelo materno de Rime, Sidi Mohamed se casó con Lalla Fama, una bella mujer de 23
con un leve desperfecto en su pierna derecha. «Una solución inquisitoria», como
lo calificaba Rime que la familia presentaba como un moktab[1] y como un sentido práctico.
Personaje distante, Lalla Fama se
fué acostumbrando a la fragilidad del argumento. Al final llegó a la certeza o
la convencieron de que no sólo era útil, sino necesario vivir como le « estaba
escrito».
A Rime la desventura y el infortunio
de Lalla Fama le parecían una utopía convertida en pesadilla.
Pero ella, Lalla Fama parecía feliz o lo fingía a pesar de que su admirable
facultad de adaptación nunca le permitió desaparecer de las pantallas-radares
de la sociedad tetuaní.
- Sidi Mohamed es un hombre corpulento
y no se le puede reprochar nada, comentaban en un alarde de despertar
identidario los familiares del
octogenario novio.
A pesar de la modestia del pretexto
y a la nunca respondida pregunta de si algún día de sus 43 años de vida
conyugal sintió algo por su impuesto-providencial marido, Lalla Fama acabó
creyendo que efectivamente « eran cosas de Dios....».
- Creer lo contrario sería pura
ilusión, repetía con pesadumbre en las rarísimas veces en que esbozaba su
destino.
Imágenes contadas, palabras pintadas, situaciones inventadas. Todo incitaba
a partir. Lejos... muy lejos de esta gente y su forma de ser, de su cruel
fatalismo e incluso de su propio destino. Sin embargo, evitando todas las
palabras sensibles, Rime y Omar juraron asumir su destino y padecer el pasado.
La « nueva era » se anunciaba peligrosamente
prometedora. A los dos le parecían los días cortos, las noches todavía más. No
les asustaba la abundancia pero sí la complejidad.
Ni el poder erótico de todas y cada una de las mujeres encontradas en su
vida, ni la dilapidación de los mejores años de su existencia, dando gracias a
Dios por Rime, ni siquiera los « esclarecidos » consejos de sus padres y
padrinos pudieron convencer a Omar de despertarse de sus dudas, eso sí, más que
razonables.
Ni descarriada
ni arrepentida, asumiendo todo instante de su vida y derrochando gratitud ante
todas las circunstancias, no siempre coincidentes, en ningún momento de
sinceridad, Rime contempló cambiar el rumbo de su deseo.
Conflicto de valores. Para los dos, el resto es ahora superfluo y
epidérmico. Ahora, en que la apertura de todo y hacia todo alcanza, como diría
el otro, su más febril apoteosis y la indiferencia y la dejadez se convirtieron
en deporte nacional.
Lo salmodiaba siempre Omar « Denme la libertad
para saber, para expresarme y para argumentar libremente según me dicte mi
conciencia, sobre todas las libertades» [2] .
-
Tetuán
no es Londres, escupía Rime sin masticar la verdad.
A pesar de que les resultaba ahora, a la vez
familiar y extraña, tanto para Rime como para Omar, Tetuán seguía siendo, sobre
el plano de referencias, un valor central. A tontas y a locas todos sus
habitantes, sin excepción, son observadores atentos en lo que les concierne y
sobre todo en lo que no lo es.
Ahora que sus destinos han vuelto a
encontrarse, Omar trataba más que nunca de relegar al fondo de su memoria los
recuerdos de lo que Rime llamaba secretos íntimos.
Dos
vidas con sus respectivos pasados. Rime era conciente de que se trata de un
nuevo período de incubación sentimental.
Dos vidas, dos pasados. Se trata de la pedagogía que precede el cambio...
definitivo.
Por
ello las noches les parecían cortas, los días todavía más. Una y otro
coincidían en que a los 16 años no se sabían nada, 35 años después... casi
nada.
El encontraba a Rime atrozmente bella. Ella veía en Omar el marido
mortalmente idóneo.
Ahora
él necesitaba más que nunca la sabiduría rural de su padre, su delicada
cortesía cuando no estaba de acuerdo con algo y su calidad de padre que nunca
se irritaba ante las malas notas de sus hijos.
Lo tenía
decidido pero le faltaba el aval... aquél aval que no necesitó en Valencia y
que seguramente se lo iba a negar.
Los dos de
nuevo juntos y, en deseo de ambos, para siempre. Una analogía entre lo conocido
y lo desconocido. Ni Rime ni Omar necesitaban afirmar sus personalidades. Otra
cosa sería el destino... su destino. Su unión después de su desunión es antes
que nada, una manera como cualquier otra de poner en tela de juicio este
destino. Tabique de memorias que persiste, que resucita.. que se regenera.
Tanto tiempo ha pasado que parecía poco o insuficiente. Y ellos, juntos o separados, cerca o lejos, ayer o mañana con su abundancia y complejidad seguían apresados entre dos lógicas con la impresión de dirigirse hacia donde no querían.
Tanto tiempo ha pasado que parecía poco o insuficiente. Y ellos, juntos o separados, cerca o lejos, ayer o mañana con su abundancia y complejidad seguían apresados entre dos lógicas con la impresión de dirigirse hacia donde no querían.
Ni ella ni él
ignoraban que lo impuesto y padecido era el tributo de una tromba de
sentimientos nacidos de la inocente infancia y desarrollados en la nobleza de
los sacrificios.
Extraño ciclo
de alternancias que acabó por tomar la forma de un violento e inalterable desafío.
Era casi verano. Desde unos vidrios opacos
entreabiertos, Rime observaba la metamorfosis del paisaje. Martil se era el
clima o la nostalgia, comenzó a entonar, en crecendo «siempre engañado,
fugitivo o culpable »[3] y no logró comprender por qué se acordó de aquello de que « en Touarag, la
música se transmite a través de las mujeres » que Omar solía contar con un
inexplicable orgullo.
El apacible horizonte incitaba a partir. ¿Dónde? No importa. Pero sí
importaba y mucho el ¿Por qué?
Todas las condiciones eran innecesarias e
insuficientes. Rime lo sabía y se lo dijo a Omar en más de una ocasión.
-
Me
pregunto si hoy tenemos que aceptar lo que ayer era inaceptable.
-
Creo
que no, la respondió, rematando: aunque, para nosotros, el ayer y hoy son complementarios.
Una prolongación de una imparable lógica, que tras un paréntesis, volvió a
tomar su cauce normal.
-
Normal...Normal ¡Ojalá!
-
¿Lo dudas?
-
Quien
no duda no sabe cosa alguna.
Una vez más todo quedó en una retórica. A pesar
de los años y de las excepciones, la comunicación entre Rime y Omar seguía
impermeable a las inflexiones o a la diversidad de las interpretaciones.
-
No sé
por qué los marroquíes preferimos tomar el autobús en marcha, preguntó Rime
-
¿Qué insinúas?
Se precipitó a indagar Omar.
¿Y qué tiene
que ver España con nuestra manía de improvisar?
-
Omar.
Querido Omar. Tú sabes que para nosotros los tetuaníes el protectorado español
no terminó en 1956. Al contrario fué cuando comenzó pero bajo otra forma: más
indirecta, eso sí, pero no por ello menos eficaz.
-
Trato
de comprenderte, Rime, y no puedo. ¿Qué autobuses en marcha, qué «vamos a la
cama...».?
-
Omar.
Casi es mejor así. No queda margen para comprender. Lo hemos comprendido todo.
O casi todo.
-
¿Y es positivo?
-
Evidentemente.
Pero depende de cómo lo tomas.
A primera vista parecía incoherente. A medida
que se acercaba el «día fatal», el diálogo y la conversación entre Rime y Omar
perdían paulatinamente intensidad y sentido. Ambos tenían el enigmático
presentimiento, aunque no lograban admitirlo, de que se acercaba el
desenlace... final de una bella pero tumultuosa historia que duró una
eternidad.
A Rime le gustaba recordar que todo
comenzó una magnífica tarde de abril. Omar corregía
alegremente que era el comienzo de enero.
-
De
todos modos, admitían en broma, era cuando éramos polluelos fuera del nido.
O lo que es igual: era cuando por necesidad de convivencia por muy poco
iban a convertirnos en hermanos adoptivos.
Más tarde, como diría Rime «mientras que otros se convertían a otras
religiones nosotros nos convertimos a la perseverancia».
Pero ahora los dos estimaban inútil
evocar las cansadas páginas de su aventura. Cada uno renunció a su fantasía
para contribuir al refuerzo del índice de la realidad y a un coeficiente
superior de la verdad.
Olvidados pero respetados, los demás
se limitaban a su papel de figurante en una comedia en que, además de la fuerza
de interpretación se exigía un elevado grado de preparación en Kung Fu. O sea:
aprender a utilizar con humildad y sabiduría cualquier objeto como arma.
Poderes y límites. No todo invitaba
al optimismo. Con su parte invisible, el pasado como fuente de inspiración aconsejaba
cautela. Su honestidad saludable les imponía paciencia y serenidad.
Ella y él admitían, aunque con una
fuerte dosis de ironía, que era demasiado bonito para ser verdad.
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