En “Apuntes” de Said Jedidi: Amigos y súbditos


Campanadas en el mundo del olvido

 

    En el inmenso y ricamente decorado salón de la segunda planta del Palacio Real de Ifrán, todo estaba clínicamente en su lugar. Exactamente en lo que debía estar… con exquisito y real gusto.

     Con diferente grado de exageración o de vasallaje, los funcionarios de la Casa Real, Protocolo y Chancillería mostraban un ahínco sacerdotal para saciar esta obsesión del difunto rey Hassan II por la minuciosidad y la ordenación del espacio.

   Todo el mundo en la Corte sabía que Hassan II era alérgico a la vulgaridad y a la mediocridad en todo.

    El paisaje estaba en orden, no así el nutrido paisanaje. Ministros, consejeros reales, altos cargos civiles y militares y autoridades locales y prefectorales consumaban sus últimos y a menudo, insípidos comentarios, preparándose a saludar a Su Majestad.

   Sentían la llega del Soberano. Eran las 12H23.

   Palacio Real hacia fuera, Ifrán flirteaba con un, relativamente, tibio sol invernal.

   Desde una de las ventanas de la planta baja se veían los copos blancos de la sierra de Imouzzar con sus habituales, todos ellos, de capas sociales acomodadizas y acomodadas.

   Un poco más cerca, muchos curiosos, menos favorecidos, hacían los mil pasos con la, de antemano, frustrada esperanza de vislumbrar a «Sidna»[1]

   Con los primeros indicios de la aparición de Su Majestad y la agonía de las conversaciones bilaterales o multilaterales que se iban apagando, convirtiéndose en un incomprensible murmureo presentaba la imagen de uno de los cuadros del genial pintor maño Francisco Goya…

   La Corte y sus misterios… «El hombre – solía recordar el difunto SM. Hassan II- es el estilo» y su estilo, para los que le conocían, era intrínsecamente inconfundible.

    De repente… Una voz, procedente de uno de los pasillos del majestuoso palacio, anuncia la llega de SM El rey. De manera mecánica, al unísono, todo el mundo se puso en pie en una posición inmóvil…

  • Allah Ye Barak Fe Amar Sidna[2]

 Con pasos lentos, pero firmes y la mirada perdida o prestada en/al horizonte apareció el difunto Rey. Solemne, como siempre: traje gris, corbata negra con juego con un pañuelo de bolsillita, zapatos italianos color marrón impecablemente brillantes.

  Con su pequeño rosario entre los dedos, sonriendo a cuenta-gotas a sus súbditos, Hassan II convergió con maestría sus ojos hacia donde estábamos Luís Maria Ansón quien iba a entrevistar al rey, el difunto periodista Mostafa Yeznassni, dirigente de la RNI, Mostafa Alami, cuadro del Ministerio del Interior, posteriormente Gobernador de Temara y actual Gobernador-Director de la Fundación Hassan II de los agentes de autoridad y servidor en mi calidad de traductor simultaneo de Hassan II y un poco más lejos el entonces Ministro del Interior, el malogrado Dris Basri y preguntó con un respeto proverbial, sin curiosidad alguna como si todo estuviera minuciosamente preparado de antemano:

  • ¿Quiénes son estos señores? Preguntó sin dejar de sonreír.

  • Majestad, gritó en posición de firmes el entonces Ministro de Interior y de Información, Dris Basri, anticipándose a todo el mundo.

  • He preguntado ¿Quiénes son estos señores?

  • Es el Señor Luís María Ansón, director del diario español ABC, que Dios conceda larga vida a Su Majestad.

De pronto cambian el humor y la envergadura de la sonrisa del difunto rey:

  • ¡Ah si! Efectivamente. El señor Ansón, dijo en voz baja pero visiblemente encantado, como si acabara de encontrar a uno de los miembros de su familia.

    Hassan II cambio de trayectoria y de recorrido y se dirigió al ex director de ABC.

  • «Bonjour, monsieur Ansón, le saludo con un perfecto acento francés, haciendo gala de, según propios y extraños, de un perfecto dominio de la lengua de Moliér.

  • Buenos días Majestad, respondió en su calidad de buen conocedor del protocolo real, con una brusca pero ligera inclinación de cabeza, Luís María Ansón.

  • Lo siento, le corto, Hassan II. Creía que hablaba Usted francés.

  • En efecto, hablo, pero no tanto como Vuestra Majestad.

  • ¿Comprende, por lo menos ?

  • Perfectamente, Majestad.

Sin anuncio previo, Hassan II cambia de discusión:

  • Tengo entendido que es usted un gran amigo íntimo de mi hermano Juan Carlos., dejó deslizarse el rey, en una mezcla de elogio y consideración hacia su huésped en medio de una sonrisa enigmáticamente cómplice.

  • No Majestad, corto Ansón entre protesta y rectificación, provocando un imprevisible freno a la afable sonrisa real.

  • ¿Qué ha dicho, Usted? Preguntó visiblemente perplejo e irritado.

  • No soy amigo íntimo de Su Majestad el Rey. Soy, como todos los españoles, su fiel súbdito.

   Hassan II no necesitaba más puntualizaciones. Como el resto de lo que asistieron a esta fehaciente lección de la indefectible adhesión a la monarquía. Era la mejor de las respuestas negativas que se pueden dar a preguntas de un monarca.

    Al término de la entrevista, en el curso del almuerzo que Hassan II ofreció en honor de su ilustre huésped en la casa del entonces gobernador de Ifrán, el malogrado Nadir, Luís María Ansón nos «confesó» que «Aquél hombre quiere mucho a España y tiene imán».

    «Hemos pasado rozando los postes de un enfado y la consiguiente desgracia real» le comentó, con su perfecto castellano de los años 30, medio en broma, medio reprochándole el delicado momento que nos hizo vivir a todos los que estábamos allí, el malogrado gobernador de la espléndida estación del deporte invernal.

  • Señor Gobernador. Se lo repito a Usted: No soy, nunca he sido amigo íntimo de Su majestad Juan Carlos. Soy, como ya he dicho hace unos instantes a Su Majestad Hassan II, su fiel súbdito y… punto. Nadie puede pretender ser amigo del rey y menos aún íntimo. Para el rey todos sus súbditos son iguales. No hay excepciones, sino, no es rey o por lo menos, buen rey. No puede ser más rey de este que de aquel.

    Poco antes de salir del aeropuerto Internacional Mohamed V de regreso a Madrid, Luís María Ansón, le dijo a su entonces corresponsal en Rabat, Sebastián vasco «Dile a nuestro amigo Jedidi que tiene un gran rey».

[1]  Nuestro señor en árabe. El nombre que la inmensa mayoría de los marroquíes dan al rey.
[2]  Que Dios acuerde larga vida a nuestro Señor

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