En menos de 90 días la República
Argelina Democrática y Popular llevará a cabo elecciones presidenciales sin que
por el momento se sepa si el anciano presidente Abdelaziz Bouteflika, de 81
años y afectado por un serio accidente cerebro vascular, se presentará a un
quinto mandato consecutivo.
UNA NACIÓN EN SILLA DE RUEDAS
El
próximo 19 de abril los argelinos concurrirán a las urnas para designar a un
nuevo presidente o reelegir por quinta vez consecutiva al anciano Abdelaziz
Bouteflika, confinado a una silla de ruedas desde 2013, cuando un derrame
cerebral lo dejó sin habla y seriamente limitado, por quinta vez consecutiva.
Pese a
que la Constitución de Argelia, reformada en 2011, establece un máximo de dos
períodos presidenciales de cinco años cada uno, el presidente Bouteflika ha
gobernado a Argelia en forma ininterrumpida durante los últimos veinte años.
Como el 40% de los cuarenta y un millones de habitantes de Argelia tiene menos
de 25 años, muchos de ellos no han conocido otro líder que el anciano
mandatario. Según un estudio independiente, el 95,4% de los jóvenes de entre 15
y 29 años no pertenece a ningún partido político, el 95,8 a ningún movimiento
religioso y el 80% de los jóvenes que participaron en la encuesta no tiene
ningún tipo de afiliación.
La
falta de interés de la juventud por el ámbito de la participación política a
través de las vías tradicionales, por los partidos o el tejido asociativo, se
debe en gran medida la falta de credibilidad y de legitimidad de estos últimos,
que están especialmente expuestos a las estrategias insidiosas de cooptación y
de división del poder, que han acabado finalmente por neutralizar su capacidad
de movilización de la sociedad y de los jóvenes en particular.
Las
estructuras tradicionales, los partidos políticos y las organizaciones de la
sociedad argelina conocen mal a esta nueva generación, atrapada entre la
autoridad institucional y parental que limita su autonomía y su iniciativa y
que, al mismo tiempo, está fragmentada y conectada con el mundo exterior a
través de las redes sociales.
La
situación política está paralizada y el inmovilismo del sistema sólo se ve
alterado por las rivalidades internas que pueden surgir sobre la forma de
mantener el sistema de poder y el reparto de los ingresos entre los diferentes
clanes de la oligarquía político militar y económica.
De
hecho, hasta el momento, los militares (el Estado Mayor y la Dirección de los
Servicios de Seguridad) y otros círculos próximos al poder han mantenido una
cohesión interna cuyo objetivo unificador es preservar el sistema actual y el
control sobre las principales riquezas del país según la forma de
funcionamiento clásica del Estado depredador.
Argelia
ocupa el lugar 105, de entre 176 países, en el índice de percepción de la
corrupción de 2018 de la ONG Transparencia Internacional.
Con
este trasfondo de corrupción y ante la perspectiva de que los ingresos
petroleros disminuyan progresivamente, las divergencias en el seno del poder
han aumentado e incluso se hicieron públicas en cuanto a una nueva candidatura
del enfermo y anciano Bouteflika, o de alguno de sus hermanos Said o Nazer, y
la sospechas de corrupción que afectan al círculo presidencial y al ministro de
Energía, Chakib Jelil.
LA PURGA PERMANENTE
El
antiguo miembro del Departament du Renseignement et de la Sécurite, el temido
DRS, estaba en el centro de la lucha contra la corrupción. Pero, a partir de
2013 pasó a estar en el centro de las remodelaciones que afectaron al sector de
la seguridad e inteligencia en Argelia, lo que finalmente llevó a su
desmembramiento y a la dimisión y ostracismo de su jefe, el siniestro general
Mohamed Médiene, alias “Tufik”, quien
estuvo veinticinco años al frente de la inteligencia argelina
La DRS
fue sustituid por un nuevo organismo con menos facultades, la Direction des
Services de Sécurite (DSS), dirigida inicialmente por el general mayor Athmane Tartag,
alias “Bachir”. La caída en desgracia
de Médiene fue acompañada con el pase a retiro de doce generales y un coronel
que cumplían funciones en la disuelta DRS.
El
pasado 10 de octubre, Tartag, a su vez fue reemplazado por Anis Rahmani, luego
de un escándalo por la detención ilegal del periodista Smail Djerbal,
perteneciente a alg24.net del grupo de medios Ennahar. Presuntamente el
periodista fue autor de un artículo sobre el general Tartag que molestó al jefe
del contraespionaje argelino.
Los
movimientos en la cúpula militar no fueron únicamente esos. En junio de 2018,
perdieron su cargo el Director de Seguridad Nacional, general mayor Abdelghani
Hamel, el 22 de agosto, Bouteflika desplazó al Director General de la Central
se Seguridad de las Fuerzas Armadas (DCSA), el general mayor Mohamed Tiréche,
conocido como “Lakhdar”, y al general Boumediene Benattou, Inspector General de las Fuerzas Armadas,
que fue sustituido por el antiguo director de la Central de la Intendencia,
general mayor Hadji Zerhouni.
Aunque siempre es difícil interpretar, por el carácter opaco del régimen
argelino, el alcance político de estos cambios de hombres en la cúpula del
poder, pero nada indica que los militares ya no ejerzan el poder y que el
anciano y enfermo presidente haya logrado imponer el poder de los civiles sobre
los militares.
En especial, porque la purga de funcionarios también alcanzó a los
políticos civiles. El 24 de octubre pasado, octogenario presidente de la
Asamblea Popular Nacional, Saïd Buhaya perdió su cargo a manos de Muad
Buchareb, de 47 años. Un mes más tare, el 14 de noviembre, el nuevo hombre
fuerte, Buchareb “por orden del
presidente” Bouteflika destituyó al Secretario General del Frente de
Liberación Nacional, el partido oficial, Yamel Uld Abbes, de 82 años. El cargo
de Secretario General fue reemplazado por “un
Directorio con una personalidad fuerte a la cabeza”, el propio Buchareb.
Inmediatamente, Buchareb se pronunció afirmando una nueva candidatura
presidencial del enfermo Abdelaziz Bouteflika, en una suerte de “momificación en la presidencia”.
El equilibro inestable entre los diferentes clanes en el poder, con el
trasfondo del bloqueo de la sucesión del presidente Bouteflika, no favorece que
se lleven a cabo las reformas necesarias para sacar al sistema político
argelino del espiral que podría llevarlo al colapso.
El envejecimiento de la clase dirigente y la falta de una nueva élite
independiente de este sistema de apropiación y reparto de los recursos del
Estado, la falta visión política y económica, la pérdida de protagonismo
internacional, etc. atentan contra una transición económica de Argelia hacia un
nuevo modelo y la continua represión de las fuerzas vivas de la sociedad (el
sector privado, el periodismo independiente, los intelectuales y artistas o
simplemente los jóvenes) tampoco propician la aparición de un nuevo sistema de
gobierno democrático capaz de sacar al país de este inevitable proceso de
decadencia.
Los nuevos desafíos que plantean su entorno regional, la rivalidad
latente con Marruecos por el Sáhara, los problemas de gobernabilidad y
seguridad en países fronterizos como Túnez, Libia y Malí, que han originado la
adopción de costosas medidas de protección (construcción de cercas
perimetrales, cierre y vigilancia de las fronteras) que también suponen un
costo adicional para el presupuesto del Estado. Es por ello, que la nueva Ley
de Presupuesto de 2017, que efectuó recortes en el gasto fiscal no afecto al
presupuesto de defensa que se mantuvo inalterable en torno de los 9.000
millones de euros.
CONCLUSIÓN
La aparente estabilidad del régimen argelino se ha convertido en
engañosa seguridad para los gobiernos europeos. La combinación de factores que
han permitido a Argelia mantener el statu quo -por ejemplo, la distribución de
la renta petrolera para contener socialmente a la población y permitir la
construcción de extensas redes clientelares o el efecto negativo que tuvieron
las primaveras árabes en el resto del Norte de África y Siria- podría no tener
un efecto prolongado ante el descontento y las frustraciones de una población
joven cada vez más demandante.
La Europa Comunitaria, siempre preocupada por los problemas coyunturales
que emanan de África, como el control de los flujos migratorios, la lucha
contra las redes yihadistas y criminales, el aprovisionamiento de
hidrocarburos, etc. apuestan a una estabilidad a corto plazo, aunque esta
estrategia podría resultar perjudicial a largo plazo en la medida que sirve
para asegurar la permanencia de un sistema inviable que en algún momento habrá
de detonar.
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