Fidel Castro y la I Guerra de Irak Por Hassan Achahbar (*)




Mediaba el mes de febrero en La Habana vieja. Un día caloroso de 1991 y tiempos duros para la Cuba comunista. La Isla, inmersa en la crisis post-Muro de Berlín, se preparaba para los XI Juegos Panamericanos. Un magno evento deportivo, con cariz político y turístico.
Un grupo de periodistas extranjeros erraba por allí, sin rumbo fijo, sin motivo aparente, ni objetivo marcado. El viaje informativo fue organizado por la prestigiosa Asociación de Corresponsales extranjeros en México (ACEM), en aquel momento, la segunda más importante del continente, detrás de la de Washington.
El caso es que si bien el viaje tenía carácter informal, las autoridades cubanas se esmeraron en el trato. El grupo estaba integrado mayoritariamente por norteamericanos, europeos, latinoamericanos y alguna que otra nacionalidad. Por razones del embargo, los norteamericanos requerían algún malabarismo para viajar a la Isla sin verse amonestados en Estados Unidos.
El azar hizo que la visita coincidiera con la de otro grupo de profesionales de medios deportivos norteamericanos. Éstos si, llegaron especialmente para informarse sobre los preparativos para los XI Juegos. Se decidió entonces juntar a ambos grupos para una magna conferencia de prensa con el Líder Máximo.
Fidel Castro arribó con aires de satisfacción. Tomó asiento sin protocolo en el centro de uno de los lados de una mesa dispuesta en forma cuadrangular. Nadie se percató que detrás de la aparente calma del hombre de las mil batallas se ocultaba la gravedad del momento.
Inició la conversación sin preámbulos. Un colega de un importante medio radial español interrumpió. Gran periodista y buen amigo. Quería llamar la atención sobre la distorsión del audio causada por la traducción simultánea. Fidel le preguntó en broma ¿es que en España no se habla el mismo español…?
Se detuvo unos segundos. A su derecha, en un extremo de la sala de prensa, se abrió una pequeña puerta. Observaba la escena de frente. Algunos gestos. Nada importante. El Comandante retuvo el impulso de salir. Prosiguió con voz imperturbable, algo quebrada: “me están haciendo señas, la guerra acaba de empezar”.
No había necesidad de fingir. La conferencia, preparada con lujo de detalles para hablar de Cuba, de los Juegos Panamericanos, se transformó en un alegato contra la guerra. La invasión de Irak. Fidel Castro, comentarista de lujo. El primer jefe de Estado del mundo en reaccionar.
 (*) Periodista especializado en temas iberoamericanos



Comentarios