Esglobal El drama de Venezuela Susanne Gratius


Manifestación contra el Gobierno de Venezuela en Caracas. (Ronaldo Schemidt/AFP/Getty Images)
Manifestación contra el Gobierno de Venezuela en Caracas. (Ronaldo Schemidt/AFP/Getty Images)
Gobierno y oposición deben superar las rencillas y posibilitar la reconciliación nacional para evitar que Venezuela se precipite al abismo. ¿Cuáles son las claves?
Venezuela se encuentra en una situación de emergencia política, social y económica. Sólo el diálogo ofrece una salida del laberinto de ingobernabilidad que sufre el país sumergida en una severa crisis humanitaria por la falta de medicinas y alimentos. Bajo el auspicio del Papa, el único actor neutral reconocido por las dos partes, oposición y Gobierno deberían aprovechar esta última oportunidad para resolver el grave conflicto político que ha llevado a Venezuela al borde del abismo. Entonces, el conflicto se desarrollaría en tres escenarios: el jurídico-institucional, la calle y un diálogo a puerta cerrada.
Fue el Gobierno el que ofreció un diálogo, pero lo hizo después de prohibir el referéndum revocatorio de la oposición y después de limitar la libertad de movimiento de sus adversarios. Prohibió el referéndum con el argumento de “firmas falsificadas” y la amenaza de “un golpe de Estado de la derecha”. En una entrevista reciente, el ahora diputado Elías Jaua reconoció que este año no habrá revocatorio (para finalizar el mandato y ganar tiempo hasta las elecciones presidenciales de 2019). Tras varios meses de negociación, el presidente, Nicolás Maduro, viajó a Roma para pedir la intervención del Vaticano en el conflicto.
La suspensión del referéndum ha sido calificada como “un golpe de Estado” por la oposición representada por cuatro líderes: el encarcelado Leopoldo López y su esposa Lilian Tintori, el ex candidato presidencial Henrique Capriles, Chuo Torrealba que preside la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y Henry Ramos Allup, el presidente de la Asamblea Nacional (AN). Éste último promovió un juicio político de irresponsabilidad contra Maduro.
Tras varios intentos fallidos, oposición y Gobierno tienen nuevamente la oportunidad de negociar una hoja de ruta para coexistir y encontrar soluciones a los gravísimos problemas económicos, sociales y de inseguridad del país. Las condiciones no son buenas. Los dos campos enfrentados elevan el tono de las acusaciones mutuas, y las protestas en la calle son constantes. En estos días continúa la “Toma de Venezuela” opositora y el chavismo también movilizará a los suyos. La MUD exige cinco condiciones para entrar en un diálogo: celebrarlo en Caracas (y no en Isla Margarita como propone el Gobierno) reconocer el derecho al voto, liberar a los presos políticos, atender a las víctimas de la crisis humanitaria (proclamada por Naciones Unidas y Human Rights Watch) y respetar la autonomía de poderes (para evitar nuevos asaltos al Parlamento como el ocurrido el 21 de octubre). La pelota está en el campo del Gobierno que tendría que aceptar al menos algunas de estas condiciones.
Nuevamente, sería el Papa el que mediaría en un conflicto político, continuando con su papel de árbitro en el conflicto entre Estados Unidos y Cuba. El fracaso de mediación de los enviados de la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR) – Leonel Fernández, José Luis Rodríguez Zapatero y Martín Torrijos – evidencia, una vez más, la escasa capacidad de solución de controversias a nivel regional, ya sea mediante la UNASUR (cuestionada por la oposición) o la OEA (no reconocida por el Gobierno). Por tanto, es poco probable que la nueva demanda que el Parlamento presentará ante la OEA surta efecto y, según declaraciones de Capriles, la misión de la UNASUR debería incluir a otros ex presidentes como Felipe González. Desde Europa sería deseable acompañar un posible diálogo, no sólo con inútiles declaraciones diplomáticas sino con el envío de observadores y mediadores, ya que la Unión Europea ha sido una instancia distante en este conflicto que ha llegado a un punto crítico. El hecho de que sea el Papa el que asuma este papel fortalece su perfil como árbitro regional y subraya la influencia y el poder global del Vaticano frente a Estados Unidos y la UE, que o han sido parte del juego de tronos interno o no han querido asumir ninguna responsabilidad para evitar un desenlace trágico.
Ante el inminente colapso económico, el riesgo de un estallido social y violentos enfrentamientos en la calle, los dos adversarios deberían primar el bien del país por encima de sus intereses particulares de poder y poner, cuanto antes, manos a la obra para evitar que Venezuela se convierta en un Estado fallido(si no lo es ya). Una mirada a la historia venezolana recuerda que la democracia ha sido una excepción en los doscientos años desde la independencia del país. Sólo el período 1958-1998 ha sido marcado por una plena democracia liberal basada en un pacto entre los dos partidos políticos principales y sus respectivas corporaciones (el socialdemócrata AD y los sindicatos y el COPEI y empresarios). La situación actual repite esta división, pero en un clima de autoritarismo y represión. En vez de convivir, la oposición democrática y el oficialismo bolivariano representan posiciones irreconciliables y la descalificación constante del otro – un contexto poco propicio para iniciar la reconciliación.
El caso venezolano señala también la maldición de los recursos, manipulados políticamente para las aspiraciones de acumulación de poder político y económico por parte de la élite (ahora el chavismo y antes otros). Para evitar futuras polarizaciones y corruptelas sería importante seguir el ejemplo del único país exportador de petróleo que no sufre el mal holandés: Noruega. En ese país, el crudo está gestionado por un fondo estatal más independiente.
Construir puentes entre ambos actores no será fácil, pero por primera vez hay un empate de poder: la derrota electoral del 6 de diciembre de 2015 y la situación de emergencia que vive el país por la ineptitud del Gobierno han debilitado al oficialismo, a la vez que la represión de la oposición fortalece la imagen internacional de sus adversarios. Por un lado, este equilibrio de fuerzas abre una vía de negociación, pero, por el otro, la actuación del chavismo que violó abiertamente su propia Constitución y recurrió al autoritarismo socava su credibilidad.
Si la oposición, dividida entre una vertiente más conciliadora en torno a Henrique Capriles y ChuoTorrealba y un grupo más radical en torno a Lilian Tintori y Leopoldo López, acepta la oferta del Gobierno, el oficialismo tendría que darle algo a cambio. O el Ejecutivo acepta, finalmente, un referéndum sobre el presidente Maduro, que cuenta con un apoyo popular por debajo del 20% o divide las urgentes tareas de restaurar la gobernabilidad y las instituciones del país con la oposición. Si no está dispuesto a ceder y sigue aferrándose a su habitual discurso victimista, descalificando y eliminando a sus adversarios no hay ninguna oportunidad de negociar una salida al conflicto.
El diálogo es la única frontera que separa a Venezuela del abismo. Esta vez su fracaso no sería anecdótico sino el inicio de un violento enfrentamiento entre los dos bandos, una transición definitiva hacia un régimen autoritario o un golpe de Estado militar que devolvería al país a sus tiempos más oscuros. Sólo la razón y la responsabilidad política de los dos protagonistas de este drama venezolano pueden evitar que el país colapse. Es de esperar que ambos utilicen esta última oportunidad para superar las rencillas y rencores del pasado para posibilitar una reconciliación nacional y la necesaria reconstrucción del país.
Resolver el conflicto en la calle es un juego peligroso en un país con unos 15 millones de armas de fuego (cada segundo habitante tiene uno, en España cada diez) en circulación, un récord de homicidios y, como reconoce el mismo Partido Socialista de Unidad Venezolana (PSUV), un Gobierno cívico-militar. El comunicado oficial del ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, afirma su “incondicional lealtad” al presidente, pero también hace un llamado a la “venezolanidad” y la necesidad de “concertar nuestras similitudes”. El papel de las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas será clave en este conflicto.

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