Con más o menos entusiasmo ha comenzado
la campana electoral. Un primer día consagrado a las elites, sus discursos, sus
acusaciones y a sus promesas.
Las ciudades del país van a vivir pues,
desde ahora hasta el 6 de octubre próximo (vísperas del escrutinio) al compás
de lo que prometen los partidos políticos y nunca cumplen o lo que prometen y
no pueden cumplir.
No obstante, quizás lo que más
tristemente atrae la atención es la total o cuando hay indicios son
teledirigidos, ausencia de los autos proclamados actores de la sociedad civil marroquí.
Unos con éste, otros con aquél, ninguno con las esperanzas y los anhelos de los
marroquíes. Todos contra uno y uno contra todos. El país necesita urgentemente
neutralidad, ni alineación ni alineamiento, imparcialidad y un elevado sentido
de valorar los programas electorales: lo que es realista y realizable y lo que
no lo es. O sea: obrar por la consolidación del proceso democrático de este país
que tanto lo necesita.
Las elecciones, en principio, deben ser
esto: una fiesta de la democracia y del pluralismo en las que nos identificamos
con lo lógico y nos desmarcamos de la exageración, las falsas promesas y la
impostura.
Ha comenzado la campaña electoral. La mayoría
silenciosa del país que suele ver, escuchar y tomar nota, no escatimara
esfuerzo alguno para corregir todos los tiros. O por lo menos así lo esperamos.
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