Estimado Raissouni: Sigo con mucha atención sus comentarios y
artículos, además de hacerlo por el respeto que me merece su conocimiento de
los temas que aborda, también porque me acerca a la visión de una generación,
que si no fuera porque se expresa en español, me sería de difícil acceso, ya
que no hablo ni el árabe ni el francés, dos lenguas imperantes en Marruecos.
Quisiera aprovechar ésta ocasión para abordar el tema que consideramos
como “Occidente”, porque sinceramente a mis cincuenta y tres años no consigo
aclararme con dicho concepto, porque no sabría si relacionarlo con el
desarrollo, con la cultura o con la religión. Tampoco sería capaz de situar a
los distintos países en ese espacio geográfico y político a la vez que no
sabría capaz de situar a Marruecos, como tampoco sabría situar a los países de
Sudamérica, ni tampoco comprender porque el Estado de Israel forma parte de ese
occidente estando situado en oriente y presumiblemente semitas. Hago esta
reflexión a raíz de haber leído su comentario al artículo de Ignacio Álvarez-Osorio,
en el que se habla de Occidente visto por los árabes y he de decir que, desde
mi humilde punto de vista, es una visión que evidencia cierto victimismo,
oculta una preocupante frustración y carente de autocritica. No arriesgaría
mucho si me atrevo a definir lo que se define como Occidente, como los padres
de una transformación económica y social como fue la primera Revolución
Industrial, un fenómeno que nace en Inglaterra y que se extiende en muy poco
tiempo a casi toda la Europa occidental y los Estados Unidos. Entonces, como en
el presente, la religión estuvo al orden del día para satisfacer las
necesidades expansionistas de una sociedad, la occidental, que veía como se
disparaba su PIB como no lo hacía en siglos, una transformación industrial, de
producción a gran escala, que hacía necesario abrir nuevos mercados y en las
mejores condiciones posibles. La única barrera que separaba esa expansión era
un imperio en clara decadencia, El Imperio Turco Otomano, que se desangraba
económicamente manteniendo guerras y desmembrándose con los nacionalismos.
Mientras Europa se desarrollaba industrialmente, los otomanos, con una escasa
industria, importando más de lo que exportaba, se veía obligada a renunciar a
su soberanía financiera, a cambio de ochenta y millones de libras de la época,
dicho de otra forma, cuarenta años después de concluida la Revolución
Industrial, el referente musulmán cede su autonomía financiera a los potencias
europeas. Es en éste escenario en el que Europa se abandera en “defensora” de
las minorías, los franceses en defensores de los católicos, los británicos de
los judíos, y también los rusos den defensa de os cristianos ortodoxos. En
forma de “derechos extraterritoriales” los otomanos cedían permisos de transito
y exenciones de tributos a sus minorías “protegidas”. Es necesario que el mundo
musulmán, preservando su religiosidad, haga un esfuerzo en establecer unas
claras líneas de lo mundano y de lo meramente espiritual o religioso, el hecho
musulmán no puede ser nuestro principal hecho identitario, No carguemos a Dios
con nuestras frustraciones y mal hacer, lo que nos pasa no es por nuestra
condición de musulmanes, somos lo que somos y somos quienes somos por nuestro
pasado, nuestra historia y estamos como estamos porque hemos perdido los trenes
del desarrollo. Coloquemos las cosas en su lugar, “a Dios lo que es de Dios y
al Cesar lo que es del Cesar”. Lo que vivimos en la actualidad no es un
conflicto religioso, tampoco el palestino-israelí lo es, es el final de un
ciclo que nació con la “Primera Revolución Industrial”, que tuvo como
instrumentos el acuerdo Sykes-Picot, la Primera Guerra y en nuestros días, casi
todos los conflictos en el mundo musulmán, incluido el fenómeno terrorista.
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