En Marruecos, de
repente y sin previo aviso, miles de jóvenes invadieron las calles de las
principales ciudades un 20 de febrero del 2011 para exigir libertad, justicia y
dignidad. La primavera árabe había comenzado en Túnez y se extendió como
reguero de pólvora por el norte de África, empezando por Egipto, Marruecos y
luego Libia.
Estas revueltas
fueron una inmensa sorpresa porque nadie las esperaba ni las predecía, ni
Estados Unidos, ni Europa y por supuesto ni los dirigentes de los Estados
interesados. Así es la historia y el movimiento de la sociedad.
Hablo de hechos
reales ocurridos, no de sus causas o consecuencias, ni del giro de algunas de
ellas, que pasaron de ser la primavera de los pueblos a ser otoños. Tampoco
hablo de la pretensión de la corriente islámica de usar las revueltas para
alzarse al poder.
Evidentemente
cuando la revolución estalla nadie conoce su principio ni su fin. Pero lo
seguro es que su coste humano es a veces alto para la sociedad y el Estado.
Para evitar toda forma de violencia y rebeldía las sociedades capitalistas
europeas optaron por el sistema político de democracia representativa, que
permite a los grupos sociales y las tendencias políticas poder participar en
batallas electorales en vez de guerras, y poder dar un alto valor al papel de
las urnas en vez de la piedra, la barricada y el arma de fuego.
Hoy en día el
reformismo está en un callejón sin salida en muchos países europeos avanzados,
como consecuencia de la profunda crisis económica, social y política además de
la corrupción de los políticos. El problema es que en muchos países
subdesarrollados los gobernantes negaron a las poblaciones el derecho del voto
libre y transparente, la alternancia y la separación de poderes.
Las últimas
revueltas luchaban para enterrar los regímenes despóticos y las democracias de
fachada y abrir el camino al establecimiento del régimen político de democracia
representativa, aunque calificado por “Winston Churchill” como “el peor sistema
de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”.
Si en otros
países árabes los jóvenes lograron hacer realidad el eslogan de “lárgate”,
forzando al tunecino Zine El Abidine Ben Ali a huir del país, al egipcio Hosni
Mubarak a dimitir y provocando la muerte del libio Muamar El Gadafi, en
Marruecos, la revuelta de los jóvenes disminuyo en intensidad con el discurso
del rey Mohammed VI el 09 de marzo de 2011 (dos semanas después del comienzo de
la revuelta).
En este discurso
conciliador propuso enmendar la Constitución y llevar a cabo reformas
políticas. Desde entonces, una gran parte de la sociedad marroquí decidió dejar
de lado la revuelta callejera y dar una oportunidad para "reformar"
el país a través de las instituciones vigentes.
Este periodo
iniciado con las elecciones adelantadas de 2011 ganadas por el partido
islamista moderado de la Justicia y del Desarrollo y el nombramiento de su
líder político, Abdelilah Benkirán, como jefe de gobierno se le identifica como
periodo de “estabilidad con reformas”.
Pero la llegada
de los islamistas al poder gubernamental tuvo como consecuencia una fisura
entre las fuerzas políticas de izquierda. El antiguo partido comunista
marroquí, hoy en día Partido del Progreso y del Socialismo, decidió participar
en el gobierno de coalición liderado por el partido islamista. Pero el
principal partido socialista marroquí, la Unión Socialista de las Fuerzas
Populares (vinculado a la Internacional Socialista), eligió las filas de la
oposición.
La pregunta que
se impone en el Marruecos del 2016 es: ¿la "Reforma" tan prometida en
2011 está en marcha o se evaporo? Algunos consideran la coalición gubernamental
en vigor liderada por los islamistas como un claro proyecto de reforma, porque
este gobierno se enfrentó a la reforma de la “caja de compensación” para salir
de la lógica asistencial y liberar así los precios de algunos productos como el
azúcar, el petróleo y el gas; asimismo que la reforma de las pensiones y el
equilibrio de las finanzas públicas.
Otros, niegan
toda opción de reforma y hablan de un ataque frontal contra la clase media y
los trabajadores imponiéndoles planes de austeridad liberales enmarcados en las
directivas del Fondo Monetario Internacional. Los más críticos niegan toda
reforma y solo hablan del intento de los islamistas de "islamización del
estado y la sociedad"
Dicho esto, hoy
en Marruecos, sectores importantes de la clase política y de la sociedad aún
piensan que el coste de la reforma institucional es menor al de la revuelta y
la inestabilidad, mirando siempre a la situación catastrófica de los países
árabes involucrados en guerras civiles e inestabilidad crónica.
Si la reforma es
un imperativo histórico en las condiciones políticas, sociales y económicas
actuales de Marruecos y una exigencia urgente de los jóvenes, parece que
todavía no se consiguió alzar la "reforma" a nivel de consenso
nacional y social. Muchos sectores temen que lo que está ocurriendo es
solamente una píldora tranquilizante y no una cura definitiva del retraso
social y político del país.
Los jóvenes
marroquíes que jamás se han rendido y que están en permanente movilización y
vigilancia esperan a ver si las próximas elecciones generales del 7 de octubre aportaran
novedades a nivel de transparencia y proyectos de reformas avanzados.
Obviamente, la solución radical de revueltas y revoluciones no es descartada y
puede prevalecer como alternativa si la situación actual no cambia en el buen
sentido.
*Abdelhak Riki, trabaja en un
Banco. Economista de formación. Ex jefe de gabinete en el segundo gobierno de
Abderrahman Youssoufi (2000-2002). Fue director del semanario marroquí en
español “Marruecos Siglo XXI”. Redactor de artículos de opinión en árabe,
francés y español.
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