De las entrevistas del primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu (u
otros altos cargos civiles y militares de Israel) en Moscú nunca se sabe nada o…muy
poco.
Es normal. En su acrobacia geopolítica medioriental, Rusia se conserva
todas las cartas. Pero nadie ignora que los, pocos frecuentes, desplazamientos del “premier” de la entidad
sionista nunca son protocolarios y menos aun fortuitos.
Esta vez, se trataba de una tentativa de atraco a los intereses turcos
con Rusia, principalmente productos agrícolas y turismo. Cuando se trata de sus
intereses, no hay Al Assad que cuente para Rusia. Y las relaciones comerciales
con Turquía deben ser remplazad por lo que podría ser mejor. Ha pasado el
tiempo de alianzas estratégicas, hoy se habla de partenariado estratégico… de intereses
y de dividendos.
¿A cambio de qué? En apariencia y es la otra cara invisible del
Iceberg ruso-americano, en contrapartida de un papel del Kremlin en una “normalización”
de Israel con Siria, bajo los auspicios de Moscú pero también Washington “en
caso de que las cosas no vayan como se ha previsto” y a todas luces nos
dirigimos a ello.
Tel Aviv prepara era. Lo que no es el caso de todos los países árabes que
viven y actual en el umbral de la realidad y del realismo. El mundo árabe se
prepara a convulsionantes emergencias sobre todo el plano y no son las alianzas
egipcio-saudíes que los van a parar.
En esta óptica, la nueva Yalta, esta vez bilateral (EEUU-Rusia) ha
dividido zonas de influencia y de interés estratégico. Ni Moscú ni Washington
han respetado ni van a respetar a sus anfitriones y satélites árabes. A otros,
como el Reino Unido o Francia les han bastado migajas: algunos contratos
comerciales para el primero y cierta influencia en el Norte de Arica para la
segunda.
Fiel a su tradición geopolítica, Rusia lo vende todo a pesar de que si
Siria hubiera permanecido como era: outsider…
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