“Oh, triste mar, sepulcro donde todo parece vivo” dijo Victor Hugo.
Nunca sus palabras han correspondido a la verdad como ahora.
¿Cómo pudo un mar tan pacifico como el Mediterráneo convertirse en,
relativamente, tan poco tiempo en el mayor cementerio marino del mundo?
Desde el comienzo de la siniestra “primavera
árabe” en enero del 2011, 11.132
refugiados han muerto o desparecido en las profundidades del Mediterráneo. Los
500 muertos del naufragio, el pasado día 20 de un barco a lo largo de las
costas libias se suman a muchas otras víctimas, unas sabidas, otras no… banalización
de la vida y muerte de los hombres y mujeres.
El 2015 había sido un año de plus-marca con 3. 771 muertos o desaparecidos.
2 naufragios causaron 1. 200 muertos. El 12 de abril del 2015, el naufragio de una
embarcación a lo largo de las costas libias causo 400 muertos. Pocos días después,
más exactamente el 19 de abril, 800 emigrantes encontraban la muerte cerca de
Lampedusa, en Italia.
Desde el comienzo del 2016, el numero de los muertos y desaparecidos en el Mediterráneo
es de 1.261. La llegada de la primavera y el cierre de la vía hacia Grecia
amenazan con aumentar esta cifra hasta alcanzar otro plus-marca.
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