Los que han tenido la grata
oportunidad de leer el comunicado del ministerio del Interior respecto a las
listas electorales generales de las comunas y distritos de Marruecos para el
2016, se habrán dado cuenta de que casi se puede afirmar que hemos superado a
Suecia en materia de democracia.
Solo que, como nada se pierde, todo se transforma,
el problema aquí y desde hace tiempo en Marruecos no es el país, sino el
paisanaje. O lo que es igual en este caso: los partidos políticos.
En efecto, si antes el “fraude electoral” era la
palabra más pronunciada antes, durante y después de todos los comicios, este
“fraude electoral” ha dejado de ser obra exclusiva del gobierno o de los
responsables de las elecciones en el país para trasladarse a los partidos
políticos y sus formas de contemplar las elecciones, los buenos modales y en
general de la democracia. De tal modo que solo un pacto de caballeros ( un código
de buena conducta) entre los líderes políticos, muchos de los cuales
prefabricados, en el que se comprometerían a abstenerse a golpes bajos, al uso
del dinero sucio, a la compra de conciencias y de votos y a enarbolar falsos
dilemas y falsos ideales, puede resultar inherente de devolvernos la sonrisa
después de haberla perdido con las recientes elecciones comunales y regionales.
Las elecciones libres y transparentes son el reflejo
de una buena salud democrática pero dejar de interpretar a su antojo y su
capricho partidista la libertad y la transparencia es mucho más importante
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