Se fue cuando todos lo necesitábamos
más que nunca. Se nos fue como eran su uso y su costumbre: discretamente, desmintiendo
a los que tanto le queríamos y creíamos que tenia una excelente salud. Se nos
fue, dejándonos desconcertados ante tan súbita convulsión del destino.
Él mismo lo solía decir y ahora
lo comprendemos nosotros: “cuando se acepta vivir, se debe aceptar las reglas
del juego (de la vida”. Él, joven pero experimentado, honesto pero mil veces
traicionado, desbordando amor, cariño y afecto hacia propios y extraños… a
menudo más extraños que propios, É, Mohamed Ali Hamad, amigo, hermano con su
mano eternamente extendida para saludar… dar la acolada… para conciliar o
reconciliar. “El hombre sin enemigos” o “el hombre al que quieren más sus
enemigos que sus ‘amigos’” como le llamábamos los que nos amparábamos en su infinita
sonrisa cuando nos sentíamos desesperados… Él, que nunca desesperaba.
Se nos fue, pero no lo queremos
aceptar. Su imagen, su afable sonrisa, su espíritu… el esperita de los hombres
de paz, de concordia, de amor y de convivencia sigue gravada de manera
resplandeciente en nuestra memoria individual y colectiva.
Gracias Mohamed Ali por
inculcarnos la cultura de la tolerancia… tú que peregrino te considerabas y
peregrino (hay) te has ido.
Gracias por haber existido…
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