Digamos primero quién es Zouhair. Se trata de un joven musulmán guardián de
la puerta del Estado de Francia, que acaba de ser nombrado héroe por excelencia al salvar la
vida, el viernes pasado durante el ataque terrorista a más de 80 000 espectadores
que presenciaban el partido de fútbol entre la selección local (Francia) y
Alemania.
Ni esto le ha servido, por ser musulmán, para acaparar la debida atención de
la prensa gala ni occidental.
80 000 salvados. Debía ser el hombre del día, de la semana, del mes,
del ano y del siglo. Pocos…muy poco… casi ninguno tiene esta providencial ocasión
de salvar 80 000 vidas humanas. Pero Zouhair es musulmán. ¿O acaso deberíamos
añadir que nadie es perfecto?
80 000 vidas humanas (en este caso en su inmensa mayoría francesas)
salvadas. Más que heroísmo una actitud digna de lo que es Zouhair: musulmán… el
verdadero musulmán.
Y es que tratándose de una excepción que confirma la regla (una de las
incontables que existen en la
Francia de Hollande) el heroico acto del musulmán Zouhair ha
atravesado el mudo del silencio deliberado y orquestado ha podido llegar a
cierta prensa francesa y americana para la cual el joven musulmán ha evitado a
Francia una catástrofe que podía haber sido decenas de veces mas trágica que la
provocada por la serie de atentados simultáneos en la capital francesa que
causaron, recordémoslo 129 muertos y decenas de heridos.
Unos que matan cobardemente y se destaca cobardemente su “religión” y otro
que salva heroicamente y se trata de ocultar escandalosamente esta misma religión.
Y entre la entrecomillada religion de los primeros y la verdadera del segundo
hay todo un mensaje que nadie, por màs que se haga, puede borrar.
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