Circulo Universal de Embajadores de la Paz De nuestro Embajador Elías D. Gelati (la Argentina)







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                                      Se ha muerto mi niño

se ha muerto mi amor
la tierra transida
está de dolor
mucho ha suplicado
este pueblo Qom
mas no ha logrado
tener el honor
de ser escuchado
por quien lo debió
pues padre de todos
es en el dolor
ha muero mi niño
Ha muerto mi amor

LA DESESPERACIÓN

Los acontecimientos de los últimos días, las migraciones de familias huyendo de la guerra y de la miseria, la realidad de muchos sectores en países de todos los continentes nos muestran un estado de desesperación social propio de épocas de desastre o contiendas bélicas mundiales.

La desesperación es la pérdida total de la esperanza, es la alteración extrema del ánimo causada por el enojo, el despecho, la tristeza, la ira, la desazón y el convencimiento que es irreversible.

Es una emoción provocada por la pérdida total de confianza en el futuro que aprisiona a la capacidad de realizar valores esenciales, considerando que no hay lo mínimo necesario para la existencia biológica.

La culminación es la pérdida del sentido de la existencia que lleva a la desesperación existencial, el hombre no puede razonar, obra impulsado por la desesperanza y huye, a veces sin sentido, ni brújula, ni control.

Sin embargo esta situación puede servir al hombre para conocerse mejor y entender  a          que contenido tiende su ser con irrevocable necesidad.

La desesperación es en sí una alteración del normal sentido de la existencia, la que debe ser positiva y esperanzada.

Esta alteración lleva también a consecuencia sociales muy negativas, ya que se produce un efecto disparador, que provoca el contagio, no sólo de aquellos que están en contacto con la desesperanza, si no también de los que como meros observadores atan cabos, y reflexionan sobre la situación, viéndose ellos mismos sujetos a la desesperanza.

Pareciera un efecto similar al que cuenta Dante en el Infierno de La Divina Comedia, donde la razón entiende el orden de las penas y prefigura una jerarquía del mal.   

"Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate", abandonar toda esperanza, ya no existe ninguna más.

Es la absoluta desesperación de quien sabe que no tiene otra posibilidad y que todo está perdido para siempre.

Que sucede en nuestra humanidad, para que sean puestos muchos de nuestros hermanos en esta situación, de imposibilidad absoluta, y que prefieran abandonar todo, aún sus raíces profundas y su lugar en el mundo, huyendo descontroladamente, sin evaluar los riesgos, ni lo que pueda pasar, aún la misma muerte.

Hay un doble juego perverso, el de aquellos que expresamente o por omisión ponen a cualquier ser humano en situación de desesperación, y de aquellos que lo abandonan a su suerte, sosteniendo que no es de su incumbencia, que no les toca, y nada tienen que ver con su situación.

En la historia del hombre, la negación y la transferencia son moneda corriente en el quehacer psicológico del individuo y las comunidades.

Desde el contenido del  Génesis, en el cual Caín interpelado por Dios, contesta "soy acaso el guardián de mi hermano", hasta las últimas y trágicas consecuencias de las conductas emergentes del "yo no fui", o "yo Argentino", o " a mi que me importa", como el más burdo y perverso de "en que voy o cuánto me toca", la humanidad se ha negado a asumir su responsabilidad de ser en realidad el guardián de su hermano, y compartir el camino y el futuro de todos.

Para ello se necesita ser humilde, solidario y creer en la misericordia, lo que hace que los rasgos de bondad nos iluminen y se proyecten sobre nuestros semejantes, nuestros prójimos y los que necesitan de nosotros.

Hiere a la dignidad humana, ver como se conducen inmersos en su desesperación los que huyen de la guerra y de la miseria, y como se contagian y en su desesperación quieren impedir el acceso a sus lugares y a sus comodidades, los que gozan de un bienestar  y una buena vida.

En esta hora y en esta ocasión no cabe la indiferencia.

Debo asumir mi deber, en razón de la realidad que me rodea, y no asumirlo significa rechazarlo.

Porque tenemos un destino común, que hay que cumplir enalteciendo nuestra existencia, o dejarlo en un acto perverso y disvalioso.

El amor a si mismo conlleva el amor al prójimo, la misericordia es un rasgo de armonía interior que se proyecta en los demás y en verdad, lo que hago por el otro es un acto de justicia, debido como deber por mi condición y dignidad de hombre y la de mis hermanos.

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