El caos que ha seguido a la caída de Muamar
Gadafi en Libia demuestra otra cara del enfrentamiento en el mundo musulmán. Aquí
no se trata de la rivalidad sectaria entre chiíes y suníes, la mayoría de
libios profesan esta última rama del islam.
En principio, se trata de un conflicto entre
varias facciones: el gobierno de Tobruk (el internacionalmente reconocido),
Amanecer Libio (una coalición de islamistas apoyados por los Hermanos
Musulmanes), los salafistas de Ansar al Sharia, la rama del Estado Islámico en
el país, y los tuaregs.
Pero más allá de este escenario inicial, y tal y
como apunta Oxford Research
Group, en Libia se está
disputando una lucha entre los Estados que apoyan a los Hermanos Musulmanes y
su visión de un islamismo político (Turquía y Qatar), y los países que quieren
limitar los movimientos surgidos tras la Primavera Árabe y defiende el orden tradicional
en el mundo árabe (Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí en un papel
secundario respaldan al gobierno internacionalmente reconocido).
La implicación de potencias extranjeras llamó la
atención en agosto de 2014, cuando aviones de Egipto y Emiratos Árabes Unidos
(EAU) bombardearon el aeropuerto de Trípoli que había caído en manos de
Amanecer Libio. Por su parte, Qatar, Turquía y Sudán sólo reconocen prestar
apoyo financiero. Aunque varios barcos han sido interceptados transportando armas desde puertos turcos hacia Libia.
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