Hacia un calor asfixiante. Los
gemidos de Edna, las voces y gritos de los niños fuera y de canicas que juegan
en el piso de arriba y el miedo de que a alguien se le ocurriera averiguar lo
que pasaba en aquella habitación, afilaban más su sentido de responsabilidad. “Que
Dios me Perdone”. La frase le recordaba extrañamente otra de su padre en cierto
día del otoño martileño.
Cada vez que trataba de
recordar la vida… su vida, antes de surgir en ella, sin anuncio previo Edna y
los nuevos sueños, una espesa nube cubría su memoria y su mente. Sin embargo seguía
insistiendo en imaginar lo que hubiera podido su vida sin ella. Jugaba con la
melena rubia de Edna, contemplando el color muy azul de sus ojos que le
recordaban un Océano que conocía poco…muy poco. “El Mediterráneo es mejor, pero
sus ojos mejor que ambos”. Ahora veía enormes olas inhabituales en su Mediterráneo,
mientras pasaba sus dedos por los labios y los pequeños senos de Edna, creyendo
sentir los latidos de su corazón.
Además de consejo, la noche trajo,
lo que le marcaría para siempre. Observaba como Edna tenia cerrados los ojos y
no los abría, sino para quitarse el pelo de su frente, quedándose, después de
un rato profundamente dormida. “Parece un ángel” dijo antes de enlazar “Que
Dios me Perdone”.
Era tarde, pero se sentía
incapaz de despertarla. Se levanto sigilosamente y se dirigió, de puntillas, al
lavabo. Volvió el rostro. Allí no había ni túnicas ni rosarios. Una habitación
normal de un hotel tetuani, sin cruces ni altares, pero una avalancha de imágenes
y recuerdos que se entremezclaban entre el pasado y el presente. Creía sonar.
Lo veía todo irreal y el cuerpo de Edna que yacía resplandeciente para
recordarle que era el presente y la… realidad y realismo. Se quedo mirándola
fijamente sin saber por qué sentía una tremenda gana de contarle aquello de “me
desperté empapado de lágrimas y sudor. Durante toda aquella noche lloré por la
muerte de mi gato que amaba tanto, hasta la madrugada cuando me acordé de que
yo no tenia gato, nunca amé a ningún gato, que no me gustaban los gatos, que prefería
al ser humano y bla…bla…bla”.
Entonces sintió una irresistible
tentación de ser un turista por este mundo… un simple pasajero que tenga que ir,
que desaparecer, que venir, ver y volver. A él le gustaba mucho volver… a todo
y a todos. “Volver es vivir” solía recitar solo. Un simple visitante, sin obligación de n ocios y conceptos patrióticos ni de
acatar ordenes sociales ni valores morales ni abstractos derechos y deberes,
con una total indiferencia ante lo que pasa o pudiera pasar…
Se puso a pensar las fronteras
entre el bien y el mal, entre la virtud y el pecado, entre el amor y el odio, entre
lo lícito y lo ilícito, entre la vida y la muerte.
Sabía que era incapaz de
formar correctamente una idea. Se esforzaba en no deslizarse hacia la
incongruencia y la desfachatez. Desde hace unos instantes dejo de distinguir
entre la realidad y la ficción.
Edna parecía sonreír… más que
una cama, aquello parecía una cuna.
Mañana: capitulo
XIII Sin peajes (primera parte)
Comentarios
Publicar un comentario