Sin poder evitarlo, se
encontró escuchando otro de los extraños relatos de los mutilados de la Plaza Feddan. Hasta él llegaba
la ronca pero aun viva voz del anciano contando a un reducido grupo de
ancianos:
-
Avanzábamos en un
estrecho corredor en Ávila, contaba el mutilado, apoyándose en unas improvisadas muletas con las que ilustraba un fusil, cuando, nervioso Lamed me
hacia señales de la presencia enemiga al otro lado de la colina, sin pensarlo
dos veces comencé a disparar por el verde campo de cebada… bueno, creo yo.
-
¿Y qué pasó luego?
preguntó otro mutilado desde su silla de rueda?
-
Qué va a pasar, cono
Jay Dris. Tú ya lo sabes. Era como en tu frente de Madrid. Las balas silbaban
por todos lados.
-
Y vosotros ¿estabais
bien cubiertos?
-
La verdad es que no lo
pensamos hasta comenzar a llover pólvora.
-
¿Y qué hicisteis?
-
Pues nada, avanzando
por las crecidas hierbas para protegernos encontramos tres cadáveres y un
joven, no más de 17 años que soltaba unos gemidos como los de un león. El pobre
muchacho suplicaba que se le salvara. Le salía la sangre de todo: orejas, boca,
nariz. En fin el muchacho estaba medio muerto
-
¿Y la enfermería?
-
Pero Jay Dris, ¡qué
enfermería ni qué niño muerto
-
Sigue… sigue
-
¡Error grave! grito el
que estaba en una chafallada silla de ruedas que tenia aspecto de un oficial.
Nunca debiste penetrar en el campo sin verificar antes de que no se trataba de
una emboscada
-
Yo me limitaba a
ejecutar las ordenes
-
¿De quién? Volvió a
preguntar
-
Del sargento que
conocía el terreno como la palma de la mano
Hach Ahmed ben Ali sintió una
gota de sudor que se deslizaba por su frente. “No tienen donde caerse muertos y
siguen con sus chorradas”. Solo Marta hubiera podido explicar tan surrealista
actitud. Fue ella quien le dijo una vez que el bando nacionalista español se
había llevado de Marruecos a los más desheredados con la promesa de una barra
de pan y un poco de queso o una lata de
sardinas. “Desde el patrón de Tetuán el general andalusí Sidi Al Mandri ningún
tetuaní volvió a participar en ninguna guerra… ni en España ni en el Quinto C”.
A través de su acento, su
manera de contar y sus gestos se podía observar fácilmente que no eran hijos de
Tetuán, aunque, una vez terminada la guerra el general Mola los devolvió a
Marruecos, pero a Tetuán. La inmensa mayoría de ellos sin un, dos o más
órganos. Ninguno de un solo trozo.
Antes de salir de Marruecos,
Marta le había contado tantas cosas, de México, de España, de su guerra civil,
de la participación marroquí en ella y en todas las contiendas y sobre todo de
la época de rosas en su Cuernavaca natal donde la primavera, le decía Marta
nunca se eclipsa. “¿Pero, donde estaría ahora Marta? ¿Qué estaría haciendo? ¿Se
acordaría de mi?”
El viejo mutilado seguía
contando con gestos teatrales que atraía a la gente n o por la calidad del
relato, sino por los movimientos que hacia con un solo pie con las muletas en
la mano en forma de un fusil.
En su estrecha callejuela no
se veían más que banderas rojas, con una estrella verde y retratos del sultán
Mohamed VI de todos tamaños. Grandes y pequeños, muchos sin saber ni su sentido
ni su alcance, preparaban la
Fiesta del Trono. La gente parecía más segura que antes. Los
pocos españoles, de origen modesto, que seguían viviendo en el casco viejo,
ayudaban en el adorno y el decorado de las calles. La fiesta era de todos.
Pocos anos después muchos de estos españoles desaparecieron sin decir
adiós…repatriados por las autoridades españolas.
En casi todos las calles y
barrios de Tetuán las disputas entre militantes del Partido del Istiklal y de
Achura y el Istiklal terminaban casi siempre en puñetazos libres.
Los pequeños colgaban a todos
los transeúntes del casco viejo las banderitas nacionales a cambio de unas
monedas que dicen van a servir para adornar la calle o callejuela. Era la
euforia nacional aun en estado embrionario.
Mañana
capitulo XI: Rosas y claveles (tercera parte)
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