Edna debía estar ya lejos… muy
lejos. Pero fresco estaba aun el recuerdo de su silueta angelical. Estaba allí,
en su mente, en su recuerdo, en sus entrañas…inoxidable.
Desde el cristal semi-opaco de
su habitación Nº 212 del hotel Parador de Layun, admiraba como ondeaba de
manera señorial una enorme bandera roja con una estrella verde en el centro al
ritmo de un suave viento de la tarde saharaui. Ni era vals ni tango. Era, pensó,
el coqueteo de una identidad marroquí. Lo pensó, lo pronuncio y lo siguió con
una larga carcajada de satisfacción.
-
Pero ¿Qué te pasa? Le preguntó
Jaled
-
Nada. Locuras de la
tarde.
-
¿Qué?
-
Recuerdos que no se
cuentan, reflexiones intimas
-
Tú y tus reflexiones. Ríes
como un loco
-
En el fondo lo soy
Sin saber por qué se acordó de
toda una terminología infantil de su Tetuán natal. Entonces, en el fondo de si
mismo, entre papel y papel, idea e idea y un sueno que se quedo a me nudo seco, sintió una irresistible gana
de devorar todo el contenido de la magnifica biblioteca del profesor Ben Azuz Hakim[1].
Se preguntaba por qué se le llenaban los ojos de lagrimas cada vez que
recordaba su ciudad, por qué se pasaba la vida buscando argumentos para acusar
a propios y extraños de negligencia y descuido de la historia y del presente de
su ciudad.
De nuevo sonrió al recordar
que, de pequeños, llamaban a la enorme chilena de la fábrica de electricidad, “el
sexo del mundo” y al genial actor Charlie Chaplin “Chalet el marica” y a todos
los que no tenían referencias familiares “hijos de Fetuma y de padre soldado”.
“la verdad es que es muy
original. Solo ellos, nosotros, los tetuaníes podemos derrochar tanta imaginación”,
pensó.
Sabia que ya nunca volvería a
ver al M’ssamri[2] y su caravana de
burros de carga y descarga. “Era un medio de transporte como cualquier otro”,
dijo antes de recalcar “era el único”.Trataba de recordar los rostros de Si M’feddal
Al Naghnoghi, ni al mítico Sidi Allal Chopera, ni a “Zra’h ukuwon” ni a “setenta
y siete cestas”. Ya nunca volvería a escuchar las barbaridades de los “retirados”
del Feddan y ya nadie vendría a Rabat para pedirle intervenir ante las
autoridades diplomáticas para que le pagaran su pensión “porque llevo dos anos
sin cobrar”.
Ni era bondad ni malicia. Era
su forma muy atávica de hacer resucitar un pasado que él creía inédito y que lo
quería llevar dentro de si y no olvidarlo nunca. “Herfat buc laygelbuk”[3]
repetía solo.
-
No me digas que no te
pasa nada
-
¿Por qué?
-
Llevas un rato
sonriendo, casi llorando y al final te pones a hablar solo
-
¿Y qué?
-
Que no es normal, tío
-
No tiene nada de malo
“¿Y si supieran en qué estoy
pensando ahora?” Se preguntó inquieto. Le acaban de interrumpir justamente
cuando el filme del recuerdo llegaba a donde quería llegar: Edna que se
desnudaba, con su pelo rubio merced a un viento que no soplaba y un apetito
sexual que se despertaba.
Saco la medalla que le había
regalado un día Edna, la beso y la volvió a colocar donde estaba. “¡Era
magnifica!”.
Las tardes de Layun son únicas.
“Tiene razón quien dijo que en la inmensidad del Sahara descubrí a Dios”.
Él había descubierto muchas
otras cosas…
Mañana: capitulo
XII: El otro pecado (segunda parte)
Comentarios
Publicar un comentario