Como una rosa flotando en un lago estancado, con su pelo largo y
salvajemente esparcido en su frente, merced y presa de una lluvia otoñal, como
un cuadro crucificado, un poema mortalmente herido o una sinfonía en oídos de
un sordo.
Así lo veía: pájaro enjaulado, derecho pisoteado, deseo frustrado, sueño
fusilado y lágrimas de una conciencia incautada. Sabía y no quería aceptar que
ni era cruz ni media luna. Estaba enigmáticamente seguro aunque se resistía a
admitirlo que eran/son corazones sin fronteras y probablemente sin credo. Amó y
allí estaba herido a muerte o a la blasfemia. El nuevo y extraño sentimiento
(para él) le enseñó una nueva cultura de tolerancia, las virtudes de la indulgencia,
las cualidades del perdón y de la comprensión y, paradójicamente, al mismo
tiempo, potenció su fe musulmana.
Toda una metamorfosis…
Llevaba dos años que, después de rezar cada una de las cinco oraciones
prescritas del día, perdía contacto con su entorno terrenal comenzando largas y
a menudo, abstractas plegarias por la pureza del alma humana.
« Los que recuerdan Dios y las que recuerdan a Dios, Dios les Ha
Preparado un perdón y una enorme recompensa »[1].
-
Dios mío. Se que he pecado. Pido perdón aunque persisto
en el error. Se que debo olvidarla pero nunca podré sin Tu ayuda. Tu eres el
Omnisapiente y el Todopoderoso.
Jamás perdió su calma y su serenidad. Hach Ahmed Ben Ali hubiera preferido más
transparencia en este providencial curso de los acontecimientos. Pero, al mismo
tiempo, era consciente de que no siempre ocurre lo que nosotros deseamos que
ocurra, sino simple y racionalmente lo que tiene que suceder.
Y así fue…
-Dios es Grande, pensaba, y además, seguía pensando, Clemente, por ello voy
a acudir a la cita.
Lenta pero firmemente, avanzaba hacia la barcaza a marrada en Darya del
Hassani. El trayecto de menos de 100 metros desde la única mezquita de Río Martín,
donde acababa de rezar la oración del Fayr[2],
le pareció interminable… una eternidad. La indecisión le atormentaba. No
vacilaba pero casi daba razón a los que,
como Si Omar, amigo de toda la vida, en parte la tenían.
-No te vayas, Hach, le suplico su viejo amigo, sabio entre los sabios y el más
fiel entre los fieles amigos.
Entre suplica y reproche a dos dedos de insulto, Si Omar le cerraba el
camino con su Yelaba[3]
para que no se vaya.
Hach Ahmed Ben Ali no respondia. Se colocó sus babuchas, volvió a ponerse su
taquia[4]
y se fue lenta pero inexorablemente como si supiera el gran
« riesgo » que corría y lo asumía.
Desde atrás escuchaba la voz ronca pero perdida entre la tas consecuencia
de la humedad matinal de Si Omar que casi le asfixiaba:
-
Estás dando qué
decir alas malas lenguas, le dijo gritando para que lo escuchara todo, antes de
concluir, esta vez en voz baja: « que tienes razón, ¡coño! »
Volvió la cara y más por telepatía que por otra cosa, dijo a su amigo,
seguro de que no le podía escuchar, que sabia que era muy buena persona y muy
honesto, pero que no estaba obligado a meterse en sus asuntos personales. Sonrió
y siguió su camino, convencido de que Si Omar no le escucho.
-Nadie puede hacer nada… ni siquiera yo.
L’Hassani era un personaje que inspiraba respeto. Nadie nunca le escuchó
hablar pero todo el mundo le comprendía perfectamente.
(Mañana: Segunda parte del Capitulo III)
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