Había soñado
mil noches con todo lo que veía. Sin embargo, como Lavosier, sabia
pertinentemente que nada se pierde, nada se crea, todo se transforma.
Efectivamente,
para él, todo estaba exageradamente transformándose.
-
Será el sueño, pensó
No se
acordó donde había leído que el progreso es
un juego maravilloso y nada impedirá al hombre, este eterno niño, a
jugar aunque el juguete pudiese explotarle entre sus manos.
No había
vuelto al “Jinui”, e barrio donde nació, creció y sufrió desde hacia 40 años.
Lo encontró totalmente cambiado.
-
Es el progreso que ha
llegado hasta aquí, murmuró
En la pequeña
y serpeante callejuela “Derb El-Jedem” donde vivió, tuvo la impresión de oler
el “rancho” del comedor popular que existía allí durante la ultima década de la
era del protectorado español. Le pareció escuchar incluso los eternos gritos
del gerente “Si Abdeslam” y los “Si señor” también gritados pero de manera
hipócrita por el criado, pero polifacético “Achaa’cha”. Cerro los ojos y se
puso a recordar, durante un instante, el desfile de los huéspedes del comedor,
los cuales, con sus estados físicos, sus rostros perdidos en la miseria y sus maneras de actuar monótonas, casi
folklórica, sin ser rojos ni nacionalistas, ni siquiera españoles, ilustraban
cabalmente la situación en la
España de los años 40… a excepción que ellos, por haber
“contribuido” a la victoria franquista, sí tenían derecho a pan blanco y platos de lentejas “decentes”.
Lejos
quedaban los tiempos en que “Shlomo” un judío
tetuaní de pura cepa y Fatma una musulmana de los arrabales de Tetuán,
que ningún vecino conocía exactamente la naturaleza de sus vínculos,
regresaban, a la puesta del sol, con sus mulas y sus cosechas.
Al Hach
Ahmed Ben Ali le entraron unas irresistibles ganas de barajar las posibilidades
de cómo termino aquella, cuando menos, anti-natural relación.
Daba la
sensación de que en Tetuán, victima y victimarlo lograron tejer relaciones de
coexistencia pacifica, lejos de la Inquisición y cerca… muy cerca de la cultura de
la tolerancia.
Las
calles estaban ahora asfaltadas. Con pasos lentos, se dirigió hacia la casa
donde transcurrieron los primeros anos de su vida. De vez en cuando le invadían
extrañas sensaciones y sentimientos como si acababa de penetrar en un túnel del
tiempo, pasando velozmente por su perturbada mente mil recuerdos de una
infancia dilapidada en preguntas sin respuestas. Tanto que, llego incluso a
vacilar, pero siguió adelante.
-
Pero, hombre, ¡Qué
pasa! Se pregunto en un alarde de ejercicio para una mayor valentía… nostálgica.
Siguió
con su paseo. La puerta de la casa no había cambiado.
-¡Santo
Dios! Es la misma. ¿Cómo ha resistido al tiempo y sus vicisitudes.
El resto
cambio poco, las mismas ventanas aunque
un poco, a pesar de su aspecto de haberse sido pintadas mil veces, vetustas,
los mismos muros aunque parecían cansados de tantas historias y de tantos
sucesores y la misma azotea, que se asomaba de manera curiosa y desafiante…todo
seguía igual o casi… tanto que le pareció escuchar la voz de su hermana mayor reprocharle
haber regresado a casa tarde.
Reunió
sus fuerzas y dio unos tímidos golpecitos en la puerta, echándose hacia atrás
para observar si alguien se asomaba desde arriba. Desde dentro de la casa se
oyó una voz que preguntaba:
-
¡Chkuuuuuuuuuuuun![1]
-
¿Puedo preguntarle
algo señora? Respondió de manera improvisada como si tuviera miedo de descubrir
algo que no quería
Se abrió
la puerta y apareció una mujer de unos 55 anos, con las manos aun en la masa,
peleándose con el velo que no cubría la totalidad de su rostro. “Parece una
mujer de buena pasta”, ironizo, sonriendo.
-
¿Qué desea, señor?
Preguntó
-
Verá, señora, me llamo
Hach Ahmed Ben Ali, hijo de …
-
De Hach Ali, le corto
la mujer con una aparente exclamación de regocijo. Muy buena gente. Hemos sido
vecinos. Me acuerdo de usted, de sus hermanas, sus hermanas, de su madre y de
todo cuando vivían Ustedes en esta casa que hoy es nuestra… Si, señor, muy
buena gente. Todo el mundo lo reconoce.
-
Quería pedirle un
favor: si es posible echar un vistazo al interior de la casa, cuestión de
nostalgia y de gratos recuerdos de la infancia. Usted sabe que yo nací y crecí
en esta casa.
La mujer
parecía encantada, como si de repente descubriera a algo que buscaba desde
hacia lustros.
-
Espera un instante, le
dijo de manera precipitada casi comiéndose las silabas por tanta emoción.
Entro un
instante y volvió secándose las manos que acababa de limpiar y colocándose
“decentemente” el mandil[2].
-
¿No quiere tomar nada?
-
No, señora, muchísimas
gracias. Es usted muy amable. Solo quiero volver a ver la casa para satisfacer
una curiosidad que me devora desde hace años
(Mañana: Capitulo II (Segunda parte parte): Entre dos rosarios)
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