“Grito Primal” de Said Jedidi. Hoy II parte del Primer capitulo: Río Martín 1375



Marta tenía razón cuando juraba que no comprendía por qué no había, hasta entonces, ningún tipo de susceptibilidades entre la xenofobia y el racismo colonial.
No cabía duda: en Rabat tenían prisas en mandar, no importándoles más que Rabat y Casablanca. Parecía que Tetuán y el resto del “Marruecos español” se había recuperado “porque si…y como sea”.
-         Los autóctonos, solía comentar, con más o menos legítimos derechos a repudiar a los extranjeros y los colonizadores con “justificados” deberes de discriminar a los sometidos, aceptaban, cada cual a su manera, sus destinos. Algo así como un convenio sobre una coexistencia y una cohabitación, dictadas pero no acatadas por ninguna de las partes, por la proximidad geográfica y por futuros y controvertidos intereses geopolíticos y económicos.
-         De hecho, exclamo de repente, como si recordara una sagrada incumbencia moral, ¿Qué será de Marta?
-         Lo sé y no quisiera saberlo, respondió a si mismo.
Entre sonrisas y lágrimas, se puso a barajar las perspectivas.
-         ¿Qué será de Marta? volvió a preguntarse.
Sin saber por qué, comenzó a recitar sonriente y religiosamente lo que escribió una mañana ramadanesca, se lo recito, habiéndole gustado mucho a Marta: “Me alejaron de ti, amor, hablándome de patria, como si fuera mía, yo, que entre tita y tía siempre amé a otra tía”.
Miro su pequeño reloj de pulsera (en Tetuán era uno de los pocos que lo tenían) haciendo un sobresalto.
-         ¡Santo Dios! Son las 9. Hace un siglo eran las 9 menos 5. El tiempo no pasa… sin Marta no creo que pasará.
Aunque él era musulmán, profunda y sigilosamente practicante, que nunca necesito, a pesar de ser adulto aunque sin vacunar, la inmensidad del desierto para descubrir a Dios, era conciente de la mortal amenaza que constituía el irreversible avance de las manillas del reloj. Sentía un miedo atroz de ser condenado por haber amado, ama y seguramente seguirá amando a…una monja. Entre el cruel silencio, la tortura de un futuro incierto entre los suyos y la esperanza de que Dios Sea, como le dijeron siempre, Generoso, Clemente y Misericordioso, solía repetir mil veces: “Veremos, dijo…el ciego”.
Sabia por intuición que, siendo cristiana y además monja, para todo el mundo en Río Martín, pese a su inmensa bondad y su ilimitada generosidad para con propios y extraños, Marta era una infiel, pero encontraba cierta consolación, pensando que en el fondo todo es relativo. “Al fin y al cabo, yo también lo debo ser para ella y para los de su credo” admitía no sin un enorme esfuerzo de imaginación, buscando pretextos  para justificarse.
Joan Manuel Serrat no había cantado aun “La mujer que yo quiero…” Ni Jaques Brel “No. No me abandones”…”.
Una espesa nube cubrió su atormentada mente cuando se acordó de aquél día, cuando le dijo a Marta que por no haber estado nunca casada coincidía con lo que está escrito en el epitafio de Abi Al-Álava Al Maari, quien al sentir cercana su muerte pidió que en su epitafio se escribiera la siguiente frase: “Este es el crimen que cometió mi padre contra mi y que yo no cometí contra nadie”
-         Su padre, explicó Hach Ahmed Ben Ali a Marta, cuando ésta le dijo que no entendía el sentido de la frase, lo trajo al mundo y murió. Él, Ma’ari nunca se había casado, no ha tenido hijos y por tanto nadie que él  trajo al mundo, morirá.
Se acordó también cuando, tal vez para consolarlo un día, Marta le reveló que no fue solo Francisco Franco quien se había llevado a los marroquíes a combatir en una guerra que no era suya y a “defender” una causa ajena. La republica española, preciso Marta con un grave tono acusador, utilizo a sus padres como carne de canon para sofocar la llamada “Sanjurjada” (la rebelión del general Sanjurjo) en Sevilla.
“Era, como solía concluir siempre Marta, el triste e insolvente destino de la historia, de la relación colonizador-colonizado, que el general Emilio Mola revelo en sus “Memorias”.
Sin saber por qué, se le pasaron por la mente, los hermanos dentistas Martínez, gracias a los cuales la mayoría de los tetuaníes o por lo menos la burguesía y los que descubrieron la nueva ciencia[1] tienen buenos dientes, el  genial fotógrafo Florido y el inolvidable Dr. Duaso a quien Tetuán y sus autoridades le inmortalizaron a titulo póstumo con un “paseo” por sus “enormes y nobles servicios a la saluda tetuani”.
 El Sr. Parra seguía allí, como debía estar: una auténtica institución tetuani. Gracias a él, Tetuán tuvo su “Atlético” pudiendo muchos tetuaníes ver jugar en su estadio de la Hípica a Alfredo Di Stefano, Ladislau Kubala y Lesmes.

Solo la Zauya del Harrak[2] podía competir con estos grandes caballeros-símbolos de Tetuán que llevan su nombre actualmente más de 312 ciudades y localidades de España y América Latina, más de 529 calles y callejuelas y más de 314 avenidas principales.
Más se…gano en Tetuán.

(Mañana: Capitulo II (Primera parte parte): Entre dos rosarios)

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