Marta
tenía razón cuando juraba que no comprendía por qué no había, hasta entonces,
ningún tipo de susceptibilidades entre la xenofobia y el racismo colonial.
No cabía
duda: en Rabat tenían prisas en mandar, no importándoles más que Rabat y
Casablanca. Parecía que Tetuán y el resto del “Marruecos español” se había
recuperado “porque si…y como sea”.
-
Los autóctonos, solía
comentar, con más o menos legítimos derechos a repudiar a los extranjeros y los
colonizadores con “justificados” deberes de discriminar a los sometidos,
aceptaban, cada cual a su manera, sus destinos. Algo así como un convenio sobre
una coexistencia y una cohabitación, dictadas pero no acatadas por ninguna de
las partes, por la proximidad geográfica y por futuros y controvertidos
intereses geopolíticos y económicos.
-
De hecho, exclamo de
repente, como si recordara una sagrada incumbencia moral, ¿Qué será de Marta?
-
Lo sé y no quisiera
saberlo, respondió a si mismo.
Entre
sonrisas y lágrimas, se puso a barajar las perspectivas.
-
¿Qué será de Marta?
volvió a preguntarse.
Sin
saber por qué, comenzó a recitar sonriente y religiosamente lo que escribió una
mañana ramadanesca, se lo recito, habiéndole gustado mucho a Marta: “Me
alejaron de ti, amor, hablándome de patria, como si fuera mía, yo, que entre
tita y tía siempre amé a otra tía”.
Miro su
pequeño reloj de pulsera (en Tetuán era uno de los pocos que lo tenían)
haciendo un sobresalto.
-
¡Santo Dios! Son las
9. Hace un siglo eran las 9 menos 5. El tiempo no pasa… sin Marta no creo que
pasará.
Aunque
él era musulmán, profunda y sigilosamente practicante, que nunca necesito, a
pesar de ser adulto aunque sin vacunar, la inmensidad del desierto para
descubrir a Dios, era conciente de la mortal amenaza que constituía el
irreversible avance de las manillas del reloj. Sentía un miedo atroz de ser
condenado por haber amado, ama y seguramente seguirá amando a…una monja. Entre
el cruel silencio, la tortura de un futuro incierto entre los suyos y la
esperanza de que Dios Sea, como le dijeron siempre, Generoso, Clemente y
Misericordioso, solía repetir mil veces: “Veremos, dijo…el ciego”.
Sabia
por intuición que, siendo cristiana y además monja, para todo el mundo en Río Martín,
pese a su inmensa bondad y su ilimitada generosidad para con propios y
extraños, Marta era una infiel, pero encontraba cierta consolación, pensando
que en el fondo todo es relativo. “Al fin y al cabo, yo también lo debo ser
para ella y para los de su credo” admitía no sin un enorme esfuerzo de
imaginación, buscando pretextos para
justificarse.
Joan
Manuel Serrat no había cantado aun “La mujer que yo quiero…” Ni Jaques Brel
“No. No me abandones”…”.
Una
espesa nube cubrió su atormentada mente cuando se acordó de aquél día, cuando
le dijo a Marta que por no haber estado nunca casada coincidía con lo que está
escrito en el epitafio de Abi Al-Álava Al Maari, quien al sentir cercana su
muerte pidió que en su epitafio se escribiera la siguiente frase: “Este es el
crimen que cometió mi padre contra mi y que yo no cometí contra nadie”
-
Su padre, explicó Hach
Ahmed Ben Ali a Marta, cuando ésta le dijo que no entendía el sentido de la
frase, lo trajo al mundo y murió. Él, Ma’ari nunca se había casado, no ha
tenido hijos y por tanto nadie que él
trajo al mundo, morirá.
Se
acordó también cuando, tal vez para consolarlo un día, Marta le reveló que no
fue solo Francisco Franco quien se había llevado a los marroquíes a combatir en
una guerra que no era suya y a “defender” una causa ajena. La republica
española, preciso Marta con un grave tono acusador, utilizo a sus padres como
carne de canon para sofocar la llamada “Sanjurjada” (la rebelión del general
Sanjurjo) en Sevilla.
“Era,
como solía concluir siempre Marta, el triste e insolvente destino de la
historia, de la relación colonizador-colonizado, que el general Emilio Mola
revelo en sus “Memorias”.
Sin
saber por qué, se le pasaron por la mente, los hermanos dentistas Martínez,
gracias a los cuales la mayoría de los tetuaníes o por lo menos la burguesía y
los que descubrieron la nueva ciencia[1]
tienen buenos dientes, el genial
fotógrafo Florido y el inolvidable Dr. Duaso a quien Tetuán y sus autoridades
le inmortalizaron a titulo póstumo con un “paseo” por sus “enormes y nobles
servicios a la saluda tetuani”.
El Sr. Parra seguía allí, como debía estar:
una auténtica institución tetuani. Gracias a él, Tetuán tuvo su “Atlético”
pudiendo muchos tetuaníes ver jugar en su estadio de la Hípica a Alfredo Di
Stefano, Ladislau Kubala y Lesmes.
Solo la Zauya del Harrak[2]
podía competir con estos grandes caballeros-símbolos de Tetuán que llevan su
nombre actualmente más de 312 ciudades y localidades de España y América
Latina, más de 529 calles y callejuelas y más de 314 avenidas principales.
Más
se…gano en Tetuán.
(Mañana: Capitulo II (Primera parte parte): Entre dos rosarios)
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