Algo le decía que aquella era la ultima vez que veía el mar. No le gustaba aquella intuición. Tenia alma de marinero y solo la muerte le podía alejar del mar. Se sentía poco inspirado pero no le inquietaba mucho. Sabía que no era más que la incertidumbre en torno a lo que sucedía y podía seguir sucediendo. Lo sabia y nunca dudó de que aquél momento llegaría cuando menos lo esperaría. Ahora que había llegado le parecía que las lejanas luces de los pesqueros que atracaban o atravesaban las costas de Martil dejaron de baliar como antes
-
Debe ser una sensación,
pensó
Desde lo alto de “mar y sol”
donde le gustaba tomar su te de las tardes todo le parecía postrado.
-
Con este te de la
tarde, estoy hecho todo un inglés, comentó irónicamente, sin dejar de “inspeccionar”
el inevitable “paseo”, auténtico patrimonio veraniego tetuaní, que parecía
comenzar a dar signos de un cansancio mortal. No parecía dispuesto a seguir
luchando con la “Cornisa” que le arrebataba, poco a poco, el protagonismo nocturno
entre los veraneantes. Una música popular provenía de una de las improvisadas
tiendas de bocadillos que proliferaban ahora en el legendario “paseo”, hasta
hacia poco la única avenida marítima de la localidad.
-
¡Qué horror! Exclamó antes
de cerrar los oídos con las mangas de su chilaba.
En frente, extendidas en la
fina arena del magnifico litoral, cual bandadas de palomas, en un impecable
orden y casi disciplina, decenas de familias tetuaníes solían tomar su te de la
tarde con pastelitos caseros, envueltos primorosamente en pañuelos artesanales
de seda, mientras que sus hijos y sus
hijas recorrían el “paseo” de punta a punta, luciendo la ropa que acababan de
comprar o los peinados que acababan de descubrir en los espacios publicitarios
de la primera de la televisión española.
-
¿Cuántos se casaron desde
aquí? Se acordó
Abajo, dejaron de brillar con
fuerza los “históricos” faroles aunque él, seguía tratando de recordar los
gritos de los vendedores ambulantes: “caramelos, chile, chocolate Maruja” pipas…”
antes de despertarse con la cruda realidad: abajo había un zafarrancho, los
vendedores ahora son de caracoles, churros marroquíes y hasta patatas fritas y
salchichas. La intensa capa de humo era insoportable, pero nadie se quejaba.
-
O esto o la mendicidad,
reconoció Ali ben Ahmed.
El panorama era otro, otro el
paisaje y el paisanaje… distintos y muy distantes.
-
Señor. Era el camarero
-
Un zumo de naranja y mi
te habitual.
Antes de que se vaya el camarero,
Ali ben Ahmed le dijo: “y si no te molesta dile a Si Mohamed que aquí está Ali
ben Ahmed.
-
de acuerdo, señor. ¿Otra
cosa?
-
No gracias, caballero
Desplegaba un enorme esfuerzo
para n o aparecer anormal. Saco un pañuelo de su bolsillo y se seco el sudor
que comenzaba a correr generosamente sobre su frente y mejilla. Sentía que le
temblaban las piernas.
- ¡Dios mío, es ella! Soltó esforzándose
en aparecer normal. “¡Y qué!” dijo como si buscara consolación.
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