Desde lejos, se vislumbraban
las siluetas de otros pasajeros de L’Hassani. Marta se perdió en una profunda
reflexión.
-
Escucha esto Marta, la
interrumpió con una voz grave Hach Ahmed Ben Ali. No es la primera que lo
cuento, pero me gusta contarlo y voy a tratar de no aburrirte. Seré breve.
-
No toma tu tiempo,
Hach. Desde que te conozco nunca has dicho algo superfluo. A veces me pregunto
si debo o no reconocer un día que fuiste y eres mi ejemplo.
-
Esto se llama honor.
No sigas que me lo voy a creer.
-
Es verdad… la pura
verdad. Pero cuéntame lo que me ibas a contar.
-
Me vas a tener que
soportar hasta el final.
-
Por su puesto. Esto
tiene pinta de emocionante.
-
Lo es y no lo es. En
fin es muy árabe: Érase un Califa abasita que se llamaba Harun Arrachid. El de
las Mil y una Noche y de muchas otras historias fruto exclusivamente de la
imaginación occidental. El Califa Arrachid tenia una esposa que se llamada
Zubeida y estando embarazada tuvo un extraño antojo. Resulta que paseando por
el magnifico jardín de su palacio, Zubeida vio un manzano frutal fuera de su
época. Pidió a su marido, que era de corta estatura, recogerle una manzana del
árbol, recurriendo Harun Arrachid a su primer ministro que se considerada en el
imperio abasita como el hombre fuerte del régimen. Se llamaba Jafa’ Al Barmaki,
un apellido por si mismo inspiraba toda una dinastía no árabe. El califa le pidió
que le cortara una manzana para su querida esposa. Al Barmaki lo intentó más de
una vez…en vano. Tampoco llegaba a las manzanas. Buscaba algo en qué apoyar
cuando el Califa Arrachid atrajo su atención con un gesto. “Ponte sobre mi
espalda, Jafa’ar, así alcanzarás”, le dijo Amir Al muminin[1].
“Ni hablar, señor, le cortó Jafa’a casi suplicando. “ ¿Me desobedeces?” le
ordeno secamente el Califa. “No señor”, respondió en voz baja, casi murmurando
Jafa’ar. “No te he pedido que subas sobre mis hombros, te lo he ordenado y mis
ordenes deben ser cumplidas” le reprochó Harun Arrachid irritado.”Así será,
señor, pero”, le rogó Jafa’ar. “Sin peros…”.
Total se
apoyo en los hombros del Califa y de pié sobre su espalda alcanzó la manzana
que se la entregó al califa quien a su vez la dio a su esposa Zubeida, la cual
al probar la manzana exclamó: “Es realmente deliciosa. Nunca he probado tan
dulce manzana”. “Además no es época de manzanas. ¿Quién es el jardinero aquí?”
preguntó el Califa. Inmediatamente le trajeron arrastrado a un anciano medio
muerto de miedo. “Pero, qué están haciendo. Por qué lo maltratan”, dijo
enfadado el Califa antes de preguntar al pobre jardinero: “¿Tú eres el
encargado aquí?”. “Si Señor, dijo el anciano asustado, suplicando. Yo soy el
jardinero”. “Pues, te felicito, hombre. Hacen un excelente trabajo. Luego me
dirán como han conseguido estas manzanas en tal extraña época. En espera pídeme
algo que quieres y no crees poder realizarlo”, le dijo Harun Arrachid al
anciano relativamente tranquilizado y con los ojos caso salidos de su orbita.
“Solo le pido su perdón, señor, y su indulgencia” respondió el anciano. “Debes
pedir algo. No te lo he pedido. Te lo ordené ¿Pero qué pasa aquí, por qué nadie
obedece al Califa?” “No señor es que… es que…” “Vas a dar a luz si o no”, le
cortó impacientemente el Califa. “Si es así, señor, le pido con todo el respeto
del mundo que me autorice a cambiar de apellido”, dijo el anciano balbuceando y
balbuciente. “¿Y como te llamas buen hombre?” le volvió a preguntar el Califa.
“Al Barmaki, señor” respondió el anciano casi llorando. “¿Y por qué” insistió
el Califa. “Es mi deseo. Mi señor me pidió hacer un voto. Este es y ningún
otro, señor”. “Acordado” le dijo el Califa, disponiéndose a abandonar con su
esposa y su séquito el magnifico jardín. “Mi señor, se atrevió a pedir el
asustado jardinero, lo quiero por escrito.
Asi lo
hizo el Califa aunque perplejo pero sin volver a preguntar por qué tanta
insistencia para cambiar un ilustre apellido.
Mañana
capitulo III (Quinta parte)
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