“Mi
señor, se atrevió a pedir el asustado jardinero, lo quiero por escrito.Así lo
hizo el Califa aunque perplejo pero sin volver a preguntar por qué tanta insistencia
para cambiar un ilustre apellido.
Años
después, el Califa Harun Arrachid descubrió por pura casualidad que su primer
ministro, Jafa’ar Al Barmaki se había casado secretamente con su hermana sin su
previo consentimiento ni acuerdo. Lo convocó a su palacio en Bagdad,
preguntándolo si era cierto lo que escuchaba.
-
Si señor, respondió el
providencial “cuñado”
-
¿Cómo puede suceder
esto en mi época, en mi nación y en mi familia? Pregunto el Califa fuera de si
-
Tranquilícese, señor
¿Quién mejor que yo para tener el honor de casarse con la hermana de Amira al
muminin?
-
Puede ser, pero con mi
previo consentimiento. Debía estar previamente informado antes de que lo
pensaras. ¿Acaso te han olvidado quién soy? ¿Por quién me tomas? Me pides
tranquilizarme. Te prometo, Jafa’ar que me tranquilizaré. Ya lo verás. En
espera sal de aquí.
Pero que un crimen, Hamrun
Arrachid lo consideraba como un error, grave e imperdonable. Un atentado contra
su dignidad y un desafío a la autoridad de la dinastía. Los errores a este
nivel de poder se pagan con la vida. Dio unas cuantas palmadas, saliendo un
contingente de gigantes con la espada en la mano. Eran de la guardia de reserva
del Califa que en un santiamén arrastraron al “atrevido” primer ministro,
cortando y tirando su cabeza a muchos metros del resto del cadáver antes de
despedazarlo.
Durante más de una semana, el
ejército recorría el imperio de punta a punta en busca de quien se llamara Al
Barmaki.
Fue entonces cuando alguien se
había acordado de que el jardinero de Amir al muminin se llamaba Barmaki.
Después del permiso de la corte un grupo de soldados penetro en el jardín del
palacio buscando al jardinero.
-
Eh… tú. ¿Cómo te
llamas?
-
¿Yo, señor?
-
Si tú, Abdelah
Barmaki.
-
No señor, Abdelah, si,
Barmaki con el generoso beneplácito de Amir al muminin no.
-
A ver, ¿Papeles debes
tener?
-
¡Claro que si! E
incluso muy especiales, dijo el viejo jardinero mostrando el papel que le había
dado el Califa cuando le pidió cambiar de apellido.
El jefe de los soldados no sabía
lo que leía. Volvió la cara asombrado y le dijo al viejo jardinero:
-
Yo juraría por Dios
que te conocía como todo el mundo como el jardinero del califa Al Barmaki.
-
En efecto. Tiene usted
toda la razón. Era Barmaki hasta el día en que vi a Jafa’ar Barmaki subir sobre
los hombros y la espalda del Califa. Entonces supe que era un mal augurio. Un
Califa es siempre un Califa y mal presagio es quien profane la regla del
respeto debido a un Califa. Supero entonces que se avecina una tormenta. El
resto todo el mundo lo sabe incluido el Califa y su esposa.
“Dame un poquito, nada más…”
cantaba Milud llevando otro vaso de agua a la mesa de al lado donde acaba de
sentarse un nuevo cliente.
Minutos faltaban para las 6 de
la mañana. Desde lejos se veían las siluetas de los que acababan de atravesar
el río con L’Hassani, avanzando con dificultad debido a los bultos que
llevaban.
-
¿Qué día es hoy?
Preguntó Marta
-
Es jueves
-
Ah…por ello…
-
¿Qué es “por ello”?
-
Aquella gente se ha
aprovisionado en la localidad
-
No, Marta, esta gente
llevan artículos para venderlos en el pueblo vecino.
-
Por eso te llamé.
-
Sigo sin entender nada
-
Pues, para
intercambiar ideas, hablar contigo, escucharte y contarte algo. Por cierto,
Hach ¿Te has arrepentido por lo de otro día?
-
La verdad, Marta, es
que si. Hubiera podido ser mejor sin aquél día, pero en fin lo hecho, hecho
está y Dios Perdona a quien se arrepiente.
-
¿Y la conciencia?
-
Mira, Marta, cuando te
digo arrepentirse me refiero a la conciencia. Para mi y para los míos la única
conciencia que existe es para con Dios, lo que Ha permitido y lo que Ha
prohibido. Te diré más: nunca he sido mejor musulmán que aquél día con aquél
pecado…y fue gracias a ti, Marta.
-
¿A mi?
-
Si a ti y a tu
ejemplar conducta, modelo de corrección.
-
Pues…
-
Es la verdad. Gracias,
Marta. Muchas gracias. Lo dijo echó la peseta junto al vaso vació de te y se
fue…
Mañana capitulo IV: Sin amparo (primera parte)
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