« ein ende mit schrecken ist besser als « ein ende mit
schrecken ist besser als ein schrecken ohne ende »
(Más
vale un fin sin angustia que una angustia sin fin)
(Proverbio alemán)
IV
El suave y casi sospechoso viento de la tarde
recordaba otros tiempos. «Riad Al Uchaak »[1]
parecía más triste y más resignado. A ningún tetuaní de pura zepa le ocurriría
ahora pasearse, como antaño en tan peligroso lugar. En lo que quedaba de
un banco la agenda de Omar abierta en la página 214… un 19 de agosto. «Día
negro. Esta tarde vino la triste noticia. Nabil murió en un accidente de
circulación en la carretera de Martil.. ».
«Aquí ninguna emoción es
legítima. Todas las verdades son cándidas ». Omar lo repetía ahora con
menos entusiasmo y en una voz más baja. Pero seguía creyendo que el pionero de
los payasos rusos, Popov, tenía razón cuando dijo que «cada uno de nosotros
tiene su sitio en este mundo, su pequeña parte de felicidad ».
Pero ahora sonaba casi post-scriptum
porque Omar comenzó a comprender que a pesar de que Rime era y seguía siendo lo
mejor de su existencia no sabía por qué se atrevió a olvidar de leer el
testamento.
-
Mi culpa, le dijo a Rime, robando un instante de incertidumbre.
-
No es hora de jurisprudencias Omar.
-
Te juro Rime que nunca lo lamentaré lo suficiente.
-
De nuevo confundes entre virtualidad y realidad.
-
¡Dios mío, cómo has cambiado!
-
No, Omar. Para mi sigues siendo lo que fuiste siempre. Otra cosa sería
la ceguera voluntaria.
-
¿ Sabes ?
-
Por
favor, Omar.
-
Comprendo.
-
Justamente, menos que antes. No
ves, Omar, que tu excelente retórica está asesinando la reflexión y tu pasión,
el sueño… mi sueño.
-
¿ Tu sueño ?
Si, Omar.
La
circunstancia no daba para más. Parecía otra cosa. Triste y confundido, Omar se fue casi
agonizando arrastrando difícilmente sus piernas y repitiendo «… mi
sueño ». Ahora le parecía un crucigrama. Todo le parecía nublado. Y
sin motivo ni razón se acordó de lo que
le contó el otro día su amigo Brahim.
-
Sabes, Omar. Esta mañana me ocurrió algo raro. Como diría yo… vergonzoso.
-
¿ De qué estás hablando?
-
Nada. Alucinaciones. ¡ Yo que sé !.
-
¿Alucinaciones?
-
No.
No exactamente.
-
Brahim...
-
Mira Omar. Te lo voy a contar pero juro que hasta ahora tengo
remordimientos de conciencia.
-
Brahim. Conozco de memoria tu CV.
-
Pues.. el otro día fui a recoger a mi hija Jihan. A la puerta del
instituto había una chica de estas. Qué quieres que te diga. ¡Un bombón,
tio! Y sin saber por qué me puse a imaginarla desnuda y yo... ¡Acojonante!
Acariciando sus senos, su espalda, su.. en fin todo su magnífico cuerpo..
-
Brahim. Esto ocurre a cualquiera.
-
No. Déjame terminar.
-
De acuerdo.
-
Al dar la vuelta... ¿Sabes?.. era.. Jihan.. mi hija.
-
¡Ah! O sea que después de la embriaguez vino la dolorosa resaca.
-
puff…
-
Mira Brahim, enlazó Omar ácido, yo siempre te dije que ni sabes lo que
quieres ni mucho menos cómo obtenerlo.
-
¡Hombre! Ni tanto ni tan calvo.
-
Digamos que fue un accidente... una salida de la carretera. Debes
prestar más atención de quién es tu hija y quién lo es del prójimo. O sea que
debes aprender a pensar con la cabeza grande no con la pequeña, esto último lo
dijo Omar indicando con su pulgar la cremallera de su pantalón.
-
Llagando a la altura de la Mahata[2],
Omar volvió la cara triste hacia los «pabellones de los funcionarios »
donde vivió, creció y muy recientemente descubrió que su «crash »
sentimental llegó por simetría.
Soltó
una carcajada histérica y aceleró la marcha en dirección a lo que no pocos
tetuaníes siguen llamando hasta ahora Plaza Primeo.
No
sabía cómo considerar aquello de que «…para mi sigues siendo lo que fuiste
siempre ».
- ¿Homenaje
o epitafio? Se atormentaba.
Hacía tiempo
que no sentía tan «acuciante » necesidad de hablar, ver o simplemente
recordar a Rime.
-
¡Hombre, hace poco había Mayte! Le refrescó la memoria el espontáneo
Brahim.
-
Te equivocas como todo el mundo..
-
¿Incluida Rime?
-
Si. Rime también repitió Omar con amargura.
Omar nunca
esclareció lo que Jafaar llamaba irónicamente «el episodio valenciano».
Prefería encerrarse en un silencio conspirador. Pero ahora sufriendo como un
condenado tiende a soltar alguna explicación. Pero la tragedia es que sabía que
Rime no la necesitaba.
-
Lo cambiaron todo, murmuró, refiriéndose a la legendaria plaza.
Se quedó observando el reloj de la imponente
iglesia y precisó: A pesar de sus brazos más largos que Río Martil nunca se les
ocurrió ocuparse de las inamovibles manillas.
De
repente se dio cuenta de que estaba engañando el aburrimiento. Lo que para él
si no era una incidencia, casi. A pesar de lo cual ahora veía más claro, con
más lucidez y más determinación.
En eterno desacuerdo pero respetuoso de las
normas sociales, familiares y morales, Omar comenzaba a reconocer que su actual
situación nada tenía que ver con la geometría familiar ni con lo que llamaba «sicopatología social »
de la sociedad tetuaní de los años 60.
Seguía con la mirada fija en el gran y vetusto
pero eternamente espléndido reloj pero con la imaginación en la fuerza, para él
ahora, perturbante del argumento de Rime, su integridad alternativa y sobre
todo de su desconcertante serenidad ante su engranaje sentimental.
Tampoco sabía por qué ahora dudaba, como nunca
lo hizo de aquello de «… para mí sigues siendo lo que fuiste siempre».
-
¿Generosidad cándida? Se preguntaba a sí mismo ¡Dios mío! Rime no.
Desde el banco convergió su mirada hacia
«Torres Quevedo» ahora oficina de Correos y Teléfonos. Desde su pequeña cabina
observaba cómo las tres o cuatro escaleras de la entrada devoraban con bulimia
a la gente que entraba o salía.
De repente se levantó y se dirigió al
edificio. Esperó el turno, compuso, el número y esperó.
-
Si. Digame. Si. Allo.
-
Rime,
soy yo.
-
Pero por qué no contestas rápidamente.
-
Ya lo sabes…
-
Qué es lo que sé, sin saberlo.
-
Igual...
-
Omar.
Por favor.
Omar
comenzaba a sentir cierta demencia y cierto desequilibrio.
-
No sé por qué te llamé.
-
¿Ah si?
- Lo siento, Rime. Lo dijo como
si pidiera una pertinencia.
-
No tengo nada que perdonarte. Evitaré los verbos y sus tiempos. Marcó
una breve pausa y enlazó lentamente: Lo nuestro navegó entre las heridas y la
osadía de una aventura real.
Omar escuchaba la voz angelical
que parecía llegar del cielo. Cerró herméticamente la puerta de la cabina y
exclamó en voz alta
-
Rime. Que eres un remedio.
-
Tu remedio, querrás decir.
-
En efecto.
-
Muy buenas tardes, Omar.
Esta vez
Rime no le dio tiempo de repetir aquello de que «fuiste tú quien me abrió los
ojos y las puertas » que tanto le gustaba.
Omar se
quedó un instante mirando fijamente el auricular antes de gritar
inconcientemente, suscitando la perplejidad de los que hablaban : «Un
amor Fénix que renace de sus cenizas».
Salió
del edificio repitiendo como un loco. «Lo sabía. Lo supe siempre. Con Rime ni fue
ni podía ser nunca un “ has been».
En el
inexorable reloj de la iglesia las manillas seguían eternamente indicando las
14:02 h.
Se
quedó mirando de nuevo las oxidadas manillas, verificó su reloj de pulsera y
asentó con una histérica sonrisa « ¡Que más da!».
Eran
las cinco de la tarde de un 31 de diciembre .Omar trataba de recordar dónde
había leído que en Dalaró, pequeña ciudad al este de Estocolmo, un atrevido
decreto municipal suprimió del calendario el primero de enero y lo remplazó por
un supersticioso 31 de diciembre.
«Que la municipalidad de Tetuán decrete todo
el año 32 de diciembre », volvió a clamar suscitando la curiosidad de la
gente.
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