Por Manu de Ordoñana
Donostia-San Sebastián
España
Cada vez hay más gente que quiere escribir un libro y cada vez hay menos lectores. Si a eso se añade la
irrupción del libro digital, la piratería y el avance progresivo del comercio
electrónico, no me extraña que el sector editorial ande un poco revuelto. En
ámbito tan confuso, el gran perdedor es el escritor honesto, con talento, que no encuentra el camino para
que su obra sea leída y poder así obtener un salario digno que le permita seguir
escribiendo.
Antes el escritor era
un personaje singular que gozaba de crédito, un erudito por quien el pueblo
sentía admiración y respeto. Hoy la democratización de la sociedad ha devaluado
su figura, hasta el punto de que ya el vulgo supone que la corona de laurel
está al alcance de cualquiera. El contenido importa poco, la técnica se
aprende. ¿Cuántos talleres de escritura se imparten
hoy en España? Nadie lo sabe a
ciencia cierta, pero el número se ha disparado en los últimos años.
¿Cuál ha sido la
semilla que ha hecho brotar tantas vocaciones? Serán muchas, pero una —quizá la
más importante— es la facilidad que existe hoy para publicar un libro. No creo
yo que ganar dinero sea la motivación primera de un escritor sensato, en un
mercado en que la oferta supera ampliamente a la demanda. Escribir libros es un oficio
suicida, sólo se entiende
como “hobby”… y para satisfacer el ego.
Hoy en día existen
múltiples formas de publicar un libro, unas mediante un desembolso económico
previo, otras totalmente gratuitas. A poco que uno disponga de un ordenador y
domine el tratamiento de textos, está capacitado para escribir una novela,
maquetarla y darle forma, para imprimirla o convertirla en un ebook. Éstos son
los viales más concurridos:
1.- Buscar un editor
tradicional, preferible uno pequeño que uno mediano. El escritor ya sabe que el grande no le va a hacer
caso, así que mejor probar fortuna con uno de menor alcance. Su modesta
economía no le permite equivocarse muchas veces, lo que le hará ser riguroso en
la selección del manuscrito. Si se lanza a la aventura, por la cuenta que
le trae, va a destinar buena parte de su energía a promocionar el libro y,
aunque el éxito no sea masivo, dará al autor alguna satisfacción.
Cada vez son más
numerosos estos editores independientes, que se atreven a publicar obras de calidad escritas por
autores desconocidos. El problema es cómo conocerlos. Afortunadamente, están
apareciendo empresas de servicios literarios —Tregolam es una de ellas— que, mediante un canon al alcance de cualquier
bolsillo, ayudan al escritor a ponerse en contacto con ellos, previa
elaboración de un informe literario favorable de la obra. Como conocen bien el
medio, saben elegir el “partenaire” adecuado, con lo cual sube la posibilidad
de que sea publicada.
2.- La coedición es una fórmula que últimamente se ha puesto de moda. El
autor contrata el servicio de alguna de esas editoriales de nueva generación
mediante un acuerdo, en el que aquél —el autor— se compromete a financiar parte
de la inversión —si no el cien por cien—, a cambio de promesas que, cuando no
se cumplen—lo que ocurre con cierta frecuencia—, la experiencia termina de mala manera. Y es que, con muy poco dinero, cualquiera es capaz de
montar una pequeña editorial —incluso en su propia casa—, de carácter
unipersonal y atraer a escritores de buena fe cuya sola ilusión es que alguien
le publique
3.- La autoedición pura y dura. El autor lo hace todo: escribir, corregir, maquetar,
diseñar la portada, redactar la sinopsis, solicitar el ISBN y hacer el pedido a
la imprenta. Luego hay que almacenar, distribuir y vender. Para ello, tendrá
que crear su propia tienda online —no es tan complicado como parece, si tienes
una página web— o anunciarlo en los portales de venta de libros que hay en
Internet (del estilo de Amazon). Es un procedimiento algo complicado que exige
tiempo y dinero, pero que trae recompensa… si se hace bien.
4.- La impresión bajo demanda consiste en imprimir un ejemplar —o un número reducido—
cada vez que se recibe un pedido. El libro se incorpora a la librería digital
del editor-impresor y el autor no tiene que hacer desembolso alguno. Como
contrapartida, recibirá un porcentaje variable entre el 70 y 80% del margen
bruto resultante, tras descontar del precio de venta los costes de impresión,
manipulación y transporte.
Esta modalidad, que en
principio parece un regalo del cielo para los escritores primerizos, tiene su
cara oculta. El coste de imprimir un libro —o una tirada corta— en papel es
alto y el precio de venta que resulta, excesivo. Aun así es una fórmula que
terminará por imponerse, ya que la tecnología productiva seguirá avanzando
hasta conseguir que el coste de fabricar 50 o 100 ejemplares disminuya a
valores razonables, con lo cual el autor podrá asumir la inversión, sin
quebranto grave de su economía.
De hecho, Penguin Random House, el mayor grupo editorial del mundo, acaba de
lanzar una nueva plataforma de autopublicación de libros en español megustaescribirlibros.com que ha tenido un cierto éxito entre los escritores no
profesionales. Ofrece un servicio de publicación bajo esta fórmula de
“impresión bajo demanda”, tanto en formato papel como en digital, así como el
marketing para vender el libro a través de Internet —al parecer, no con su
sello editorial ni en su cadena de librerías—. El programa incluye un servicio
“obligatorio” de reconocimiento del manuscrito para su evaluación por un
editor, con lo cual, para tener alguna posibilidad de éxito, hay que desembolsar
“una pequeña cantidad”, no inferior a 3.000 euros. No está demás saber lo que opina Mariana Eguaras sobre este
proyecto.
Muy bien. De una u
otra manera, el libro ya se ha publicado y se puede comprar a través de
Internet —llegar a las librerías es más complicado— a un precio razonable. El
autor se las promete muy felices, los primeros días venderá unos cuantos
ejemplares —los que compren sus familiares y amigos—, pero pronto llegará la
decepción. Una sequía de resultados que le causará tristeza, dolor e
impotencia, tras haber consumido dos o tres años de trabajo intensivo para
crear “su obra”, la ilusión de su vida.
Algo ha fallado…
porque la novela es de diez. No basta con que el producto sea maravilloso y dé
respuesta a las exigencias del cliente. Hay que cumplir los requisitos que el marketing recomienda. El libro no deja de ser un producto más de consumo y,
por lo tanto, sujeto a las leyes de la mercadotecnia. Los principios de esta
ciencia dicen que, para maximizar las ventas de un producto, en cada segmento
de mercado, hay que combinar con acierto los cuatro elementos que incitan al
consumidor a comprarlo:
No basta con estar
bien situado en una o en varias de esas parcelas, hay que estarlo en todas y en
cada una de ellas, de manera armonizada. Los escritores, en general, saben
construir el producto, pueden dar un precio razonable si prescinden de los intermediarios y tienen remedios para distribuirlo a través de la web,
las nuevas tecnologías se lo permiten. Tres de las condiciones se han
observado, pero no la última —la difusión del libro, la promoción del autor—,
sin la cual no hay venta posible.
Hasta no hace mucho
tiempo, el responsable de esa labor era el editor, a través de sus relaciones
con los medios de comunicación, cuyas secciones de cultura acaparaban las
novedades que iban apareciendo en el mercado. Hoy la influencia de los medios
sobre el gran público se ha reducido y han surgido otras fuentes de información
que nutren a los cada vez más numerosos lectores de la era digital.
Pues bien, el autor de
talento que ha escrito una novela, un libro de cuentos, un ensayo, una
biografía —los poetas lo tienen más difícil— ha de tener muy claro que la
propaganda ha sido siempre el factor fundamental que ha definido el éxito de
cualquier producto de consumo nuevo —como es el libro— que sale al mercado,
incluso por encima de su valor literario. No hay más que echar un vistazo a lo que publican las editoriales de siempre
para comprobarlo.
Y en este nuevo
contexto, como esa labor ya no lo hace el editor, el único que le puede
sustituir es el propio autor. En el modelo nuevo, si un escritor quiere
triunfar, ha de ser “un poco empresario” y dedicar su tiempo y su dinero a quehaceres más
prosaicos que el mero ejercicio narrativo. Y como esos dos oficios son
contrapuestos —tanto por actitud como por aptitud—, el desenlace no se ha hecho
esperar: autores competentes, que saben contar
historias, nunca serán conocidos, sus
libros se pudrirán en el sótano de cualquier librería. Y lo que es peor
todavía, el espacio que ellos han dejado ha sido ocupado por escritores
ingeniosos que, con un discurso populista, han sabido descubrir la receta. La
sociedad ha salido perdiendo.
Y sin embargo, la
solución no es tan compleja, las nuevas tecnologías acuden de nuevo en nuestro
auxilio. En Internet, hay numerosos artículos que aconsejan sobre lo que hay que hacer antes de lanzar un
libro al mercado. Con poco dinero, se
puede organizar una campaña de publicidad, utilizando las herramientas que te
proporciona la web, para llegar a ese público perspicaz que anhela respirar de
nuevo aire fresco.
Por suerte, empiezan a
surgir en el panorama literario consultores externos que ofrecen ese servicio. Ya
sólo falta que el escritor se percate de su importancia, para que él se
desvincule de esa tarea y dedique todo su tiempo a lo que es su máxima
aspiración: escribir.
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