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« En el Día del Juicio
Final pesará la tinta de los sabios y la sangre de los mártires. No habrá
ninguna diferencia entre ambas »
Profeta Muhammad (SAS)
IV
Atenas de Periclés,
Florencia de Medicis ¿Y Tetuàn? La pregunta la hizo uno de estos jóvenes estudiantes
en medicina tetuaníes en Zaragoza antes de colocar la ficha de dominò.
-
« Tetuàn de Torres[1] », respondió
apasionadamente, amante de la realidad histórica de su ciudad, su adversario cerrando la
partida con aún tres fichas en juego. Cuéntalos tú mismo. ¡Punto final! gritò
de alegría. ¡Se acabó! No olvides de pasar por la caja
Buena noticia en
aquella primera mañana de julio: mar poco agitada. El alegre verano martileño
tenía acento español. Ami Abdeslam exploraba sensaciones « espiando »
las conversaciones de aquellos jóvenes « españolizados » « que
no se avergonzaban de nada y era mejor ».
Le recordaban extrañamente su humor confiscado…él que sólo aspiraba a
seguir viviendo o a mejor vivir. Pero sensible a las múltiples expresiones de
placer, trataba de no olvidar nunca que « sólo la verdad puede hacer
frente a la injusticia…la verdad o el amor »[2].
El recuerdo de Yussef
y su revoluciόn alteró su entusiasmo
por « los de España ».
Eran las doce en
la vida de Ami Abdeslam. Los jóvenes y sus, para él, « exquésitas
travesuras » le recordaban que aunque era una juventud que él ha perdido
para siempre, « por lo menos ellos no consagran su mal humor humillando a
los demàs ». Una manera como
cualquier otra de levantar acta de unas imàgenes elípticas que sólo su aparente
serenidad roba al laconismo y la obstinación. Con su lenguaje bastardo, un castellano
aproximativo, su sensualidad inàudita y el riesgo de una promesa de lo posible,
« comunicaban una extraña emoción ».
-
Estos pequeños cabrones sόlo obedecen a sus
impulsiones
-
Y a tí, qué te importa, ¡cojones!
-
¡Claro! Esta gentuza es una bomba-reloj
-
¿Por qué?
-
Porque yo conozco a España y sus intenciones
-
Lo que pasa, Maalam Hmidu[3], es que tú eres un
ignorante. No conoces ni a España ni a Marruecos. Que no sabes nada
-
¿Ignorante yo? Yo sé màs que toda tu puñetera casta
-
Ignorante y grosero
Al constatar que los
demàs estaban movidos por una energía desenfrenada, Ami Abdeslam trataba de
explicar a todos con un pronunciado sentido del detalle « que aquellos
eran el futuro de Tetuàn y de todo el pais ».
-
¿Futuro de qué?
-
Ya te dije que tú, Malaam Hmidu, eres ignorante e imbécil
-
Ignorante y grosero, dijiste
-
Y añadí imbécil
-
¡Tu padre! Que aún està cansado de tan larga caminata desde su aldea en
el quinto coño para llegar a esta inocente ciudad
-
Esto lo cuentas a otro. Todo el mundo conoce tu origen
La amistad subversiva
entre dos visiones y dos sensaciones fugitivas. La guerrilla verbal en torno a
la relatividad de las perspectivas. Enfados a medias y ausencia deliberada de
resistencia. Temperamentos irascibles que nunca llegaban a posiciones de no
retorno.
Con el paso de tiempo
se crearon costumbres.
Obscuros y
misteriosos, unos, lùcidos y luminosos otros, ambos proclamaban y reiteraban
que no predicaban sino aconsejaban. Su moral realista les enseñó que no pueden
pasar a la posterioridad.
Se debía estar cerca
de la familia pero lejos de sus rumores y de sus cartabones. Yamna lo descubriό prematuramente.
-
Hablar es siempre màs fàcil que hacer
-
Yo no digo lo contrario
-
Lo insinuas
-
¿Cómo?
-
Con tus extrañas sensaciones con el contacto con la realidad de estos
infieles
-
¿Infieles?
-
¡Claro! Ademàs mal educados. No ves que ni siquiera rezan y pronuncian
en voz alta cualquier palabrota
-
Tú tampoco rezabas el año pasado. Y el año pasado necesitabas un batallón
de bomberos para apagar las velas de tu tarta de cumpleaños.
-
Cumple...Mierda
-
Ya te lo dije, Malaam Hmidu lo que tienes de amablemente bueno es que
planteas una buena problemàtica en malos… muy malos términos
Todos, cada uno a su
manera, coincidían en que el mundo en que vivieron y en el que las promesas
fueron siempre màs ràpidas que los gestos, estaba mal hecho.
Ami Abdeslam olvidaba
la ambición y sus penas. Buscaba y encontraba màs oxígeno. Hablaba de todo…
todo, menos de sus problemas respiratorios. « Llenaba las baterias ».
Gozaba por la mañana y sufría atrozmente por la tarde y noche…. Siempre en
silencio e incluso con una huérfana sonrisa.
-
¿Sabes? Aquí nadie o casi nadie mueren de muerte natural
-
¡Otra vez! ¿Pero qué te pasa, Malaam Hmidu, te has hecho médico?
- Si es la verdad
-
No es la verdad o por lo menos no de todos. Para mi es un virtuosismo de
tus rasgos fúnebres. De hecho màs pareces un cadàver que un ser vivo
-
Parezco a tu puta madre
-
Ves. Te lo dije siempre. Eres desmesuradamente vulgar
-
Pero respiro bien. Mejor que tú
-
Es una ecuación que nadie logró resolver hasta ahora: En la mayorίa de los casos, los ignorantes soléis estar en
plena forma
-
En serio. ¿Te acuerdas de cuàntos féretros hemos seguido esta
semana?
-
Yo me voy. Adiós
Yamna seguía viva. No
cesaba de repetir que « la vida y la muerte son cosas de Dios ». Sabía que
el fondo es mil veces màs esencial que la forma.
Malaam Hmidu tenía razón:
Ami Abdeslam sentía que la muerte le pisaba los talones. No dijo a nadie que la
noche anterior estaba a dos àpices del otro mundo. Se asfixió y se quedó un
largo instante colgado entre el cielo y la tierra. Veía su rostro en el espejo
y no lograba olvidar aquello de que « en esta ciudad nadie o casi nadie
muere de muerte natural ». « Se refería a mί. Algo debió observar, el sinverguenza ».
Imaginación tan precisa como una deposición. Sin embargo su modestia sólo era
comparable con su ilimitada generosidad. Ni vicio ni manía. Temor y
superstición.
-
El imbécil de Malaam Hmidu me intrigó durante todo el día, le dijo
deprimente a Yamna, desafíando un instante su marchitado humor
-
¿Por qué?
-
Me dijo con un tono póstumo que en esta ciudad pocos mueren de muerte
natural
-
¿Y qué?
-
¿A tì, te parace normal?
- Completamente
-
¿Ahi, sí?
« ¿A quién se refiere esta Yamna de mierda? ».
« ¿Quién tiene poco que hacer? » Comenzaba a sospechar en todo y de
todos. « Algo tengo que no me lo quieren decir », pensaba
atormentado, observando los labios de Yamna que decía algo con una enigmàtica
sonrisa. Tenía razón su esposa cuando el
otro día le advirtió que debía prestar màs atención a su salud.
-
«... el mal florece en la
ignorancia », captó justo la final de la frase de Yamna
-
¿Como?
-
¿Pero se puede saber lo que te pasa?
Nunca solía delegar su
confianza a nadie. Sabía que todos se expresaban en el vocabulario de la
compasión. « Miserias morales » comentaba entre dientes después de
una profunda reflexión sobre esta época que lo devoraba.
El levante despeinante
de Martil le obligó a buscar su Tarbuch[5]. El cielo poco àvaro
en luces de aquél primero de septiembre anunciaba el comienzo del triste
invierno tetuanì. El cafetín de Huchu estaba mitad vacío. Desde lejos las,
ahora, relativamente grandes olas del Mediterràneo parecían despedirse
coquetamente. Ami Abdeslam respiraba con màs dificultad. El relevo de las
épocas le recordaba muchas creencias infantiles. La prematura frescura del
comienzo de septiembre despertó la voz de su esposa. Se preguntaba por qué
nunca tuvieron, como el resto de las parejas, alguna desavenencia, «encarnación
del despotismo y la autosugestiòn masculina » como lo comparaba el
« pesado » Malaam Hmidu. Poco a poco, las soluciones se convertían
para él en una psícosis. « Me estoy volviendo loco. La gente busca
soluciones a los problemas y yo problemas a soluciones », pensò con una
simulada sonrisa, visiblemente influenciado por la carcajada que acaban de
soltar los que jugaban a su lado.
De repente, sin saber
por qué, pasó fugazmente por su mente la imagen de su esposa triste y
consternada. « ¿ Serà posible
? » se preguntó totalmente arrastrado por una imaginación, cada vez màs
cruelmente fertíl.
20 años de vida en
común y otros tantos de rutina y de aburrimiento. La realidad conyugal que se
confundía con la ficción. Casi no escuchaba las conversaciones indigentes de
sus compañeros de juego, cuyo intermitente regocijo, màs que una risa o sonrisa
parecía una expresión de nerviosismo. Insultaban primero, explicaban después.
No sabía por que ahora todos le parecían dinosaurios descarriados.
En el horizonte,
acariciando las olas del mar dos siluetas acapararon su atenciòn. « Deben
estar enamorados », dijo recordando que con su esposa nunca tuvo la
ocasión de enamorarse. « ¡Qué màs dà! Tenemos cinco hijos y ¡lo que te
queda por rondar morena! » « Debes desconfiar de las
apariencias » le advirtió un día, cuando en voz baja, le preguntó con la
mirada fija en la naranja que estaba mondando si ella habìa escuchado alguna
vez que « la desconfianza y la parquedad son síntomas del fin de una
vida ». En la càsacara de la naranja desfilaban todos los placeres
prohibidos y todas sus travesuras transgresivas. Su mirada perdida en esta
atmósfera irracional reflejaba su profundo pesar de no poder decidir libremente
de su muerte.
-
A veces digo que no vale la pena vivir esta vida, le dijo en un tono
provocativo
- Creo que tienes razón
-
¿Estàs de acuerdo conmigo?
-
No, contestó Rabiaa con los ojos llenos de providenciales làgrimas y con
una mezcla de sentido de humor y de, para él, inédita provocación
-
¿Y por qué, coño, me dices que tengo razón?
Se quedó muda durante
un largo instante, le miró fijamente en los ojos como si explorara todas las
nostalgias inconfesadas de todas sus pasiones de antaño.
-
Porque siempre la tuviste, soltó con un sentimiento de descomposición añadiendo,
esta vez con una fuerte dósis de ironía, de pequeños nos enseñaron que los
barones tenéis siempre la razón. De este modo se evitan muchos problemas
Entre la proximidad y
la promiscuidad no había màs que un àpice. Para franquearlo bastaba vivir instantes
del universo irreal de Rabiaa y su esposo.
Por nada del mundo
aceptaría que su esposo fuese uno de los muchos que optaron por irse
discretamente en silenio. No ignoraba que, para los dos, fué siempre y sigue
siendo un universo demasiado apretado casi asfixiante. Trataba de acortar su
sufrimiento que, poco a poco, està despojando su amor de toda urgencia.
« ¿Amor, qué es esto? », referencia peregrina pero cruelmente
ilustrativa del modelo conyugal al que convergían todas las pasiones.
-
Asi que tú crees sinceramente que yo siempre tengo razón
-
No solamente tú, sino todos los hombres
-
¿Me reprochas algo?
-
Nunca…jamàs. O mejor dicho si
-
¡Dios mio!
-
Justamente esto. Tengo la extraña sensación de que, si me equivoco me
corriges y ojalà sea así, de que estàs perdiendo la fé
-
¿Fe, en qué?
-
Desgraciadamente en todo
A pesar de las
pasajeras nubes de la mañana, el cielo era de una claridad sideral. Desde la
ventana lateral de su cuarto donde se encontraba buscando un poco màs de
oxígeno, Ami Abdeslam admiraba el paisaje casi lunar del Gurguiz[6] cuyo misticismo,
según los tetuaníes de dudosa cepa, sólo es comparable a su utopía.
-
Debe ser la irreductible adhesión a
tu tierra y sus tradiciones, le dijo Yamna cuando se lo contó
-
Es que no conozco otra
-
Un laberinto en el que todos hemos sido invitados a perdernos
-
Pero si tú sabes que nunca hemos tenido la ocasión de…
-
No continues. En cada instante que pasa tenemos, no sólo la ocasión, sino
el deber y la oportunidad de saber lo que pasa. Pero resulta, como es mi caso,
que sólo conozco mi cuarto, la cocina y
en lo que trabajo, pues tú me diràs si no he tenido la ocasión de explorar otros
cielos
No la comprendió o,
como de costumbre, no la quería comprender. Sus razones y sus argumentos le
resultaban poco rentables. Mientras ella hablaba, él sentía unas tremendas
ganas de recordarle cómo se convirtió en lo que es. Un ingerto entre una base
dudosa y un razonamiento aberrante.
Pero, como solía exclamar, « el problema no es el país ni el
paisaje sino el paisanaje… ».
Yamna seguía hablando
mientras que él pensaba en otras cosas… en otras eventualidades.
-
¿ Me escuchas !
- No. Quiero decir, si
-
Después de todo no era interesante
La prefería enferma.
No porque la envidiaba sana y llena de vida, sino simplemente porque le parecía
« menos despreocupada y menos estúpida ». Hacía tiempo que se sentía
incapaz de seguir sus argumentos hasta el final. Abandonaba, o bien, al
comienzo o en medio de su conversación. Ahora se preguntaba si era el destino u
otra cosa que la colocaron en su camino. Ni eran las premicias de un idilio ni
los síntomas de un delirio aunque confesaba, medio en broma, medio intrigado,
que las primeras no excluían el segundo. En su lógica de sospecha, el menor
indicio le parecía una prueba.
¿Paranoico? « Ni
hablar » afirmaban categóricamente los que mejor le conocían. De esta
mujer, perfectamente ordinaria y de un pesimismo risueño admiraba su poca
euforia « por el paso de una salud mortalmente deteriorada a
otra milagrosamente mejor »… probablemente por respeto a la misma
situación pero inversa de Ami Abdeslam. Algo asi como una complicidad complaciente.
Un himno a la pasión negada pero compartida.
-
¿Te acuerdas? Antes eramos màs felices
-
Creo que… si, respondió vacilando
-
Quería decir era muy feliz, corregió precipitadamente
-
Todos eramos felices. Reíamos mucho
-
¿Verdad, no? Ahora reímos menos
-
De mi, agregó malintencionada
-
Bueno como todas las familias
-
No te lo digo para reprochar. Tú sabes que en esta casa todo el mundo te
quiere un montón
-
Me queréis un montón, repitió
-
Esto
No lograba recordarle que, en sus
anécdotas, màs que referencia, ella era casi su reverencia.
-
Pero nunca falté respeto a nadie... menos a tí
-
La verdad es que contigo se puede admirar o indignarse pero nunca aburrirse
-
Gracias señora
-
Nunca me llamaste asi
-
Desde ahora en adelante te llamaré asi
-
Que Dios te acuerde larga vida. Que suena tan bien. Señora...señora…señora.
Debe ser muy bonito ser una señora... de un golpe
« ¡Otra vez! »
dijo, suponiendo que lo dijo por lo poco que le quedaba de vivir.
Yamna comenzaba a
servirle de lentes de aumento. Le conmocionaba pero al mismo tiempo le irritaba
su poca visión de la nueva situaciòn bajo la incidencia del presente que se
debía vivir y no padecer. « Lo hace para consolarme ».
-
Que debes buscar un buen marido y disfrutar de la vida
-
No creo que quedan aún buenos maridos. Me bastaría un marido ordinario. Me
conformo con uno normal y corriente
La prolongada
carcajada de Ami Abdeslam ilustraba cabalmente su improvisada admiración por la
acuidad de su juicio y la tonalidad apasionante de su voz.
-
Lo importante es tener hijos
-
Eso es cosa de Dios
-
¡Que no mujer! Que es cosa del marido o… del amante, dijo cariñosamente con
una fuerte dósis de un humor difunto
-
No digas eso, Sidi Abdeslam
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