« En el Día del Juicio
Final pesarà la tinta de los sabios y la sangre de los màrtires. No habrà
ninguna diferencia entre ambas »
Profeta Muhammad (SAS)
II
Más muerta que viva, pero con
una tranquilidad pasmosa, Yamna se pasaba el día velando, con un impresionante
esmero, por la pequeña tortuga. A buen seguro que los tontos debían ser los demás.
Ella sabía que había que andarse con
tiento. No todo el mundo apreciaba la presencia de la tortuga en casa.
Por principio de precaución no se separaba de la tortuga y rechazaba todo
pretexto de que no valía la pena tomar el riesgo. « Un acierto durante un sonambulismo
», comentaba Ami H’Med con su habitual franqueza que a menudo molestaba a
muchos.
- Mira Yamna, le dijo tras una larga y
prudente reflexión R’Kucha, yo te quiero
mucho y debo decirte que la historia de la tortuga es un cuento chino y que te además
te puede...
- Lo sé, la cortó secamente pero con una
suave sonrisa.¿ Sabes, hermana R’Kucha ? la prudencia y la precaución ante lo
doloso tienen, a menudo, un alto precio… probablemente mayor que el precio de
mi problema. O sea de mis problemas. Gracias a los riesgos se logró tanto
progreso
- Tú sabrás. Pero yo, por lo menos te habré
advertido. Tú harás lo que quieras. La broma de la tortuga es de notoriedad
pública. Pero tú debes saber mejor que nadie tu interés y lo que te vale y lo
que no te pueda valer
- Si. Lo sé y te lo agradezco infinitamente.
Sé también, no por sabiduría sino por experiencia, que justamente, gracias a
los riesgos, muchas veces las cosas salen mejor. ¿Sabes? es posible que la
curiosidad haya matado al gato pero de ninguna manera a un ser humano.
A R’Kuchar resultaba, a la
vez, triste y sabroso escuchar tan lógico argumento. Pero sabía que se trataba
de ideas simples maquilladas de grandes visiones curativas. Nunca antes
constató tan evidente determinación en las respuestas de Yamna quien, ambigua
cuando no contradictoria, vivía con la ilusión de que en un futuro no lejanos
se convirtiera milagrosamente en otra Yamna…en otra persona…en otra mujer.
« El placer de unos se mezcla
con la desgracia de otros » le dijo R’Kucha, acariciando tímidamente la tortuga
y observando perpleja los preparativos del « sacrificio supremo » del inocente
animal. Sólo faltaba el genial Mariano Bertuchi y su domable pincel para pintar
otro « Unas horas en… la locura mora ».
- Me da pena
- ¿La tortuga?
- Sobre todo, tú más que la tortuga. Ya me
conoces siempre preferí seres humanos. Conozco a un individuo de la Asociación de
Protección de los Animales que tortura al pobre dueño de la casa donde vive no
pagando nunca el alquiler. Para él no es un animal
Una breve risa y vuelta a la
cruda realidad
Desde hacía días, Yamna no se
separaba de su tortuga. Día y noche velaba para que no le faltara lo que a ella
siempre faltó.
Completamente indiferente a
las risas e ironías de los que van y vienen, preparaba los utensilios para el día
D.
De vez en cuando Ami Abdeslam
se asomaba para preguntarle cómo iba aquello o cómo se sentía.
- Nunca me sentí mejor y es gracias a ti.
Que Dios te lo pague.
Lo de « que Dios te lo pague »
le corrió como la sangre por las venas. Era la primera vez que Ami Abdeslam
sentía escalofríos. Una corriente fría le paralizó la garganta y los músculos.
- Será la maldita corriente en este rincón,
pensó, haciendo un enorme esfuerzo para poder alejarse sin que se sepa que casi
no podía.
No se atrevía a pensar que era
una forma de arrepentimiento.
Comenzaba la metamorfosis… el
terremoto. « Yamna es todo lo que conocemos de su partida de
nacimiento », murmuraba en el pasillo. « Yamna: todo un
compendio biográfico » dijo entre los dientes como si expresara el temor
de que la pobre mujer pudiera ser otra cosa. « ¿Y aunque lo fuera y qué? Si
sólo es una inocente broma », pensó, auto justificándose. Encogiéndose de
hombros volvió casi arrastrando sus pies a su cuarto
Ante tanta alineación de la
sociedad y su modo de hacer frente a sus emociones, Ami Abdeslam descubría, sin
revelarlo, que estaba viviendo una gran paradoja. Ėl que no creía en los buenos o malos motivos para divertirse,
comenzaba ahora a preguntarse discretamente sobre las causas de tanta angustia
y ansiedad.
El excelente humor de Yamna
que seguía viviendo como soñaba y su insuperable ilusión excitaba la
desconfianza y la curiosidad, asustando a todos sin contagiar a nadie.
- Antes incluso de probar tu tortuga, la tía
se ha curado
- La tortuga no es mía. Es suya
- Bueno.. era tu… genial idea
- Si ¿ Y qué ?
- Que Yamna se ha convertido en una
verdadera atleta
- Si
no la probó aún y de ser verdad pues…me alegro
- Ya lo sé. De algo te habrá servido tu
humor negro
Una familia desengañada de su
presente pero incierta de su futuro. Que gastaba graves bromas primero y se
preguntaba sobre sus nefastas consecuencias después. La preocupación y el suspense
sacudían continuamente la conciencia de todos. Ni las amistosas confidencias de
R’Kucha, ni las, ahora, largas explicaciones de Ami Abdeslam, ni siquiera los
esclarecidos consejos de Sidi Mohamed lograban persuadir a Yamna de renunciar a
su aventura presuntamente mortal.
Eliminar el riesgo es eliminar la responsabilidad, le respondió a Ami
Abdeslam cuando éste le confesó de que la carne de la tortuga puede acarrear
serios efectos secundarios
- Y primarios
Auténtico dilema complicado
ahora por un nuevo brote de clarividencia que deja perplejos a todos.
- Mira, Sidi Abdeslam, juré no revelarlo
nunca. Pero contigo voy a hacer una excepción: resulta que cuando me daste tu
receta descubrí extrañamente que nunca la vida me pareció que jamás tuve tan
desgarradas ganas de vivir, las últimas sílabas de su frase las pronunció con
desvelo
La
mujer hablaba en desorden, convulsionando las ideas exhaustivamente
seleccionadas previamente por Ami Abdeslam.
Nadie podía destruir su
voluntad. Tenía, como decía Ami Hmed, « unas locas ganas de vivir ». Estaba tan
segura de la eficacia de la receta que consideraba usurpador a todo quien se
atrevía a aconsejarla a renunciar. Estaba dispuesta a hacer frente a quien
intentara impedir que volviera a nacer…porque para ella, la pequeña tortuga se
ha convertido en eso: en un signo de la vida y cuando se trata de vida, Yamna
no tenía pelos en la lengua. Respondía y estaba dispuesta a volver a responder.
En su lógica llovía argumentos.
Jay Larbi insistía, sin que
nadie se lo pidiera, en que « aquella mujer era
Aicha Kandicha [1]».
- Pero Jay Larbi ¿A qué mujer te refieres?
Te has fumado un Sibsi[2]
de más
- Aquella de la chilaba, aunque un poco
vetusta, impecablemente planchada que el otro día le compró a aquella Jeblía
una tortuga. ¿Os acordáis o no, coño? os dije entonces que aquella mujer no me
inspiraba confianza. Por debajo de su velo blanco un poco transparente había
como bigotes. Y yo vi sus patas de cabra
- ¿Y por qué no lo dijiste entonces?
- Que es malo, tío. Muy malo
- ¿Sabes? si no juegas me voy.
- No te enfades, ¡cojones!
- Que hablas a medias. Casi no te
comprendemos y entonces prefiero jugar y no escuchar tus alucinaciones
- Que te repito que te puede ser fatal
revelar la identidad de un Jin[3]
en su presencia
Yamna se estaba convirtiendo
en una verdadera psicología del rumor. Sin hacer esfuerzo alguno logró tejer en
torno a su personalidad una fértil psicología del rumor.
Una viva polémica... casi un
crucigrama que nadie era capaz de resolver.
Para muchos, su tortuga era un
influyente Jin que le proporcionaba
poderes extranaturales.
Para otros, más realistas y más
pragmáticos, el animal convulsionó su vida porque representaba para ella una
providencial esperanza.
Para unos y otros, la tortuga
constituía una especie de enigma.
Con una sonrisa china, Yamna
evitaba, los saltos en el pasado. Detestaba tener que pronunciarse categóricamente.
Lo suyo, suyo era. Íntimamente. Exclusivamente. Para nadie más. No parecía compartir ninguna
ética. La nueva situación contrarrestaba su eterno complejo de inferioridad. No
quería dar la impresión del cambio o de la mejora. Cuando hablaba comenzaba
siempre con « desde mi balbuceo… » Desmintiendo de esta manera a los
que afirmaban que había cambiado tanto.
Visiblemente perpleja y
emocionada, su amiga-enemiga F’dila contaba a todo quien lo quería escuchar que
durante una noche de locura, la sorprendió en una amistosa conversación con la
tortuga.
- Pero, ¿Cómo va a conversar con una
tortuga?
- Os lo juro por Dios
- ¿Y que decían?
- No sé… bueno no exactamente, pero me
pareció escuchar a la tortuga prometerle el fin de su calvario.
- ¿Y la tortuga era hombre o mujer?
- Ni uno ni otra, tenía la voz de un pequeño
- ¿Un pequeño que promete?
- Sé que no me creéis
- No, F’Dila, te creemos. Lo que pasa es que
debes admitir que es un poco raro
- ¿Poco?
Para jay Larbi todas las oportunidades eran buenas para recordar a sus compañeros de fortuna lo que era Tetuán y en « lo que la convirtieron ».
- Esto no era así. Por aquí pasaron Terence
Young, Victor Mature, Anita Ekberg y...
- ¿Pero qué dices?
- Déjame terminar e incluso… a ver… a ver.
Me cortaste y se me han olvidado otros nombres ilustres
- ¿Y quienes son estos?
Sacó un sucio papelito del
bolsillo de su « traujuj »[4]en un estado avanzado
de descomposición debajo de una desgastada chilaba blanca, en su gloriosa
época, de las grandes ocasiones y se puso a descifrar lenta y confusamente
- Eso, Rhonda Fleming, y terminó de memoria,
Eunice Gaynor e incluso Elizabeth Taylor que por entonces era la amante de
Victor Mature
- ¿En qué año fue eso?
- En los años 50. La película en la que
participé yo como extra se llamaba, volvió a sacar el papelito, se llamaba… se
llamaba..
- ¿Se llamaba, cómo?
- Se llamaba « Zarak kan »
- ¡Toma! Ni idea.. Tú Jay Larbi inventas
nombres raros y crees que lo vamos a tragar por las buenas
- Os lo dije siempre y os lo repito. Que
sois, además de ignorantes, una banda de Jbala [5]
- ¿Y tú, qué eres? Si tu mierda aún no se ha
secado en Beni Maadan[6]
Todo estaba listo. Faltaba la
leche… « Bendita », decía Yamna entre broma y soberbia. La tortuga vivía sus
últimas horas.
- Me da la impresión de que lo sabe
- Mujer, ¿Cómo lo va a saber, la pobre
tortuga?
- Sus miradas… y las de Yamna
- Te juro que exageras
- Cada vez que trae un litro de leche, Yamna contempla
la tortuga y se pone a llorar.
- Se habrá acostumbrado al animal
- ... Muy doméstico desde hace días
- No seas mala
Faltaban dos litros de leche.
A medida que acercaba el
momento de asar la tortuga, Ami Abdeslam sentía un extraño
estremecimiento.Vértigos que nunca antes sintió. No sabía por qué, sin
quererlo, evitaba mecánicamente el marco íntimo de Yamna.
Desde hacía días, hablaba con
lenguaje corporal. Su inevitable humor se vio repentinamente eclipsado por la
búsqueda de argumentos para convencer, en un último y desesperado intento, a Yamna de
renunciar a su proyecto.
Discretamente, para no
cuestionar la percepción machista que tenía de él la familia, trataba de
ponerle de relieve los peligros que corre si aplica su receta.
- Debes ser más razonable, Yamna
- No te preocupes, Sidi Abdeslam
- No me preocupo, lo que pasa es mejor
reconocer el error tarde que nunca
- Si no tienes que reconocer nada. Al
contrario soy yo que te lo agradezco, sabiendo todo lo que me vas a decir
Era la primera vez que se daba
cuenta de que sus relaciones con ella siempre fueron de narcisismo y de
desprecio. Punto de inflexión: Una nueva filosofía de la duda. Un complejo de
culpabilidad. « ¿Y si le sucede algo? »,
« Yo seré el responsable. Será mi culpa » se preguntaba y volvía a
preguntarse. Poco a poco comenzaba a descubrir que, a pesar de diametralmente opuestos,
Yamna y él son parecidos en muchas
cosas. « ¿En qué? ».
Conversaba largas horas con
ella. Su humor era más depilado, más seleccionado e infinitamente más
delimitado.
- ¿Sabes, Yamna,
le dijo sin dejar de observar con
interés y curiosidad sus exhaustivos preparativos
- Si, dime
- Érase una vez un sultán que…
- Ahora te metes en política.
- No. Sólo quiero enseñarte los caprichos del
destino y lo que es la vida y sus sobresaltos de humor
- Si. Cuéntame
- Érase un sultán,
como decía, que, intentando cerrar una puerta se cortó un dedo. Quejándose de
dolor, sus gritos atraen a sus servidores, entre ellos su principal consejero
quien era conocido por su reacción ante cualquier situación con un
incomprensible « es mejor así ». Al observar al sultán y su inmenso dolor se
confundió consolando al sultán con su habitual pero, esta vez, sádico « es
mejor así, Señor ».
- « Es mejor así, hijo de perra » le
contestó ultrajado el sultán ordenando injuriosamente el inmediato
encarcelamiento del imprudente consejero « hasta nueva orden ».
Muchos años después el sultán
decide organizar una cacería y en plena
jungla cae, con su séquito, en una trampa tendida por un grupo de caníbales,
cuyo jefe avanza y examina uno por uno a sus cautivos. Constatando la falta de
un dedo del sultán, el supersticioso jefe caníbal ordena la liberación e
inmediata expulsión del asustado sultán del campamento y de la zona. Encontrándose
lejos de los caníbales y sus ollas, el sultán no lo pensó dos veces. En menos
tiempo que montado en su caballo que fue, como el resto de sus jinetes, manjar
de los hambrientos caníbales, regresó corriendo al palacio.
Después de relatar cómo los demás
sirvieron de un exquisito almuerzo a la tribu de los caníbales, el sultán se acordó de su
pobre consejero y mandó liberar. Al verlo sonrió y repitió tres veces:
- Era mejor así. Pues... tenías razón. Que
eres, además de fiel, un providencial súbdito. Si no fuera por el milagroso
dedo que me faltaba hubiera acabado en el fondo del estómago de uno de aquellos
salvajes.
Sin esperar orden de responder
el consejero le cortó:
- Mil gracias, Señor… por haberme metido en
la cárcel... Sino, seguramente le hubiese acompañado, como era habitual en los
usos de la cancillería y como a mí no me faltaba nada, en este momento no
estaría aquí sino en el estómago de uno de aquellos caníbales ».
- Para que veas, Sidi Abdeslam, que todo
està escrito. No hay mal que por bien no venga
- Si, pero...
- No hay peros. Lo, escrito, escrito està y
punto.
- Lo sé pero debes saber que Dios dice « Haz
y Yo terminaré »
- Tienes razón debemos obrar y el resto es
de Dios
- Pero, mujer, me vas a volver loco. No Como sea, por
Dios
La gestión hábil de las
palabras de Yamna reconfirmaba los temores de Ami Abdeslam. La abundancia y variedad de sus
argumentos, sus respuestas atípicas y sus audaces réplicas cuando se insinuaba
una renuncia, envuelto todo en una presencia nunca exagerada, entrecruzaban o
se conjugaban con la infructuosa determinación de convencerla de que todo fue
una broma.
- La vida y muerte están entre las manos de
Dios, respondía
- Todo es de Dios pero...
- ĖL es Clemente y Misericordioso, cortaba
iludiendo los tardíos consejos
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