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« En el Día del Juicio
Final pesará la tinta de los sabios y la sangre de los mártires. No habrá
ninguna diferencia entre ambas »
Profeta
Muhammad (SAS)
Desde hacía años Yamna
sabía que el sueño la esperaba siempre al otro lado de la noche. Y ahora sentía
escalofríos cuando pensaba que este mismo sueño espera todas las noches a Ami
Abdeslam. Pero cada vez que lo pensaba decía que se trataba de una biopsia de
un momento de la vida del hombre que la salvó.
« Un agoísmo que roza la indecencia », explicaba. No
necesitaba ninguna fotografía de la humanidad para abordar cuestiones
prohibidas, concebidas como deuda moral. Pero, conciente de su modesta ecuación
personal y la deterioración endémica de su imagen dentro y ahora fuera de la
familia, trataba de evitar esta « dialéctica grosera » y lo que
consideraba como visiones despreciativas.
Una convicción
dubitativa.
- La aparente austeridad de Sidi Abdeslam
comienza a inquietarme seriamente, le confesó Rabia, quejàndose indirectamente
de su poco interés por los niños e « incluso por sus medicamentos »
- No es avaricia
- ¿Y qué es, entonces?
-
Muchas cosas. Pero ¡ Por Dios! No digas avaricia, que suena mal e
injusta
-
¿Cómo van a ser muchas cosas?
-
Rabia te lo ruego no exageres. ¿No ves al pobre hombre, que
màs que vivir està agrrado a la vida?
-
Lo sé. Lo veo, lo siento y lo padezco. Me siento perdida.
Nunca le ví tan vulnerable, tan humilde tan… irreducible y tan, como diría yo…
insignificante
-
¡Por favor!
La salud de Ami
Abdeslam exacerbaba deseos y temores. Se sentía incapaz de recurrir a la
« receta de la tortuga » aunque nada en el mundo le tentaba màs.
« Una trampa mortal », pensaba con una mezcla de ironía e inepcia
intelectual. Su precaria salud le estaba enseñando que la pobreza es , como
dijo Omar Ibn Al Khattab[1], casi una impiedad.
-
¿Por qué lo dices?
-
Porque los pobres ni comen bien, ni duermen bien, ni tienen o pueden
tener acceso a cuidados médicos decentes ni…
-
¿Lo dices por ti?
-
Por todos nosotros
-
Entonces serà « ni comemos bien, ni dormimos bien ni tenemos o
podemos tener acceso a... »
-
En efecto
Moralidad
intempestiva. Sensaciòn y pensamientos. Eran los primeros síntomas de la vida
imposible. Comenzaba la tràgica ecuación de un sufrimiento.
El insoportable
menoscabo.
Después de toda
ablución, poco antes de comenzar cada una de las cinco oraciones del día, Ami
Abdeslam pedía y rogaba a Dios un remedio «…cualquier remedio ».
Desaparecía el fatalismo radical y vehemente y con él, la
franqueza impagable, el deseo de gozar y la obstinación lúgubre. La vida
cambiaba de curso. Se hacía màs desagradable pero condenadamente màs valiosa.
« ¿Y si pruebo lo de la tortuga, como ella? ».
Contrariamente a su
forma de ser, Ami Abdeslam no tenía tiempo que perder. No buscaba argumentos
sino respuestas y de ser posible para su propio problema. Creía que Yamna las
tenía. Pero ella solía decir sólo lo que otros omitían y los demàs pasaban la
vida barajando hipótesis, casi siempre infundadas.
« La solución està en
la carne de la tortuga”.
Todo un diccionario
del misterio y de la fatalidad pero, para Ami Abdeslam una inagotable fuente de
inspiración y de inquietud. Una cultura del conflicto.
« Si ella se curó
yo también me puedo curar »
Febríl y fràgil, a la
vez, sentía el horror de la humillación que le aterrajaba. Sin pedirle consejo
alguien le dijo que para curarse « debe soplar muy fuerte en la boca
de la tortuga ».
-
¿Y cómo hago yo para encontrar la boca de la tortuga?
-
¡Amigo! esto se lo preguntas a vuestra Yamna
-
Yamna no es de nadie. Ademàs ella
no soplό en su boca sino se la
comiό
Era conciente de que
la compasión le reducía a un ser inferior y a pesar de odiar durante toda su
vida el sentimentalismo gratuito, comenzaba a sentir cierta inclinación hacia
Yamna y su manera de tratarlo. « Los demàs, solía comentar, han barrido
con desprecio toda una trayectoria ». Se olvidaba intencionadamente
de precisar « mi trayectoria ».
-
No te gustaría saber algo sobre mi caso
-
No, Yamna. En cambio creo que a ti sí te gustaria saber un poco màs
sobre el mío
-
Creo que sería superfluo
-
Pues… yo no comparto esta idea
Una manera como
cualquier otra de saludar su celeridad y su furiosa epopeya. De sus largos años
de andadura en el mundo del humor y de la ironía, a menudo a expensas de otros,
ahora comprende infinitamente màs y
mejor aquello de « Que Dios haga que esta risa se acabe bien »[2].
-
¿Sabes? Contrariamente a lo que todo el mundo creía, lo de la tortuga no
fué una broma ni mucho menos una tomadura de pelo... ¡cien por cien, vamos!
- No te preocupes
-
No me preocupo sino simplemente me gustaría puntualizar algo. Desde hace tiempo
buscaba el instante oportuno para dejar una cosa clara
-
Creo que lo sé porque me lo dijeron tantas veces que…
- Yo creo que no. Escúchame. En la
mitología tradicional marroquí la presencia de una tortuga en casa contrarresta
todo riesgo de asma y...
-
O sea debo entender que se trataba de una presencia preventiva y no de
un asqueroso plato. Que Dios te perdone, Sidi Abdeslam
-
Efectivamente. Pero aún no he acabado. Cuando te propuse la idea era
eso. Pero a medida que pasaba el tiempo, insistías e insistiendo me colocaste
ante la pared y la espada, teniendo que inventar el rollo de la lecha y el
resto ¿Entiendes?
-
perfectamente aunque lo mío era diferente
-
Con resultados positivamente semejantes
-
Eso si. Lo debo confesar y por ello nunca jamàs lo olvidaré
« ¡Santo Dios!
exclamaba extremadamente inquietada. ¿ No serà esta una de sus
últimas confesiones? ».
De una extrema
discreción, uno y otra buscaban una forma de expresiòn autónoma con tono
tranquilo y palabras deliberadamente modestas en las que la prudente confesión
puediera inmiscuirse en lo íntimo.
Los dos ceían que era
la mejor respuesta a dar a tantas preguntas sin desenlaces.
Él, con sus
tradicionales, casi folklóricos movimientos de humor inexistentes, a dos dedos de ser un eufemismo y con una
nueva y sorprendente velocidad de adaptación.
Ella atrincherada en
su placidez, protegiéndose de toda nueva desventura y desconfiada en «
estos tiempos que galopan » como solía decir. Con muy poca convicción,
buscaban, cada uno a su manera, una amistad al àmparo de las indiscreciones y
merced a su respectiva generosidad, zigzagueando entre sus sinceros deseos de
ayudarse y una compasión que lo malbarataba
todo.
Intenciones nimbadas
de luces. Reconciliación personal y una aparente y prometedora neutralidad para
con esta doméstica a dos dedos, pero con un poco màs de suerte, de ser ama de
casa.
Entre Yamna y Ami
Abdeslam nacía una nueva relación de amistad y de suspense que no dejaba a
nadie indiferente.
-
Abdelsma pasa màs tiempo hablando con Yamna que con su esposa
-
¡Mujer! Cuida màs tu larga lengua que lo que acabas de decir es grave.
No olvides que arriba està Dios[3]
-
Lo sé
-
No. No lo sabes
-
¿Qué insinuas?
-
Que tu perturbada imaginación te lleva muy lejos
-
Yo…
-
... y muy mal porque lo vas a lamentar
-
Lo dije bromeando. Te lo juro
Desde su ya habitual
silla en el umbral de la casa, Ami Abdeslam admiraba el serpenteo de Rio Martil
que nunca antes se atrevió a observar tan detenidamente. « La identidad
nos viene de la tierra », pensaba. Pero con su elevada humedad, la noche
le parecía ahora de una negrura carbonosa. Trataba de hacer el mínimo esfuerzo
posible.
Su esposa Rabia se
encargaba de todo y velaba por él como a uno de sus pequeños hijos.
-
Debes entrar la noche es fría
-
Lo sé pero aqui por lo menos no me aburro, ademàs estoy bien arropado
-
Tu hermano preguntò por tí
-
Díle que estoy aquí
-
Como quieras
Para ella era siempre
como quería él.
Martil no era el
infierno pero para él lo parecía con su clima húmedo.
Observaba con una
mezcla de nostalgía y aflicción còmo la gente, en su mayoria conocidos o amigos se paseaban de
un lado a otro sin problemas de ningún tipo.
« Aquellos son
días que alternamos entre la gente »[4]. Era la voz de Sidi
Mohamed que respondía a alguien.
Sin que la respuesta
tuviera algo que ver con él, comprendió que era un mensaje: prestar una mayor
atención a esta gente « que se mueve » es envidiarla « lo que es
fundamentalmente incompatible con las convicciones musulmanas ».
Sabía que la solución
no estaba en el interior de las fronteras de esta casa y asi lo reveló a su
esposa.
-
¿Y que hacemos?
-
Pues... no sé
- Nos vamos a Ben Karrich. Mucha gente
estaba peor y mejoró bastante en pocas semanas
-
No. No digas esto, Rabia que ya sabes como es la gente. A Ben Karrich van los
tuberculosos. Si me voy allί a mi vuelta, aunque mejore, se me evitarà como la peste
-
Lo que importa es tu salud. La vida està entre las manos de Dios pero…
-
¡Pero qué vida ni qué muerte, mujer! Déjame solo, por favor
-
Como quieras
De notoriedad pública,
la bondad de Rabia no conocía ni límites ni fronteras. Era una bohemia que sólo
se interesaba por su esposo y sus séis hijos.
Absorta en la difícil
tarea de proporcionar a todos y cada uno su mundo de felicidad, no le quedaba
tiempo para ella. Pero no ignoraba lo que quería decir su esposo. Sabía que
tenía razón. Que en esta sociedad se daba importancia inversamente proporcional
a la envergadura y a menudo fortaleza financiera y física de la gente.
Como muchos otros
hijos de la clase media de esta ciudad, ellos nunca tuvieron dimensión
financiera pero no querían que se supiera que tampoco física o… social.
A Ben Karrich van los
pobres « y nosotros aunque lo somos nadie lo puede descubrir »
Contrariamente a
Spinoza, tanto ella como él, creían que nunca se puede recuperar las pasiones
positivas.
Ambos tenían un miedo
atroz de que aquello fuera irreconciliable con el futuro… su futuro y el de los
hijos.
« Ser lo que es,
siempre es màs excusable que un error », tranquilizaba Ami Abdeslam a su,
desde hacίa tiempo, preocupada
esposa cuando ésta recurría a mil acrobacias para insinuar modestamente que
nada puede cambiar. Un ejercicio que le causaba, a la vez, disgusto y
admiración. Pero sabìa que, màs que la destrucciòn de una imagen, su enfermedad
era la de un imaginario.
-
Mira Rabia, le dijo cuando la sorprendió una madrugada cuidando, con
exagerado esmero, su posición en la cama para que respirara mejor
- No. Es que yo...
-
Mira mujer, no me gustan las soluciones « Canadà Dry ». ¿Sabes lo que es eso?
- Pues… la verdad, no
-
Una limonada que tiene olor y
sabor de alcohol sin serlo
-
Que Dios nos proteja del alcohol
-
Tienes razón pero también de las actuaciones prefabricadas. Estoy un
poco enfermo. Pero no me quejo Al Hamdu Lilah. Pero ya te lo dije
muchas: veces que soy adulto y vacunado
-
Lo sé y nunca lo olvidaré pero la gente se debe ayudar
Como siempre volvía a
dormir con una afable « buenas noches » seguro de que, con su
obsesión de éxito de curiosidad, aquella
mujer tenía un valor añadido y ella de que si esmaltaba sus ideas era modestia
y por miedo a desagradar a su, para ella, venerado marido.
Incluso dormido o
casí, Rabia leía en sus ojos cerrados, en los que se confundían sonrisas y
làgrimas, la fascinación por el humor y la ironía. Sus movimientos
funambulescos en la enorme cama flirteaban con el pasado. Sólo su tumultuosa
respiración le recordaba que sufría. « Siempre fué mejor hijo que
padre », pensaba antes de desaparecer bajo las dos espesas mantas de lana
de cabra, que su hermano mayor les mandó « para cubrirse mejor para
combatir el insomnio y la inquietud ».
Por màs que lo
intentaba nunca lograba adivinar lo que soñaba con tan buena cara. « Deben
ser confidencias demasiado íntimas », se consolaba, dando mil vueltas en
su cabeza a lo que le contó por la tarde:
-
¿Sabes, Rabia? A veces creo que Yamna es, o bien, una santa, o bien el
propio diablo
-
R’Kucha decía la otra vez que las domésticas son como las estrellas
-
¿Estrellas?
-
Pues si como las estrellas… que se deben ver de lejos
Esperó que frenara su
carcajada. Se quedó miràndola un instante y le dijo:
-
¡Que eres una santa! Una santa completamente loca. ¿Has comprendido lo que
esto significa?
-
Era una broma. Bueno ella lo dijo también en broma
-
Se refería a las domésticas bien hechas y no a una pobre mujer como
Yamna
-
¿Y por qué santa o diablo?
Volvió a marcar una
breve pausa. La miró de arriba abajo y le dijo:
-
Porque por lo menos piensa en cosas interesantes
-
Es que…
-
Estoy segura de que ibas a decir algo
-
Se me ha olvidado
-
¡ Vamos! No seas susceptible. Conozco tu prodigiosa memoria
-
¿Yo, susceptible?
-
Bueno…
La conversación entre
ambos terminaba siempre con entusiasmo salpicado de cierta generosidad. Entre
él, admirado y ella, admirante, la corriente pasaba de manera natural.
« Me acostumbré a esto » parafraseaban espontàneamente casi en coro
como si buscaran la forma màs ideal para expresar un retorno a una normalidad
imposible.
Él era conciente de
que su esposa era alérgica al hostigamiento social. Ella no ignoraba que, en su
desesperado intento de recuperar su estatuto de antaño, su esposo puede
sucumbir a la tentación de naufragar en la desesperaciòn o… la perdición
Ante sus actitudes
humildes…casi tímidas y sus imàgenes demacradas, de nada servían las posturas
disuasivas de quienes inventaron la esperanza… « para otros fines ».
Sólo le quedaban los
ojos para llorar. Pero no podía llorar ante aquella mujer que nunca lloraba o
poco...muy poco.
Atrapado de un bocado
por la emoción, pasaba su tiempo buscando el remedio, su atroz miedo de ser
devaluado que para él era la peor de las torturas. Le decía con dulzura que se
confundía con el desamparo que los enfermos dejan siempre algo de si mismos en
su sufrimiento.
-
Lo sé
- ¿Cómo
lo sabes si no estàs enferma?
Una tentativa de
terapia.
-
« Haz para este mundo como si fueras a vivir en el siempre y por el otro
como si fueras a morir mañana »[5]
-
Un criterio absoluto. De hecho ¿quién lo dijo?
- Mujer, no importa quien lo dijo. ¿Has
comprendido lo que quiero decir, citando este dicho?
-
Si. Claro que si, enlazó con la mirada perdida en el cuarto de
Yamna
Devorado por el asma,
Ami Abdeslam se amparaba en un inquietante misticismo.
-
Es normal porque es el mejor refugio de la decandencia física y
moral
-
Él no lo entiende así.
-
Ya lo sé. La otra vez me confesó que la enfermedad le ha devuelto a su
propia historia
-
¿ Su propia historia ? ¿ te acuerdas de su humor que propagaba
alegría pero también a veces un cascabel
-
Pero ¡ Qué dices ! No te basta que esté soñando por la noche y
sufriendo por la mañana y en ambos casos pesadillas
-
De todas formas a él le dà asco este concierto de pasiones
Cuando se trataba de
Yamna nadie se atrevía a hacer comparaciones. Las ideas al respecto
rozaban las lucubraciones. Todos pensaban ahora en voz alta. Comenzaban a admitir
que la pobre mujer también pasó por esta circunstancia sin que nadie supiera o
no quisiera saber hasta qué punto era injusto y cruel su destino.
-
Pero ahora ha vuelto a nacer de sus cenizas
-
Después de fundirse en el dolor y el martirio
-
Nadie sabe. A lo mejor a Ami Abdeslam le ocurrirà lo mismo
-
¿ Qué quieres decir con « lo mismo »
-
Que se curarà, Incha allah
Insensible a esta diarrea de rumores,
Ami Abdeslam prefería dormir para ganar unos instantes al apuro. Los inviernos
le parecían ahora una eternidad. « Me siento en un aprieto por esta
celebridad de incapaz que a nadie puede gustar » comentaba derrochando el
poco humor que aún le quedaba.
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