Circulo Universal de Embajadores de la paz De nuestro embajador Elías D. Galati La Argentina




 
                                                             HONRAR LA  VIDA

Es indudable que la vida es el primer valor, y el sustento necesario de cualquier pensamiento, idea o actividad humana.    Sin vida nada hay.

A pesar de ello, en muchísimas circunstancias se encuentra desvalorizada, oprimida y hasta desahuciada.
Pero el encono más feroz que el propio hombre tiene con la vida es la guerra.
Una contienda fraticida, que tiene motivos indignantes para una correcta evaluación del ser del hombre y de la dignidad de la vida.
El poder, la conquista territorial, la fama, los bienes materiales, la opresión, el triunfalismo de las ideologías, la venganza, el odio o el rencor, el desprecio por el otro, por lo que siente, por lo que es o por lo que piensa, son consideraciones que se ponen en primer lugar en una contienda, antes de la honra de la vida y de la existencia.
Siempre son culpables los enemigos, por lo general de un lado y del otro, con los mismos motivos y las mismas condiciones.
En las grandes guerras, se dio la paradoja, que de un bando como del otro, se luchaba protegidos por la misma fe, y orando al mismo Dios.
¿Cuándo aprenderá el hombre a refrenas sus impulsos y proceder racionalmente?
Pareciera que nunca.
He señalado en otros ensayos que la vida tiene dos valores fundamentales si uno quiere vivirla con dignidad, uno es el amor y otro es la paz.
Ambos son complementarios y opuestos totalmente a la guerra.
No es posible entender una concepción bélica dentro de este esquema de dignidad de la vida.
Hay numerosas situaciones, circunstancias muy  plausibles y aún comprensibles que hacen a veces encender un fervor ya sea patriótico, de justicia o de equilibrio, y también extenderlo a una situación de violencia, como si fuera imposible la racionalidad para solucionar los conflictos que le plantea la existencia al hombre.
Sucedió con las guerras de la independencia, con las guerras mundiales donde había una necesidad de cambiar un status perverso y denigrante de algunos seres considerados como minoría, pero en última instancia la guerra es un instrumento de violencia, y puesto en relación y contrapuesto con el hombre, no hay alternativa en la elección.
¿Qué es más importante que el hombre? Se podrá decir que la dignidad, la libertad, el pleno derecho de las ideas y pensamientos, pero es evidente y no se puede discutir ni dudar, que todas esas virtudes y características elementales del ser, no tendrían ningún sentido si no existe la vida.
Porque la vida es el primer valor, el fundamental, el basal, y se debe preservar, proteger y promover, ella como la cultura de la vida.
En algunos sectores y en algunos momentos hay tal desvalorización que se habla de una cultura de la muerte, y de una pauperización de la cotización de la vida.
Se dice a menudo, la vida no vale nada, y aunque sea una realidad, es una realidad que no debe compenetrarse en nosotros, y a la que nos debemos oponer con todas nuestras fuerzas.
¿Cómo se honra la vida?
Primero con nuestras ideas y nuestros pensamientos, que son los que generan los ideales y las acciones.
Sostener una mente limpia y capaz de separar la pasión, la soberbia, la egolatría y la superioridad del verdadero equilibrio de las relaciones humanas.
Amar la paz, que significa amar al hombre, a todos los hombres, amar la verdad, amar la belleza, amar la justicia, amar la solidaridad y pregonar y proyectar en los otros ese amor.
Luego con nuestras acciones, que en realidad se sometan a ese pensamiento y a ese ideal de paz y amor que debe proceder de nuestro interior.
Fundamentalmente en las situaciones reales, las de todos los días, las pequeñas cosas, que van generando un modelo de comportamiento y de respuesta a las mismas.
En cada ocasión en la cual por enojo, ira, rencor, o por apresuramiento en evaluar la situación, se aparece ante nosotros la violencia y pretendemos que es la solución a ese pequeño o gran conflicto atravesado, sin darnos cuenta que nos vamos formando un círculo de desamor, de desencuentro y de desarmonía con nuestros hermanos.
Seamos heraldos y misioneros de la paz, en el sentido que sea nuestra misión en la vida honrarla, dignificarla y hacerla armónica y placentera para todos.

 

 

 

 

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