HONRAR LA VIDA
Es indudable que la vida es el primer valor, y el
sustento necesario de cualquier pensamiento, idea o actividad
humana. Sin vida nada hay.
A pesar de ello, en
muchísimas circunstancias se encuentra desvalorizada, oprimida y hasta
desahuciada.
Pero el encono más
feroz que el propio hombre tiene con la vida es la guerra.
Una contienda
fraticida, que tiene motivos indignantes para una correcta evaluación del ser
del hombre y de la dignidad de la vida.
El poder, la
conquista territorial, la fama, los bienes materiales, la opresión, el
triunfalismo de las ideologías, la venganza, el odio o el rencor, el desprecio
por el otro, por lo que siente, por lo que es o por lo que piensa, son
consideraciones que se ponen en primer lugar en una contienda, antes de la
honra de la vida y de la existencia.
Siempre son
culpables los enemigos, por lo general de un lado y del otro, con los mismos
motivos y las mismas condiciones.
En las grandes
guerras, se dio la paradoja, que de un bando como del otro, se luchaba
protegidos por la misma fe, y orando al mismo Dios.
¿Cuándo aprenderá
el hombre a refrenas sus impulsos y proceder racionalmente?
Pareciera que
nunca.
He señalado en
otros ensayos que la vida tiene dos valores fundamentales si uno quiere vivirla
con dignidad, uno es el amor y otro es la paz.
Ambos son
complementarios y opuestos totalmente a la guerra.
No es posible
entender una concepción bélica dentro de este esquema de dignidad de la vida.
Hay numerosas
situaciones, circunstancias muy plausibles y aún comprensibles que hacen
a veces encender un fervor ya sea patriótico, de justicia o de equilibrio, y
también extenderlo a una situación de violencia, como si fuera imposible la
racionalidad para solucionar los conflictos que le plantea la existencia al
hombre.
Sucedió con las
guerras de la independencia, con las guerras mundiales donde había una
necesidad de cambiar un status perverso y denigrante de algunos seres considerados
como minoría, pero en última instancia la guerra es un instrumento de
violencia, y puesto en relación y contrapuesto con el hombre, no hay
alternativa en la elección.
¿Qué es más
importante que el hombre? Se podrá decir que la dignidad, la libertad, el pleno
derecho de las ideas y pensamientos, pero es evidente y no se puede discutir ni
dudar, que todas esas virtudes y características elementales del ser, no
tendrían ningún sentido si no existe la vida.
Porque la vida es
el primer valor, el fundamental, el basal, y se debe preservar, proteger y
promover, ella como la cultura de la vida.
En algunos sectores
y en algunos momentos hay tal desvalorización que se habla de una cultura de la
muerte, y de una pauperización de la cotización de la vida.
Se dice a menudo,
la vida no vale nada, y aunque sea una realidad, es una realidad que no debe
compenetrarse en nosotros, y a la que nos debemos oponer con todas nuestras
fuerzas.
¿Cómo se honra la
vida?
Primero con
nuestras ideas y nuestros pensamientos, que son los que generan los ideales y
las acciones.
Sostener una mente
limpia y capaz de separar la pasión, la soberbia, la egolatría y la
superioridad del verdadero equilibrio de las relaciones humanas.
Amar la paz, que
significa amar al hombre, a todos los hombres, amar la verdad, amar la belleza,
amar la justicia, amar la solidaridad y pregonar y proyectar en los otros ese
amor.
Luego con nuestras
acciones, que en realidad se sometan a ese pensamiento y a ese ideal de paz y
amor que debe proceder de nuestro interior.
Fundamentalmente en
las situaciones reales, las de todos los días, las pequeñas cosas, que van
generando un modelo de comportamiento y de respuesta a las mismas.
En cada ocasión en
la cual por enojo, ira, rencor, o por apresuramiento en evaluar la situación,
se aparece ante nosotros la violencia y pretendemos que es la solución a ese
pequeño o gran conflicto atravesado, sin darnos cuenta que nos vamos formando
un círculo de desamor, de desencuentro y de desarmonía con nuestros hermanos.
Seamos heraldos y
misioneros de la paz, en el sentido que sea nuestra misión en la vida honrarla,
dignificarla y hacerla armónica y placentera para todos.
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