11-M: Madrid 1425 de Said Jedidi CAPITULO VI EFECTOS SECUNDARIOS



                                                                                   
                                             
                                            I

  Del 4/4 verdeceladón descendió una mujer cincuentona, elegantemente vestida y con un velo de seda que le cubría parte de su, aparentemente retocado rostro. Con pasos lentos se dirigió hacia la plazoleta donde había una mezquita. Seguida de las curiosas miradas de los numerosos asiduos matutinos de las cafeterías y restaurantes de enfrente, la dama buscaba algo o a alguien. Inspeccionó con gestos aristocráticos la zona precintada y se  dirigió solemnemente a un limpiabotas, quien, adivinando la perplejidad de la dama la saludó cortésmente antes de preguntarle inclinado:
-         ¿Busca algo, señora?

       La dama giró sobre sus talones. Se quedó muda un largo instante, observando los zapatos cuidadosamente brillantes del extraño personaje mientras que él levantaba tímidamente la cabeza para comprobar si aun estaba allí.

-         Por allí había una mezquita. ¿Quién la derribó?

-         Están haciendo una nueva. Dicen que va a ser mejor. Más digna de lo que se ha convertido F’Nideq.

-         ¿Dónde?

-         En el mismo lugar. Allí, indico con el índice de su mano izquierda, constatando ella que de su mano derecha le faltaban cuatro dedos.

-         Toma,  deslizó un billete de 50 dirhams en el bolsillo del delantal azul cubierto por, por lo menos, tres capas de polvo negro del  providencial ángel de la Guarda.

-         Algo más, señora

-         Si. Alabar a Dios y desplegar un esfuerzo para lavar un poco esta cosa, respondió con acento severo, indicado su delantal.

-         Al hamdu Lilah[1]

   Comenzó a buscar con sus ojos en medio del hormiguero humano. F’Nideq presentaba a las cinco de la tarde una imagen dantesca. Allí se hablaban todas las lenguas y ninguna. Allí se vendía de todo y de nada. Allí se contaba de mil maneras. Allí se pagaba en Euro y en Dirham... allí se estafaba como nadie lo pueda notar. Desde la colina contigua se podía ver a  caravanas humanas, serpenteando, algunas en doble fila, cargadas de mercancía de contrabando procedente de la vecina Ceuta. De repente, dio un sobresalto, cambió de dirección, dirigiéndose hacia donde estaba una anciana.

     -  ¿Cómo estás, Aicha?

-         Esta voz la reconocería entre todos los habitantes de China. Eres Muy Malika. ¿Dónde estabas? ¿A dónde te llevaron los hijos de p? ¿Te han liberado?

-         Sigues tan entupida como siempre.

-         Y tú, tan torpe como para no poder descubrir que tu hermana Aicha ha dejado de ver la luz del día.

-          ¡Anda, si es verdad, eres ciega! Pobre Aicha pero… ¿Cómo fue? Cuéntame, te lo ruego.

-         No. Nada. No tiene importancia. Este es Dios y este es su Destino. Ya sabes que yo no soy apóstata, como tú. Pero… no me has dicho dónde estabas durante todo este tiempo.

-         No tiene ninguna importancia. Este es Dios y este su Destino. Como tu, yo también lo acepto y lo acato.

       Silencio glacial. Lenguaje ocular. Se mira, se calcula y se siente una extraña, sensación de que el túnel del tiempo sea una realidad… aunque momentáneamente.

      Sin pedir permiso, Aicha extiende las palmas de sus manos en el cuerpo de Muy Mailka en una misión de reconocimiento, comprobando minuciosamente cuerpo y vestido. Se quedó quieta un instante. Elevó su rostro hacia el cielo salmeando con tono docto en un lenguaje corporal: «Loor a Dios Único y Poderoso. Bendito seas que transformas lo que no puede ser transformado».

     El espejo del alma.

-         Creo que ahora Dios te ha inmunizado contra la necesidad.

-         Como se dice: Dios me lo dio, Dios me lo quitó, Dios me lo restituyó, Bendito sea Su santo Nombre.

-         Se acabaron las limosnas, las súplicas, el sufrimiento, el hambre y…

-         La degradación humana.

         Parecía que la corriente dejo de pasar entre las dos ex amigas. Aicha olfateaba como un perro el lujoso perfume de Al Ud  que llevaba su homóloga de antaño. Parecía exageradamente llena de ansia. En aquel instante, nada en este mundo le habrá gustado más que volver a ver la cara de su antigua colega, su transformación, su metamorfosis y el milagroso efecto del dinero sobre la persona y su alma.

  -   ¿Has venido de fuera de F’Nideq?

  -   Si. Quería verte. Desde hace tiempo me preguntaba si algo importante de haya ocurrido. Si la vida te ha vuelto a sonreír…

  -   ¿Ha vuelto? Si yo no conozco otro destino. Así nací y así viví y moriré. Por cierto ¿donde vives ahora?

  -    En Ceuta.

  -    ¡Qué suerte! ¿Tienes pasaporte?

  -    Si. El mió, el que tenía siempre.

  -    Ya me decía yo que pertenecías a otra calaña.

      Aicha volvía a comprobar la calidad del tejido de la Jelaba de Muy Malika, su velo, sus zapatos y el estado de su piel.

-         ¿Has venido en coche?

-         Si. El mío. O sea el nuestro

-         ¿De qué color es?

-          Verdeceledón

-         Como el kife…

-         ¡Hija de perra! No has cambiado. Sigues tan mala como siempre. Fiel a tu humor de perros.

-         Así me gustas, Muy Malika. El dinero lo puede cambiarlo todo, todo menos el mal carácter.

-         Ya te dije mil veces que en mi caso no se trata del dinero. Siempre o casi siempre lo he tenido es…

-         ¡Otra vez, el terrorista de tu hijo! ¿No lo vas a olvidar?



-    Si no he podido olvidarte ni a ti tan pobremente terrorista.

   No sabiendo de dónde sacaba Aicha tan clínica honestidad moral, Muy Malika le reconocía este mérito e intuía que tenía cita con una irresistible tentación de, en vez de vivir, como su ex amiga, disfrazarse de mendiga. Pero ahora casi prefería hablar de ello en presente o incluso en futuro. Seguía sin renunciar a su convicción de que unos establecen las reglas, otros las padecen. Quería preguntar a su antigua amiga lo que más le apetecía en aquél instante, que ella lo podía realizar, que su nuevo estatuto social se lo permitía todo, pero no se atrevía. No quería lógicas represivas ni desbarajustes sociales ni desorden clasista. Ella era lo que es y su ex amiga lo que había sido. Anegada en la incertidumbre, se esforzaba inútilmente en encarnar la realidad más próxima a la facultad mental de Aicha.

-         Te dije mil veces que yo era otra cosa, dijo con una tonalidad levemente diferente.

   «El oficio de vivir», pensó haciendo un enorme esfuerzo para que no se reflejara en su rostro.

       Por la mente de Aicha pasaba un sinfín imágenes del pasado y preguntas con sus  respuestas «prét à porter». No lograba disimular ni su ansiedad ni su ansión. Trataba de desfigurar sus sentimientos con  gesticulaciones torpes e inadecuadas. A penas lograba contener las pocas lágrimas que aun le quedaban en sus deformados ojos. Sus gestos lentos y abstractos reflejaban una sobredosis de emoción. En el fondo no esperaba de su ex colega nada… absolutamente nada que no fuera que viniera a verla de vez en cuando « Claro, cuando tu tiempo te lo permita». Buscaba en el cielo alguna providencial luz con la que pudiera vislumbrar los rasgos de quien compartió con ella «los felices días en que no había nada…. Salvo la vista y la luz…»

        «Dale limosna, mujer, que no hay nada en este mundo peor que ser ciego en…».  Ebrio, el guardián de coches no terminó la frase.

-         ¿Sabes Aicha?

-         Desde hace tiempo no sé nada. No veo nada, no siento nada. Desde hace tiempo no me siento tan feliz como ahora y no sé por qué.

-         Pues… casi es mejor así. No hay nada que saber. ¿Y si te digo que añoro los instantes pasados en el umbral de aquella mezquita?

-         ¡Vete a la mierda! No eran instantes. Era una eternidad.

-         Si es la verdad. Ignorante como eres, tú no lo puedes imaginar.

-         Tu hijo, su obra siniestra y el recuerdo de que, con un poco mas de suerte o de providencia, hubiera podido ser infinitamente mejor.

-         Su padre no se lo permitió.

-         Ni a los 200 inocentes que murieron sin saber por qué ni a los centenares de heridos, muchos de ellos  inválidos para toda la vida.

-         Que eres una perversa que quiero un montón.






















[1] Gracias a Dios

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