I
Del
4/4 verdeceladón descendió una mujer cincuentona, elegantemente vestida y con
un velo de seda que le cubría parte de su, aparentemente retocado rostro. Con
pasos lentos se dirigió hacia la plazoleta donde había una mezquita. Seguida de
las curiosas miradas de los numerosos asiduos matutinos de las cafeterías y
restaurantes de enfrente, la dama buscaba algo o a alguien. Inspeccionó con
gestos aristocráticos la zona precintada y se
dirigió solemnemente a un limpiabotas, quien, adivinando la perplejidad
de la dama la saludó cortésmente antes de preguntarle inclinado:
-
¿Busca algo, señora?
La dama giró sobre sus talones. Se quedó
muda un largo instante, observando los zapatos cuidadosamente brillantes del
extraño personaje mientras que él levantaba tímidamente la cabeza para
comprobar si aun estaba allí.
-
Por allí había una mezquita. ¿Quién la
derribó?
-
Están haciendo una
nueva. Dicen que va a ser mejor. Más digna de lo que se ha convertido F’Nideq.
-
¿Dónde?
-
En el mismo lugar.
Allí, indico con el índice de su mano izquierda, constatando ella que de su
mano derecha le faltaban cuatro dedos.
-
Toma, deslizó un billete de 50 dirhams en el
bolsillo del delantal azul cubierto por, por lo menos, tres capas de polvo
negro del providencial ángel de la Guarda.
-
Algo más, señora
-
Si. Alabar a Dios y
desplegar un esfuerzo para lavar un poco esta cosa, respondió con acento
severo, indicado su delantal.
-
Al hamdu Lilah[1]
Comenzó a buscar con sus ojos en medio del
hormiguero humano. F’Nideq presentaba a las cinco de la tarde una imagen
dantesca. Allí se hablaban todas las lenguas y ninguna. Allí se vendía de todo
y de nada. Allí se contaba de mil maneras. Allí se pagaba en Euro y en Dirham...
allí se estafaba como nadie lo pueda notar. Desde la colina contigua se podía
ver a caravanas humanas, serpenteando,
algunas en doble fila, cargadas de mercancía de contrabando procedente de la
vecina Ceuta. De repente, dio un sobresalto, cambió de dirección, dirigiéndose
hacia donde estaba una anciana.
- ¿Cómo
estás, Aicha?
-
Esta voz la
reconocería entre todos los habitantes de China. Eres Muy Malika. ¿Dónde
estabas? ¿A dónde te llevaron los hijos de p? ¿Te han liberado?
-
Sigues tan entupida
como siempre.
-
Y tú, tan torpe como
para no poder descubrir que tu hermana Aicha ha dejado de ver la luz del día.
-
¡Anda, si es verdad, eres ciega! Pobre Aicha
pero… ¿Cómo fue? Cuéntame, te lo ruego.
-
No. Nada. No tiene
importancia. Este es Dios y este es su Destino. Ya sabes que yo no soy
apóstata, como tú. Pero… no me has dicho dónde estabas durante todo este
tiempo.
-
No tiene ninguna
importancia. Este es Dios y este su Destino. Como tu, yo también lo acepto y lo
acato.
Silencio
glacial. Lenguaje ocular. Se mira, se calcula y se siente una extraña,
sensación de que el túnel del tiempo sea una realidad… aunque momentáneamente.
Sin pedir permiso, Aicha extiende las
palmas de sus manos en el cuerpo de Muy Mailka en una misión de reconocimiento,
comprobando minuciosamente cuerpo y vestido. Se quedó quieta un instante. Elevó
su rostro hacia el cielo salmeando con tono docto en un lenguaje corporal:
«Loor a Dios Único y Poderoso. Bendito seas que transformas lo que no puede ser
transformado».
El espejo del alma.
-
Creo que ahora Dios te
ha inmunizado contra la necesidad.
-
Como se dice: Dios me
lo dio, Dios me lo quitó, Dios me lo restituyó, Bendito sea Su santo Nombre.
-
Se acabaron las
limosnas, las súplicas, el sufrimiento, el hambre y…
-
La degradación humana.
Parecía que la corriente dejo de pasar
entre las dos ex amigas. Aicha olfateaba como un perro el lujoso perfume de Al
Ud que llevaba su homóloga de antaño.
Parecía exageradamente llena de ansia. En aquel instante, nada en este mundo le
habrá gustado más que volver a ver la cara de su antigua colega, su
transformación, su metamorfosis y el milagroso efecto del dinero sobre la
persona y su alma.
-
¿Has venido de fuera de F’Nideq?
- Si.
Quería verte. Desde hace tiempo me preguntaba si algo importante de haya
ocurrido. Si la vida te ha vuelto a sonreír…
- ¿Ha
vuelto? Si yo no conozco otro destino. Así nací y así viví y moriré. Por cierto
¿donde vives ahora?
- En
Ceuta.
-
¡Qué suerte! ¿Tienes pasaporte?
-
Si. El mió, el que tenía siempre.
- Ya
me decía yo que pertenecías a otra calaña.
Aicha volvía a comprobar la calidad del tejido
de la Jelaba de
Muy Malika, su velo, sus zapatos y el estado de su piel.
-
¿Has venido en coche?
-
Si. El mío. O sea el
nuestro
-
¿De qué color es?
-
Verdeceledón
-
Como el kife…
-
¡Hija de perra! No has
cambiado. Sigues tan mala como siempre. Fiel a tu humor de perros.
-
Así me gustas, Muy
Malika. El dinero lo puede cambiarlo todo, todo menos el mal carácter.
-
Ya te dije mil veces
que en mi caso no se trata del dinero. Siempre o casi siempre lo he tenido es…
-
¡Otra vez, el
terrorista de tu hijo! ¿No lo vas a olvidar?
- Si no he podido olvidarte ni a ti tan
pobremente terrorista.
No sabiendo de dónde sacaba Aicha tan
clínica honestidad moral, Muy Malika le reconocía este mérito e intuía que
tenía cita con una irresistible tentación de, en vez de vivir, como su ex
amiga, disfrazarse de mendiga. Pero ahora casi prefería hablar de ello en
presente o incluso en futuro. Seguía sin renunciar a su convicción de que unos
establecen las reglas, otros las padecen. Quería preguntar a su antigua amiga
lo que más le apetecía en aquél instante, que ella lo podía realizar, que su
nuevo estatuto social se lo permitía todo, pero no se atrevía. No quería
lógicas represivas ni desbarajustes sociales ni desorden clasista. Ella era lo
que es y su ex amiga lo que había sido. Anegada en la incertidumbre, se
esforzaba inútilmente en encarnar la realidad más próxima a la facultad mental
de Aicha.
-
Te dije mil veces que
yo era otra cosa, dijo con una tonalidad levemente diferente.
«El oficio de vivir», pensó haciendo un
enorme esfuerzo para que no se reflejara en su rostro.
Por la mente de Aicha pasaba un sinfín imágenes del
pasado y preguntas con sus respuestas
«prét à porter». No lograba disimular ni su ansiedad ni su ansión. Trataba de
desfigurar sus sentimientos con
gesticulaciones torpes e inadecuadas. A penas lograba contener las pocas
lágrimas que aun le quedaban en sus deformados ojos. Sus gestos lentos y abstractos
reflejaban una sobredosis de emoción. En el fondo no esperaba de su ex colega
nada… absolutamente nada que no fuera que viniera a verla de vez en cuando «
Claro, cuando tu tiempo te lo permita». Buscaba en el cielo alguna providencial
luz con la que pudiera vislumbrar los rasgos de quien compartió con ella «los
felices días en que no había nada…. Salvo la vista y la luz…»
«Dale limosna, mujer, que no hay nada
en este mundo peor que ser ciego en…». Ebrio, el
guardián de coches no terminó la frase.
-
¿Sabes Aicha?
-
Desde hace tiempo no
sé nada. No veo nada, no siento nada. Desde hace tiempo no me siento tan feliz
como ahora y no sé por qué.
-
Pues… casi es mejor
así. No hay nada que saber. ¿Y si te digo que añoro los instantes pasados en el
umbral de aquella mezquita?
-
¡Vete a la mierda! No eran
instantes. Era una eternidad.
-
Si es la verdad.
Ignorante como eres, tú no lo puedes imaginar.
-
Tu hijo, su obra
siniestra y el recuerdo de que, con un poco mas de suerte o de providencia,
hubiera podido ser infinitamente mejor.
-
Su padre no se lo
permitió.
-
Ni a los 200 inocentes
que murieron sin saber por qué ni a los centenares de heridos, muchos de
ellos inválidos para toda la vida.
-
Que eres una perversa
que quiero un montón.
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