Por haber perdido el
arma de la información y de la comunicación, algunos países perdieron
progresivamente su alma.
Desde su salida del
norte y del sur, los españoles nunca devolvieron la cara ni para despedirse de
los más de tres millones de hispanohablantes de su ex protectorado.
No quería saber nada y
nada supo.
En cambio Francia y
posteriormente Estados Unidos lograron utilizar a fondo el arma de la
información, diseminando fácilmente la intoxicación y la realidad.
En ausencia de su
antigua socia en la colonización de Marruecos e imperando sin rival sobre sus
acciones de «cooperación» nunca desinteresadas, Francia transformaba
tranquilamente el « prèt-à-porter» en un «prèt-à- penser» en dirección de una
élite o bien formada en Francia, según determinados cartabones, o bien
reconvertida y readaptada al modelo galo.
Sólo la TVE y algunas estaciones de
radio como Cadena SER, COPE o RNE seguían constituyendo en el norte del país
«colonialismos sin querer» sin estrategias de comunicación aptas a este tipo de
incondicionales oyentes ni interés por lo que podría ser rentable culturalmente
a corto plazo y económicamente a largo plazo.
La opacidad, miopía y
falta de ambición en la política cultural de los sucesivos gobiernos de la ex
potencia colonial en el norte y el sur de Marruecos, disuadió a los que,
concientes de la realidad, insistían aún en luchar contra molinos de vientos
«culturalmente» intrusos a deponer sus sables de madera y a subir al tren
tricolor. Ante aquél océano de frialdad e indiferencia hasta el «españolizado»
Sahara tuvo que resignarse y postergarse ante la lengua de Moliĕre.
Francia explotó
ingeniosamente los sectores de la cultura, ciencia y tecnología a través de una
seudo-financiación de la formación y la investigación.
En una entrevista
acordada al entonces director del diario El País, Joaquín Estefanía en el
palacio real de Marraquech[1],
el difunto Rey, Hassan II le recordó que, a título de ejemplo del desinterés de
los responsables españoles por su cultura universal, en la ciudad de Tetuán
habían decenas de escuelas españolas y que pese a sus consejos sólo quedaban
dos o tres.
El ex director de El
País se quedó perplejo al escuchar de la boca del difunto soberano que, desde
su acceso al trono siempre obraba para que sus próximos colaboradores hablaran
el castellano.
Sin embargo, poco a
poco, con el pretexto de su solidaridad «militante» en su defensa contra las
agresiones de las que son o pueden ser objeto en su país los militantes de
organizaciones de derechos humanos o los profesionales de la prensa en el
amordazamiento de sus autoridades, la «sociedad civil» gala remplazaba
tranquilamente a su homóloga española, desafiando la proximidad geográfica y
las afinidades históricas de sus nuevamente colonizados culturalmente.
En las décadas de los
60 y 70 comenzaron las primeras avalanchas de los inmigrantes desde la ex zona
española de Marruecos hacia Francia. 10, 20 o 30 años después regresaron al país hechos unos auténticos
portavoces del saber hacer francés. La
TVE y más tarde la proliferación de las televisiones privadas
como Antena 3, Tele-Cinco y otras televisiones autonómicas se encargaron de la
misión imposible de rescatar un atavismo literalmente eclipsado por una
xenofobia lingüística y por una total ausencia de curiosidad e inclinación
hacia las cosas del vecino del sur.
La negligencia de los
sucesivos inquilinos de la
Moncloa por los asuntos del vecino marroquí pasó factura a
los gobiernos que comenzaron en la década del 90 a incluir en sus conceptos
y concepciones geopolíticas a sus vecinos próximos, entre ellos aunque de manera
artesanal, Marruecos.
Desde 1991, fecha de
la primera ley sobre la inmigración, España comenzó a sentir una imperiosa
necesidad de alimentar algunos de sus sectores de actividad que carecían de la
mano de obra necesaria ni suficiente como la agricultura, la industria, la
construcción y el sector terciario. 16 años después, sobre los casi 15 activos
en España, 240 000 marroquíes o de origen marroquí de los 604 000
censados con residencia o permiso de estancia en España tenían un empleo. O sea:
el 1’6%[2].
Casi 17 años. Es
decir: media generación, con lo que ello acarrea en tanto que evolución
cultural cuando no sismo identidario, sometida a la relación
seguridad-inseguridad laboral: En el segundo trimestre del 2007 el número de
los parados marroquíes en España ascendía a la inquietante cifra de
400 000 personas. Lo que representaba el 12% de la población inmigrante en
España y el 5% de la población activa total[3].
2004-2007: para los
inmigrantes magrebíes en España de mal a peor. Si a ello sumamos las mil y una
redada de la policía española: Operaciones Saeta en abril del 2005, Sello I en
junio del mismo año, Tigres asimismo en junio del 2005 y Sello II en enero del
2007 entre muchas otras podemos formar una escueta idea del estado de ánimo de
esta media generación que poco conocía del país de origen pero mucho de ritos
intrusos, impactantes en un tejido permeable y vulnerable, gracias a un
mestizaje mal concebido y peor profesado.
Se pasaba, casi de
puntillas, de una integración tranquila y programada a un enfrentamiento
violento y sistemático.
La armoniosa y «
ejemplar» o « modelo a seguir por otras comunidades de inmigrantes en España» integración
de los marroquíes en el país de acogida (Cataluña) como lo calificaron el ex
alcaldes de Tarragona, Miquel Nadal o de Vilanova del Cami, Joan Vich i Adzet,[4]
se convirtió en una amenaza y motivo de desconfianza y parquedad.
Era el síndrome de un
extremismo adquirido.
Las ovejas negras eran
escasas. Pero las suficientes como para servir a los no pocos «morófobos» de España
a no escatimar esfuerzo alguno para identificar la ínfima minoría con la abrumadora mayoría de los inmigrantes
marroquíes en España.
Algunos «integrados»
en altas instancias dirigentes en los centros de poder o de oposición en España
prefirieron desmarcarse del «delicado momento» que atravesaban sus compatriotas
afincados en España, esperando mejores momentos para la atracción de votos[5].
Desde el 11-M la
travesía del desierto del inmigrante marroquí en España ha conocido diferentes
inflexiones en diversas épocas. Lo que dio lugar a la emergencia de una nueva
conciencia mas adaptada a la realidad socio-política del entorno en donde
vivían y más acorde a los imperativos de una indispensable, cuando no urgente
integración en previsión de otros «San Quintines».
En este contexto se
enmarcaba la carrera contra –reloj, a menudo desordenada y sin pautas de la
legalidad administrativa precisa o concisa, hacia la obtención de la
nacionalidad española.
Se preparaba a lo
peor. A la inmensa mayoría le bastaba el estatuto de «ciudadano de tercera»,
generador de votos y de victorias electorales y que, con el paso del tiempo se
demostró que prefería permanecer en su «no mans’land» patriótico e incluso
identidario.
De privilegio, la
nacionalidad española pasó a ser, una acuciante necesidad.
[1] El autor era entonces traductor simultáneo de
Hassan II.
[2] Cataluña con
200 000 personas, seguida de Andalucía con
89 000 y Madrid (Castilla-La Mancha) 68 000 marroquíes.
[3] 10.4% de los hombres y
el 10.5% de las mujeres.
[4] En sendas entrevistas del autor con las dos autoridades
locales catalanas
[5] Algunos y no todos porque a titulo de ejemplo se debe rendir
un especial homenaje a la acción del diputado socialista en la ciudad condal de
origen marroquí, Mohamed Chaib quien defendió a capa y espada lo que creía
justo.
Comentarios
Publicar un comentario