I
Sin
alcanzar, como se contemplaba, el grado de convivencia ni recuperar el nivel de
«buena vecindad» de los comienzos del 90 con el PSOE y Felipe González, en
Marraquech, durante la Reunión
de Alto nivel y a pesar de la buena voluntad mutuamente expresada, no se logró
pasar la esponja sobre el trienio más sombrío en las relaciones bilaterales
desde la Marcha Verde
en 1975. La corriente no pasaba e incidió en la opacidad comunicativa de la
cúpula del Partido Popular respecto a la nueva era en Marruecos y de los
responsables de éste para con sus súbditos en España.
Con la audiencia
del rey Mohamed VI a José Maria Aznar al término de la Cumbre formal que se
celebra anualmente entre los dos países en el marco del Tratado de Amistad y de
Buena Vecindad, todo apuntaba hacia la evidencia de que las relaciones entre
los dos vecinos quedó de nuevo encauzada.
Ni
tanto, ni tan poco. El capítulo de la lucha anti-terrorista brilló por su
ausencia como lo hizo en todos los encuentros de antes del 11-M.
Por
razones que nunca fueron lo suficientemente esclarecidas nunca se dieron
detalles de las detenciones efectuadas por razones judiciales en operaciones previas
al 11-M como ocurrió en enero del 2003, durante la operación Lago.
Coaccionadas
por los imperativos políticos del Partido Popular en tanto que incondicional aliado
de Estados Unidos, las fuerzas de seguridad españolas se perdieron en
propensas, cuando no anecdóticas imitaciones de las luchas anti-terroristas del
presidente Georges Bush, procediendo al arresto de personajes meramente de paso
por España, cuyos únicos antecedentes consistían en haber nacido palestinos o
de corresponder al perfil, diseñado por el Pentágono para designar a un
terrorista[1].
Este fue el caso de un «hispano-palestino de dudosa salud mental que
supuestamente diseñó cohetes para Hamás»[2].
Todo esto ha sido magistralmente explotado por las redes de captación del
salafismo-yihadista de inspiración extremista y presumiblemente con
financiación de Al Qaída de Ousama Ben Laden.
La
reducción del paro y la reducción del déficit público durante las dos
legislaturas del PP debían constituir una póliza de seguro adicional para los
inmigrantes en España y un motivo de satisfacción inherente de proporcionar
cierto bienestar y cierto incentivo para una mayor integración.
A
excepción de los que fueron acusados de la autoría del 11-M, nadie entre los
miembros de la nutrida comunidad magrebí afincada en Madrid o en otro punto de
la geografía española podía imaginar que después de Djerba, Casablanca y
Istambúl, Madrid iba a ser blanco de los ataques directos del terrorismo
fanatizado, los primeros en Europa Occidental y que marcarían el comienzo del
fin de una ilusión de una distensión y de un diálogo de civilizaciones que
muchos acariciaban con fervor.
El 10 de
marzo del 2004 ni en Somosagua ni en Lavapiés se vislumbraban los indicios de
una amenaza ni de un enemigo ni de una guerra. Lo que no pone en tela de juicio
la eficacia de los servicios de lucha anti-terrorista españoles que, hasta
entonces lograron desbaratar a decenas de ataques terroristas de ambiciones
similares, desmantelando decenas de redes y arrestando a sus miembros. Pero
como diría Ludovic Monerrat «la desproporción de la inversión entre el ataque y
la defensa proporciona siempre al primero una supremacía duradera».
Acusar
pues a los responsables de la lucha anti-terrorista españoles o simplemente
insinuar alguna dejadez, chapuza, deficiencia
o negligencia profesional, rozaría una inconciencia insultante. Pero
tampoco sería acertado halagar el revuelo contra el terrorismo con
posterioridad al 11-M, entre otras muchas razones porque, desde entonces, las
amenazas yihadistas, especialmente en el Nor-Oeste africano se han aumentado
considerablemente, poniendo en peligro los itinerarios y los tránsitos de los
abastecimientos de gas de África hacia Europa. A finales de noviembre del 2008,
los terroristas planificaban un atentado con coche bomba contra las
instalaciones de la compañía china BGP habiendo fracasado gracias a la
intervención de las fuerzas argelinas en el último instante.
A pesar
de que el 70% de los detenidos en las diferentes operaciones anti-yihadistas
proceden o bien de Marruecos o bien de Argelia, debido a inexplicables
argumentos políticos o a la falta de la debida comunicación en materia de coordinación de los servicios de
lucha anti-terrorista con sus dos alas: inteligencia e intervención, quedó,
pese a gigantescos esfuerzos para superarlo, muy por debajo del nivel
requerido. Tanto que, cinco años después, El grupo Salafista por la Predicación y el
Combate (GSPC) que se transformó en Al Qaeda en la Tierra del Magreb Islámico
(AQMI) exhibe amenazador sus planes de crear un Estado radical en el territorio
argelino con su ulterior ampliación para abarcar, Túnez, Marruecos, Chad, Malí
y Mauritania e incluso Libia y Egipto. En menor medida el Grupo Islámico
Combatiente Marroquí (GICM) prácticamente desmantelado[3]
sigue produciendo algunos quebraderos de cabeza a los responsables europeos de
lucha anti-terrorista.
No
obstante, si alguna lección sacaron los estrategas de la lucha anti-terrorista
del 11-M ésta fue que « los cambios de estrategia y la evolución interna de los
grupos pueden resultar dramáticamente impredecibles»[4].
Lo que
pasó luego fue una auténtica ilustración de la intersección de los intereses
generales con los personales en los que se confunde el cumplimiento del deber,
fines xenófobos y ejercicio de prerrogativas propias de un estado de sitio.
Cambiaron
las reglas del juego y se instalaron nuevas pautas para la relación
nacional-inmigrante. Sin tener en cuenta los errores o las perezas del, aun
fresco pasado, se precedió a la puesta en pie de una arquitectura migratoria en
la que todos los inmigrantes eran culpables hasta demostrar su inocencia. Los
interventores tenían otros objetivos y los intervenidos distintas reglas a seguir[5].
La mejor de las buenas conductas consistía, así de inexplicable y así de
horroroso, en delatar a un hermano, a un amigo o a un miembro próximo de la
familia o de la pandilla.
Permutación
de influencia y comodidades y ósmosis que proporciona opulencia y facilidades
casi siempre mal explicadas. Abundaron
los dedos acusadores pero escaseaban las pruebas cabales y categóricas.
Las
evidencias comenzaban a aparecer como enigmas y las explicaciones, simples
simulaciones o simulacros. La hipocresía social volvió a hacer flote y la
prudencia imponía nuevas fronteras entre lo propio y lo ajeno.
La
psicología del rumor…negro y trolero.
Un
desastre… los íntimos de ayer comenzaron a mostrar mas reservas hoy. Y los
«sociables» de antaño prefirieron el aislamiento y la auto-exclusión. Una
extraña terapia para evitar malas sorpresas.
Entre el
hecho y el dicho había mucho…. Estrecho de Gibraltar. Lo procedente del país de
origen se comprobaba con lupa y la fobia a la política y al debate tomaba
alarmantes proporciones.
De nuevo
la religión ha vuelto a deslumbrarse como la única salvadora de aquella
idiosincrasia impuesta por unos inexistentes tribunales inquisitorios y por
razones de Estado que solo germinaban en la mente y la perturbada imaginación
de quien descubrió en la nueva situación, una providencia para la suya.
No se
salvó ni siquiera la proliferación de las asociaciones ni el pluralismo
expresivo de algunos de sus intencionados fundadores. Lo que era poco antes
riqueza cultural la convirtieron en abstracta alineación de los que no tenían
estrategia alternativa ni ideas para alimentarla.
Entre
los inmigrante marroquíes en España era el debacle disciplinario.
[1] Árabe o musulmán de
preferencia palestino, libio o libanés.
[2] Javier Jordán en El terrorismo yihadista en España: evolución
desde el 11-M DT).
[3] Con este tipo de organigramas terroristas
siempre cabe la posibilidad de que persistan células durmientes.
[4] Javier Jordán.
[5] En un posterior viaje a Madrid y una serie de visitas a los
barrios donde residían los presuntos autores del 11-M, el autor descubrió un
giro de 180 grados en la manera de ser y de actuar de la mayoría de los que
había encontrado durante los días que sucedieron los atentados de la periferia
de Madrid. Parecía que había menos confianza y mas parquedad entre los miembros
mismos de la comunidad inmigrante.
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