« 11-M : MADRID 1425 » De Said Jedidi Primer capítulo, III parte


      

Era la primera vez, desde que perdió a su hijo y poco después a su marido que se imaginaba a los dos, juntos, sonriendo y derrochando ternura y aprecio recíprocos.
Mientras que otros vivían, Muy Malika soñaba. No sabía por qué se imaginó tan inverosímil escena. Era consciente de que kilómetros de deseos jamás justificarían la cruda aunque luminosa realidad del hijo y su siniestra acción. Era  demasiado pedirle a su pobre pero cruel marido pasar la esponja como si nada hubiera ocurrido.
Ahora veía con más claridad la rigidez y la hipocresía sociales  «principal causa de que mi Yussef aceptara voluntario la tiranía», repetía deslumbrante durante sus frecuentes crisis de locura, añadiendo que  «vaciló tanto que su indecisión se convirtió en regla». Y en sus momentos de lucidez repetía sin saber exactamente lo que significaba que «la culpa la tienen la usurpación de la identidad, el olvido, la injusticia, el abandono y la pérdida de referencias sociales».
     Muy Malika es cada vez más atrevida.
     ¿Atrevida? ¿Pero qué coño tiene que perder?
     Tienes razón. Lo perdió todo.
     La policía sabe que no tiene nada que hacer con una mendiga. Ningún terrorista fue mendigo.
     ¿Qué quieres decir?
     Que nunca admitirá que su hijo se haya equivocado.
Sin haberlo proclamado, mil instantes testimonian que, en un alarde de recogimiento antológico, Muy Malika admiraba más a su hijo que nunca. No se cansaba de buscarle pretextos. No cesaba de encontrar argumentos a su acción pero siempre le faltaba el verbo y la expresión. «Yo soy de donde no se habla de clases sociales, sino de exclusión de injusticia y de utopía de la razón».
Ideas y pasiones. Ahora se acuerda de la precoz y galopante calvicie de su hijo, de su barba negra de sus largas plegarias, de sus interminables oraciones del Fajr [1] y de su cada vez más sereno y enigmático mutismo y lamenta  con más dolor los últimos días de la vida religiosa de su hijo, «gobernada exclusivamente por la sin razón».
Ahora admite su involuntaria complicidad en aquél triunfo de «ellos dicen» sobre  «nosotros creemos».
Desde hacía tiempo entendía sin  proclamarlo que el silencio y la discreción dan una elasticidad saludable a la idea religiosa. Pero presagiaba que lo de su hijo y su especie era y seguirá siendo de una frescura amotinada.
Paradigmas contrapuestas de una mujer que, desde hace mucho tiempo, dejó de interesarse por la vida...ni siquiera la suya. Como todo lo vulgar, la muerte para ella era y sigue siendo barata.
A nadie le hubiese sorprendido que pusiera en tela de juicio el matrimonio, sus valores y lo que representa. Sin embargo Muy Malika respiraba, desde hacía años, la indiferencia hacia todo y el desprecio hacia todos.
«Era una felicidad peligrosa», afirmaba con una enigmática sonrisa cuando estaba contenta. Su amiga Aïcha contaba a todo el mundo que nunca se acostumbró a nada ni consiguió nada. Parece que para ella, «todo tiempo pasado fue mejor». Los sobresaltos en su idiosincrasia adquirieron una notoriedad pública. Algunas veces elogiaba en voz alta, hasta el culto a los que llamaba «los últimos justos», en alusión a los radicales y otras, maldecía también en voz alta y hasta en prosa a Usama Ben Laden y a la Benladenomanía.
     Está loca perdida.
     No lo creo. Esta mujer conoce exactamente la distancia que le separa de lo absoluto. Es, eso sí, atrevida.
     Créeme. No hay nada de esto. Muy Malika vive, desde lo de su hijo, con una memoria de crisis.
     Pues… ¿qué te voy a decir?
     Exageras.
     No. ¡Ni hablar! Sigo creyendo que esta mujer muestra una asombrosa maestría cuando habla de religión.
     ¿Pero cuándo habló de religión? Sí, además de loca es ignorante y siempre lo fue.
     La otra vez la escuché decir: el terrorismo es la prolongación natural del militantismo…alienado, extremista, fanático...
     Esto no es religión. Yo me limito a darle limosna y punto.
Nadie hablaba, nadie quería hablar del dolor de la separación ni de la esperanza irracional. Todos pensaban en nombre de todos. Ninguno vislumbraba la disparidad en tan diminuto espacio. Nadie podía dudar de que allí existiera tan cruel misterio.
Pero impermeable a los criterios de su crucigrama social, Muy Malika parece haber jurado no desvelar nunca su pena ni su desventura. Se limitaba a disparar ráfagas de sonrisas. Sabía que sus argumentos ni convencían ni podían convencer. Sabía que la sangre de los inocentes nunca se secará en la memoria de los mortales o, por lo menos, en la de los que no la derraman pero ignoraba el precio de su persistencia al desatino  y a su amor deslumbrante de madre.
Dudaba...dudaba...dudaba. Por más que lo intentaba no lograba disipar todas las verosimilitudes. Inconscientemente se agarraba para no abandonar sus certezas. Ignoraba todo con soberbia y lejos de estar incomodada por sus ultranzas confundía deliberada y agradablemente entre lo que prefiere y lo que cree obligada a defender. No le importaba que sus escasas virtudes se perdiesen en sus incontables defectos.
Muy Malika escuchaba como quien oye llover. Infinitas veces soñó despierta interpretar el papel que jugó su hijo en la realidad en Atocha. ¡Ni hablar! Algo la arrastraba a lo que ella llamaba «mi destino escrito».
     A veces comienzo a pensar que lo que creo firmemente sólo es parcialmente verdad.
     Ni siquiera parcialmente.
     ¿Tú crees?
     Escúchame, Muy Malika. Yo sé que soy una doña nadie, pero te digo y te lo repito nadie perdona ni puede perdonar a quien mata a sangre fría. Además…
     Mi Yussef lo hizo por convicción religiosa, cortó, sin ninguna garantía de éxito de convencer, como quien buscaba compasión, expresando una locura.
     ...Que Dios nos proteja. El Islam es inocente de tu hijo y de los de su calaña.
     ¡Hija de puta!
     Prefiero mil veces ser hija de puta que terrorista, como tu hijo.
Muy Malika se acuerda como si fuera hace un instante. La declinación... su ocaso se produjo un día del 2003. Cuatro años después se acuerda aún, soñadora, que era la época en que comenzaba a constatar, sin lograr creerlo, ensamblarse los pedacitos de lo que iba a ser después su rompecabezas.
Desde entonces no sabía quién la obligaba a poner el cerrojo a la realidad de las cosas, a razonar sin ninguna visibilidad y a rechazar sistemáticamente toda reconciliación con la verdad y la lógica.
Mil veces estaba a dos dedos de convencerse de la necesidad de hacer, en sentido inverso, el camino de cuatro años antes.
     ¡Tampoco!
     Obsérvala bien, esta mujer sólo se fija en los niños.
     Ella sabe por qué.
     Seguramente tiene una experiencia singular.
     ¿Y quién no la tiene?
     Me refería a…
     ... a su forma de actuar.
     Se diría una aristócrata.
     En efecto, mendiga aristocráticamente.
Sin buscarlo e incluso haciendo su posible para remediarlo, Muy Malika no dejaba a nadie indiferente. Profundamente humana a veces, increíblemente agresiva, otras, la mujer tenía su propio léxico. «Es que en Marruecos los niños son maltratables».
Cuando hablaba de los hijos repetía con los ojos medio cerrados: «los bebés son personas». Al azar de la vida cotidiana, preconizaba, flotando entre la ignorancia de la causa y  un lapsus menos flagrante, un futuro mejor mestizado.
Itinerario de una complejidad psicológica  indescifrable en la que se acepta implícitamente la culpabilidad y se rechaza tajantemente la confesión.
No cabía la menor duda de que, lo de Muy Malika eran coletazos. La mujer perdió desde hacía tiempo el deseo visceral de vivir y por nada del mundo revelaría el secreto que sepultó en algún rincón de su casa de Jamaa El Mezouak. Lo que le quedaba por vivir no era más que un paréntesis surrealista. Por ello ahora comprende cosas, que de haberlas comprendido en su debido tiempo habría podido contribuir a moldear otro destino para su hijo y para… muchas de sus víctimas. Se cansó de dar estocadas en la realidad.
«No soy hijo prodigio, pero creo firme e irracionalmente en el destino...mi destino». ¿Destino, qué destino? Nadie se preguntó sobre lo que Yussef  reivindicaba con voluptuosidad y es que en el F’nideq, a dos dedos de la indecencia, entre las diferentes marcas de chocolate, el queso de bola y mil y una marca de arroz de dudosa procedencia, la gente tenía, aparentemente, otras preocupaciones. Nadie tenía tiempo ni ganas de constatar las trasformaciones y las conductas sospechosas. Todo tenía un precio y no importaba la nacionalidad de la moneda.
«Creo firme e irracionalmente en el destino...mi destino».
Pero... ¿qué quería decir con esta frase? De hecho: ¿Por qué le preocupa ahora y  nunca antes?
Ahora reprocha, sin argumentos, a quien no haya dudado de esta conducta, ligeramente marchitada por haber sido absolutamente natural. Para ella, era desconcertante porque «allí comenzó la devoción descarriada y nadie comprendió o no quiso comprender que el chico necesitaba acuciantemente un guía e incluso un bastón».
Otros se encargaron del entonces aún devoto...en ciernes…
Tanto retraso... tanta pesadez. Exageradamente orgullosa de su hijo no podía  atravesar su opaca transformación y sólo años después descubrió, con una predilección burlona, que nunca repetiría lo suficiente que no era aprendiz hechicero. Es verdad que, «de repente, se puso a detestar los colores diáfanos y las flores artificiales. ¿Y qué? Era normal ¿No?». Sí. Y... la gente y los usos y costumbres...y la moderación… y los valores y principios de los piadosos...y la vía trazada por los sunitas [2]  a la sombra del…intruso salafismo-yihadista.
Argumentos detrás de los cuales se ocultan algunos para ilegitimizar la condena del crimen y del horror. La ideología integrista no escatima esfuerzo ni escrúpulo alguno para tildar a los diferentes de infidelidad.




[1] Oración del alba, primera de las cinco del día en la religión musulmana.
[2] Perteneciente a Sunna, conducta del Profeta Sidna Mohamed.

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