V
« A veces pienso que es imposible predicar
después del Imam Chafie[1]».
Expresión de un pesimismo lapidario del f’quih[2]
Layachi.
—
Los eruditos tienen raramente el talento de sus
discípulos.
—
¿Qué quieres decir?
Que Yussef era discípulo de f’quih Layachi quien conoce la historia de
esta mujer, la de su hijo y la del marido.
—
Probablemente pero discípulo...francamente no lo creo.
Todo el mundo aquí sabe que Yussef se fue a buscar las ideas en otros
derroteros.
—
Mira. Nosotros somos así. Cuando hay alguien como Yussef
lo consideramos como excepción y cuando comete alguna barbaridad como él, nos
ponemos a gritar de que son ideas
importadas ¿Por qué no miras a tu alrededor? Que esto parece Kandahar. Si desde
aquí exportamos ideologías a Afganistán a Irak y al quinto coño.
—
Quería decir que…
—
No. f’quih Layachi es otra cosa. No tiene nada que ver
con las esferas nebulosas y Yussef, que Dios le perdone...
—
¿Por encima, que Dios le perdone?
—
Si. Que Dios le perdone porque un buen musulmán nunca
debe olvidar aquello de que « citad a vuestros muertos de manera digna ». Dios
es el único que juzga.
—
¡Ah si!
—
…Aunque sé que era... que Dios le perdone, más cáustico
que jovial. Exactamente lo contrario de f’quih Layachi.
—
Escrupuloso respeto de una tradición de simpatía hacia la
mitificación en una sociedad, en la que, sin ser matriarcal, los padres nunca
crecen, dejando que sus esposas e
incluso hijos encargarse de lo más duro y en la que el autoritarismo y la
autosugestión masculina son géneros nobles.
—
Inconsolable, F’quih Layachi, que solía hablar siempre en
presente, no ignoraba que sus sermones atraían más elogios que adeptos. Pero a
él no le importaba ser una pequeña isla de clarividencia en un océano de
integrismo. « A quien guía Dios en el buen camino nadie podrá desencaminar »[3]repetía,
sin dejar de pasar las bolitas de su legendario rosario en torno al cual mil
leyendas se han tejido. Sabía también que su religiosidad tórrida era de motivo
de discusión lo que le proporcionaba cierta inmunidad aunque no pocos sentían
una fuerte tentación de preguntarse si alguna promesa lúbrica pudo algún día
resquebrajar la tenaz resistencia moral de este controvertido santo.
—
La honestidad, predicaba, es relativa.
—
¿Cómo va a ser relativa?
—
Porque los que se inmolan matando a inocentes no son
honestos o por lo menos erróneamente honestos aunque ellos mueren creyendo lo
contrario.
Su moderación y su valentía de llamar al pan, pan
y a las cosas lo que son[4]le
ha valido el peyorativo apodo de « El f’quih americano » lo que, lejos de
causarle un disgusto, consolaba su
vertiginosa apuesta de que « desgraciadamente, aquí, los auténticos valores del
Islam se han jubilado ».
—
Nos hemos confrontado a la modernidad decadente con
convicciones destructoras.
—
Los años no parecen tener el mismo peso en el reino de la
tenebrosidad.
—
La Jelaba[5]
no hace el devoto.
—
Personalmente no comprendo, f’quih, de dónde nos ha venido tan volátil ideología…
—
Tienes razón porque es ideología. Otra cosa no es ni
podría ser. Pura ideología. Una mezcla centesimal de ideología y demagogia.
Para su desgracia, f’quih Layachi estaba dotado
de la razón. Sus singulares análisis de lo
que estaba pasando en F’nideq y en parte del mundo musulmán le valieron más
de una tristeza.
A veces, cuando no convencía, presentaba la
imagen de un condenado a pocos minutos
de su ejecución... de quien haya traicionado su adhesión tribal. « Que Dios les perdone...».
—
La verdad es que soy incapaz de catalogar a este hombre.
—
¡Admirable!
—
... y al mismo tiempo desconcertante. Tienes que verlo
con su larga barba, su chilaba, su taquía y sus babuchas[6]exaltando
lo que él llama la dictadura de la belleza.
-
¡No me digas!
Cuando no habla de religión f’quih Layachi parece
tener 20 años menos. «A mis hijas siempre aconsejo pensarlo dos veces antes de
casarse con un hombre con quien no le gustaría ser su ex esposa » haraganeaba
cuando le preguntaban sobre su, celosamente cultivado, jardín familiar. «
Inútil de precisar que soy y me moriré un buen musulmán » se precipitaba a
puntualizar que hablaba donde los rencores son tan sólidos como su convicción
en Dios y donde la inmensa mayoría de sus congéneres son atrozmente
tradicionales.
Iconoclasta sin exceso o sólo en lo que
consideraba intruso en la religión y de una curiosidad sin contornos, f’quih
Layachi juraba que F’nideq no había existido lo suficiente como para tener una
historia que contar. «Como si no teníamos lo suficiente con la exclusión, ahora
nos meten la historia del terrorismo ».
—
Desgraciadamente no es ninguna fantasía. Hay parte de la
verdad.
—
A mi me gustaría saber quién fue el listillo que nos
identificó como terroristas o con vocación terrorista.
—
Muchos. Entre ellos José Maria Aznar y su himno a la
intolerancia.
—
Y hablan de cultura de violencia, de...
De incomprendido pasó a ser confidencial. Toda
una crónica de la osadía en medio de una avalancha de extremismo y oscuridad en
la que perdió todo o casi todo su sentido. Pero él no se cansaba de denunciar a
los que, prisioneros de una lógica perversa, trataban de imponer su
inquisición. Su combate de memoria acabó por seducir a quien afirmaba que
merecía de lejos sus mitos.
—
Espero vivir para ver que nadie puede ni debe traicionar
su origen, solía desear casi predicar y en su mirada fija hacia el cielo no
había la menor duda de que Dios y sólo Él se lo podía realizar.
Sus irónicas muecas y sus enigmáticas sonrisas de
otros tiempos, traducían su firme convicción de que, ni los que comprenden mal Al
Jihad[7]ni
los que, aprovechando su ignorancia y su situación precaria, les introducen en
el error...mortal, llegarán a la antecámara de la gloria... póstuma.
—
Hijos de este F’nideq que aprendieron a admirar,
comenzaron, como todos, prudentes y acabaron contradictorios, acusaba triste,
medio histórico, medio predicativo aquello de que « aquí pocas cosas…muy pocas
se dicen expresamente ».
Una mirada, un gesto y un recuerdo. F’quih
Layachi tenía su estilo, su método y sus convicciones que por nada del mundo
quería pisotear.
Cuando hablaba de Yussef se limitaba a recordar
que « de padre conocido por sus actividades ilícitas y venerado por una madre
que...», declinando inteligentemente terminar la frase para no incurrir en la
ultranza verbal, deporte favorito y vocación nacional de la mayoría de los
analfabetos de la ciudad y del país, convertidos en referencias religiosas,
gracias a su apoyo a las tesis violentas. « Esbozad a vuestros muertos de
manera digna »[8]enlazaba rápidamente.
—
En un F’nideq durante lustros excluido, el descubrimiento
del fenómeno religioso se ha convertido en algo más que un reto.
—
No se trata de F’nideq específicamente sino también del
resto del país en donde nunca se conoció la exclusión ni el olvido.
—
¿Qué quieres decir?
—
Pues...nada. Bueno… que, como dicen los nigerianos el
Estado es inmensamente rico y el país incomprensiblemente pobre.
Falsos mendigos, traficantes y orgullosos de
serlo y contrabandistas que hacían continuamente gala de sus relaciones con
altos cargos...
Una tendencia exacerbada de la anecdótica
configuración de un alter-mundialismo islamista nacido en Kandahar y propagado
al resto del mundo.
« Hasta hace poco, estas cosas nos hacían reír
porque aquí habían dos categorías de ciudadanos: los que piensan con la cabeza
grande y los que piensan con la cabeza pequeña »[9]enfatizaba
en un alarde de desafío al buen gusto, Bachir, el hijo mayor de F’quih Layachi,
reconvertido al contrabando, después de enterrar sus tres años de agronomía en
Valencia. Atascado entre un humor extravertido y el escalofrío intimista, en F’Nideq
era una dirección obligada. Todo el mundo
comentaba sus confirmadas cualidades de predicador de todos los
instantes y sobre todo, para todos los humores. Sin ningún prejuicio estético, Bachir
no desdeñaba litros de Whisky a buen precio sin dejar de desafiar con su
atuendo afgano, eternamente limpio y planchado y su larga y cuidadosamente
ordenada barba a los detractores de su padre. Lo admiraba y consideraba como «
el único, en esta localidad que se niega a revelar su edad, que tiene una
concepción clara y actualizada de los valores religiosos. No ocultaba su admiración por el Islam moderado que le enseñó « a comprender, cuando estaba
perdido en España, el valor de la dulzura y de la vulnerabilidad ».
Afirmaba con una intensidad emotiva que,
contrariamente a muchos otros jóvenes de su generación y de su confesión, la
religión le inculcó el arte de cavar más íntimamente en sí mismo « acusar no es
ninguna terapia », respondía a los que, como los calificaba él, confundían
entre contrabajo y contrabando y consejero y conserje. Pero la provocación
inteligente y audaz no era la única cualidad de este noble e inspirado que
decidió recurrir inversamente el camino « para esta gente no me sorprendería
que reclamaran públicamente como bien saben hacerlo en este país el derecho de
muslo[10]».
Embadurnado con un aspecto fundamentalista y presumido por su impecable acento
español, Bachir se sentía orgulloso de « ser un moro ».
[1] Ilustre Imam musulmán
para quien “el que insiste en su criterio comete una injusticia y el que impone
su criterio, blasfema”.
[2] Docto en jurisprudencia
islámica que suele saber el Corán de memoria.
[3] Corán.
[4] Por ser musulmán para
quien las bebidas alcohólicas son proscritas, el refrán fue “remodelado”.
[5]Atuendo tradicional marroquí.
[6] Gorra y sandalias tradicionales.
[7] Guerra santa.
[8] Corán.
[9] Referencia en el léxico popular marroquí al pene.
[10] “Droit
de cuissage”, derecho sobre todas
las mujeres que se poseía en los siglos anteriores en Francia.
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