En vísperas de las elecciones
europeas en las que cambiaran todas las instancias, el debate sobre la inmigración
vuelve a acaparar todas las atenciones, debido a la fulminante subida de la
extrema derecha en los países europeos y su consiguiente posibilidad de estrenar
una nueva era de intolerancia y confrontación en el parlamento europeo.
Tanto los discursos como los
mensajes de los partidos con temática exclusionista presagian dificultades
extremas para la mano de obra extranjera en estos países.
No obstante, en su ímpetu xenófobo,
racista y a la postre inaceptable la extrema derecha europea se olvida de que
Europa, para salvaguardar su actual nivel de desarrollo y para hacer frente a
una demografía con una población envejecida, necesita urgentemente 71 millones
de emigrantes suplementarios. De tal modo que todos los programas de índole
electoralista de esta extrema derecha que preconizan un drástico control de la emigración
y un severo tratamiento a los que se encuentran ya en los países de la Unión Europea,
contradicen el espíritu, la acuciante necesidad y la realidad de la coyuntura
europea actual, marcada por la crisis, no solo económica o financiera sino y
tal ve, sobre todo moral.
Luego la durabilidad y la tendencia
migratoria hacia Europa que constituyen dos razones de la existencia misma de
esta Europa construida por la mano de obra forastera, además de un elevado
porcentaje de los emigrantes nacionalizados y cuyo trato por los que preconizan
ideas xenófobas podría desembocar en un desequilibrio socio-económico y- en una
ruptura con los valores de hospitalidad y de solidaridad de muchos sectores
europeos.
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