Con motivo de su reciente
visita (privada) a la ciudad de Dakhla, el Rey Mohamed recibió al ministro de
Estado costa marfileño, encargado del interior y de la seguridad, Hamed
Bakayoko, quien incluso rezo, junto al soberano, la oración solemne del viernes
en una de las mezquitas de la capital de Uadi Addahab o Rio de oro.
Hasta aquí la noticia es
normal e incluso ordinaria. Lo que lo es menos es el alcance de esta audiencia
real, en vísperas del voto del Consejo de Seguridad sobre el Sahara la
prolongación del mandato de la
MINURSO en tanto que mensaje-respuesta a Argelia y los que
giran en su tercermundista orbita.
A través de esta actividad, el
rey de Marruecos confirma el liderazgo político y espiritual en el continente
africano y reconfirma su apoyo y su papel de mediador de paz, contribuyendo a
la estabilidad y seguridad, de países a penas salidos de sus crisis interiores
como Malí o (en este caso) Costa de Marfil.
En efecto, al recibir
oficialmente a una personalidad política extranjera o a un diplomático en el
Sahara (Dakhla), el soberano confirma, por un lado, la plena soberanía de
Marruecos sobre sus provincias del sur y el reconocimiento por los Estados
amigos de Maruecos a esta soberanía, por otro.
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