Egipto, nueva ruta de los refugiados Marcos Suárez Sipmann



Un refugiado sirio, Bashar Faraaj, de Deraa al sur de Siria, sentado en su puesto en El Cairo, Egipto. (Khaled Desouki/AFP/Getty Images)
Un refugiado sirio, Bashar Faraaj, de Deraa al sur de Siria, sentado en su puesto en El Cairo, Egipto. (Khaled Desouki/AFP/Getty Images)
Distintos puntos de la costa egipcia son usados una y otra vez por los traficantes de seres humanos. También desde allí salen desesperados en botes que con frecuencia se hunden pocos kilómetros después de zarpar. La idea europea de un acuerdo con Egipto semejante al alcanzado con Turquía es un nuevo error político. Y, como siempre, los refugiados llevan la peor parte.
En lo que llevamos de año unos 300.000 migrantes han llegado a Europa procedentes de Turquía y África. De ellos unos 130.000 alcanzaron Italia desde las costas norteafricanas.
Egipto se ha convertido en el segundo país norteafricano de origen, después de Libia, según la Organización Internacional para las Migraciones. Si en 2015 representaban el 5%, en 2016 alcanzan el 9%. En junio, la Agencia Frontex avisaba que en el primer semestre del año su número se había duplicado hasta 7.000. Un dato: hasta julio se registraron en Italia más de 1.200 niños y menores procedentes de Egipto. En todo el año anterior habían sido 94.
El uso de esta ruta seguirá creciendo. De cada diez migrantes al menos uno escoge esta vía. La mayoría de los que se encuentran en Egipto son africanos. En septiembre de 2015 el presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, afirmó en una reunión con una delegación del Comité de Asuntos Exteriores del Senado italiano en El Cairo, que Egipto ya acoge a cinco millones de refugiados.
Hay varias causas que explican la gravedad del problema migratorio desde Egipto: la pobreza y la violencia en África que cuenta con una población de 1.200 millones. En 40 años los habitantes del continente se han triplicado y según la ONU en 2050 esta cifra ascenderá a casi 2.500 millones. En Egipto desembocan todas las rutas que desde África Oriental y a través de Sudán van al Mediterráneo. Reflejo de esa continuada explosión demográfica africana es la egipcia: su población actual es de 90 millones y ha más que cuadruplicado los 21,5 millones de 1950. Con un crecimiento del 2% anual la ONU pronostica que en 2050 habrá más de 120 millones de egipcios.
Llegan igualmente quienes huyen de Siria, Irak y Afganistán. El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados estima que en Egipto hay unos 250.000 refugiados, en su mayoría procedentes de Siria. Y eso que desde el derrocamiento de Mohamed Morsi en 2013 el país cambió su política de puertas abiertas y los sirios necesitan para entrar un visado, que les conceden pocas veces. La crisis económica e la inestabilidad política egipcias han contribuido al incremento de la xenofobia y el aumento del número de detenciones arbitrarias.
Egipto no es solo un país de tránsito sino también de origen. Su situación económica es penosa. El déficit presupuestario es del 11,4%. El desempleo – como mínimo – del 12,5%. Egipto fue invitado por China a asistir a la pasada cumbre del G20, lo que según los medios oficiales reflejaba la confianza de Pekín en la “prometedora economía” egipcia. La realidad es que sigue lastrada por el retroceso del sector turístico, debido a la inestabilidad política y la caída de la inversión extranjera pese a los macroproyectos de Al Sisi. Ni siquiera el nuevo tramo del Canal de Suez, descrito como “regalo de Egipto al mundo” obtuvo los beneficios esperados. Hace un año las autoridades aseguraron que los ingresos generados por el canal pasarían de 5.300 millones de dólares (unos 4.700 millones de euros) en 2014 a más de 13.000 millones en 2023. Las previsiones no se han cumplido.
La situación política del régimen militar en cuanto a libertades es aún peor. El informe anual de Amnistía Internacional denuncia el encarcelamiento de opositores y la desaparición de activistas. La web Middle East Monitor, cercana a la debilitada cofradía islamista de los Hermanos Musulmanes incluso denuncia que el régimen se encuentra al borde del colapso. El texto califica el fracaso de Al Sisi incluso mayor que el de Morsi. A diferencia de su antecesor el dictador ha tenido el apoyo militar y de los medios así como un gran respaldo financiero regional e internacional. Tampoco es válido compararlo con Gamal Abdel Nasser. Éste, también autoritario y represivo, tenía un proyecto nacional de desarrollo y modernización que benefició a millones de egipcios. El régimen de Al Sisi ha perdido toda credibilidad incluso entre los que desde fuera apelaban a la “estabilidad” como los europeos.
Human Rights Watch denuncia que las autoridades de la prisión de alta seguridad “Escorpión” (Al Aqrab, en árabe), “someten regularmente a los detenidos a malos tratos” en algunos casos hasta la muerte. El nombre oficial de este “Guantánamo egipcio” es Prisión de Máxima Seguridad de Tora. Simboliza el sistema represivo egipcio. La organización señala que con el fin de silenciar a los opositores se agrede y aísla a los internos en pequeñas celdas “disciplinarias”. Se prohíben las visitas a familiares y abogados e interfiere en el tratamiento médico.
Cuando se le recuerda que más de 41.000 personas han sido acusadas o encarceladas desde que llegó al poder, Al Sisi responde que la nueva Constitución recoge “derechos y libertades contemplados por la Declaración Universal de Derechos Humanos”. Ante la Asamblea General de la ONU destacaba que su país es un “ancla de estabilidad” en una región convulsa. Hecho que el dictador reconvertido en estadista reclama que la comunidad internacional reconozca y apoye.
La brutal represión de la libertad de expresión y las torturas alimentan la tendencia a la resistencia violenta. Daesh sigue reclutando voluntarios para las filas de su filial egipcia, Wilayat Sina (Provincia del Sinaí) y aumentan los ataques terroristas en esa península y en el resto del país.
Son esos abusos y, sobre todo, la miseria económica la causa que fuerza a muchos egipcios a emprender la huida. Egipto se está convirtiendo en nuevo hotspot.
¿Cómo hacer frente al aumento del flujo de refugiados? Hace unas semanas en la cumbre de Viena se reunieron once de los países más afectados para abordar la inmigración. El anfitrión, el canciller austríaco Christian Kern, subrayó que desde febrero, y pese al cierre de la llamada “ruta de los Balcanes”, 50.000 personas llegaron a Alemania y 18.000 a Austria. Por ello destacó la “gran unidad” respecto a la necesidad de buscar nuevos acuerdos con países africanos de salida o de tránsito. Mencionó en especial a Egipto.
La Unión Europea planea con Egipto un acuerdo similar al alcanzado con Turquía en marzo. En virtud de aquel, Ankara recibe 6.000 millones euros: cantidad resultante de añadir a los 3.000 millones comprometidos, otros 3.000 adicionales para finales de 2018 a fin de ayudar al país a combatir la crisis migratoria. El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, es uno de los defensores de esta alternativa.
Esta posibilidad presenta dos inconvenientes
El más grave: organizaciones de derechos humanos critican los pactos migratorios con estados que violan los derechos humanos. Con motivo del Día de los Refugiados celebrado el pasado 30 de septiembre denunciaban la “indecencia” de esos acuerdos. El alcanzado con Turquía para mantenerlos lejos de Europa ha confirmado el riesgo de que muchos sean deportados a terceros países sin haber tenido oportunidad de probar sus razones para huir. En el caso de Egipto, los refugiados son discriminados, maltratados e incluso en algunos casos torturados. Muchos desaparecen sin dejar rastro. El año pasado y como ha denunciado la organización alemana Pro Asyl, cooperantes de Amnistía Internacional fueron testigos de la muerte de veinte sudaneses y una niña siria a manos de las fuerzas de seguridad egipcias en la frontera del país.
Llegada al pueto de la ciudad de Rosetta, Egipto, de los marines egipcios con los migrantes rescatados. (STRINGER/AFP/Getty Images)
Llegada al pueto de la ciudad de Rosetta, Egipto, de los marines egipcios con los migrantes rescatados. (STRINGER/AFP/Getty Images)
Y segundo. No cambiará la lentitud y parsimonia del régimen egipcio a la hora de perseguir a los traficantes. Al contrario, Al Sisi ha comprendido que puede conseguir mucho dinero del miedo europeo a los flujos migratorios y aguardará tranquilamente las ofertas de Bruselas. Es cierto que pretende adelantar una nueva legislación que imponga penas más duras a los implicados en el tráfico de personas. No obstante, el anuncio de la celebración de la reunión parlamentaria “de urgencia” se produjo una semana después de que la guardia costera recuperara los primeros cuerpos de las víctimas de la tragedia que se cobró la vida de más de 200 inmigrantes y refugiados.
Hasta mediados del verano el Gobierno egipcio no había hecho apenas nada contra las mafias y la trata. La policía colaboraba con las bandas. Y para algunos sectores locales constituía una importante fuente adicional de ingresos. Además, Egipto está a la espera de recibir un crédito de más de 12.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional. Para que se materialice, El Cairo pedirá el apoyo de los europeos que disponen de una considerable influencia en el Consejo del Fondo. Si Egipto colabora con la Comisión Europea en sus planes de “externalizar” la protección de las fronteras de la UE, va a exigir mucho a cambio.
La Unión ha otorgado la iniciativa política tanto a Egipto como a Turquía. Por su parte, las relaciones entre ambos países no son buenas. Pese al paso positivo que supone el desarrollo de lazos comerciales, el apoyo de Ankara a los Hermanos Musulmanes – considerado grupo terrorista en Egipto – frena el entendimiento. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, condenó el derrocamiento de Morsi y condiciona la plena normalización de las relaciones a que el ex presidente y sus partidarios sean puestos en libertad. La crisis diplomática culminó con la retirada recíproca de embajadores y adquirió nuevas dimensiones. Si bien no hubo comentarios oficiales desde El Cairo, el intento de golpe de Estado de julio de 2016 en Turquía originó comentarios favorables en la prensa egipcias. Incluso hubo voces a favor de conceder asilo al teólogo opositor Fethullah Gülen, a quien Ankara acusa de estar detrás del intento de golpe. Aunque el Gobierno egipcio condenó el último atentado sucedido en Turquía cuando un coche bomba explotó en un puesto militar turco, Ankara sigue rechazando al régimen de Al Sisi. La situación entre ambos es de bloqueo.
Que la UE defienda establecer un acuerdo migratorio con Egipto análogo al alcanzado con Turquía, ¿obedece a imperativos de la realpolitik? Más bien es el resultado de un grave error. En el caso de Turquía, aislada, la Unión tenía bastantes más opciones que la de llegar a un acuerdo con un líder que, aunque elegido democráticamente, cada vez torna a ser más autócrata y megalómano. El caso de Egipto es aún peor. Europa vuelve a cometer el mismo error de antaño. No solo tolera al dictador sino que hace tratos con él. Incluso cuando su régimen obstaculizó la investigación de la muerte del estudiante italiano Giulio Regeni, salvajemente torturado, las protestas oficiales fueron tibias. Puede imaginarse la escasa preocupación de los gobiernos por la situación de los refugiados y migrantes, cuyo número crece sin parar. Serán ellos los que volverán a soportar las peores consecuencias de una pésima política.

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