Esglobal La doble lucha de la mujer palestina Cristina Casabón



Una mujer palestina mira a las tropas israelíes en el pueblo cisjordanao de Beit Ola, cerca de Hebrón, junio 2014. AFP/Getty Images
Una mujer palestina mira a las tropas israelíes en el pueblo cisjordanao de Beit Ola, cerca de Hebrón, junio 2014. AFP/Getty Images
Bajo ocupación israelí y sin espacio político en un sociedad dominada por hombres.
Acuerdos que se diluyen en un horizonte difuso que acalla millones de voces, que piden poder vivir en paz y acabar con el conflicto palestino-israelí. Y entre los que luchan día a día por formar parte de las negociaciones se encuentran las mujeres de ambos bandos. Se reúnen a escondidas, puesto que corren el riesgo de ser acusadas de infieles por sus iguales, se movilizan y son disueltas, piden ayuda y son escuchadas únicamente por organismos internacionales. Las mujeres palestinas e israelíes conforman más de la mitad de la población de los territorios y son, además, las más castigadas por la situación beligerante.
La ausencia de mujeres en las negociaciones políticas refleja el abismo que las separa del hombre en la vida pública. A la hora de buscar soluciones, tienen que conquistar su espacio, para que las dejen actuar, sentarse con el resto en las mesas de negociaciones. Ellas también quieren ser partícipes, porque el conflicto palestino-israelí tiene un impacto desmesurado en sus vidas, por ejemplo, el efecto de las demoliciones de viviendas ha sido enorme para la mujer palestina, que representa la figura central del hogar en lo que se refiere al cuidado de los hijos y a la gestión de los asuntos domésticos.
Después de postergar sus reivindicaciones de género durante años por dar prioridad a la creación del Estado palestino, las mujeres exigen que se compatibilicen ambas luchas. Creen que debe asociarse la batalla nacional contra la ocupación con la de mejorar los derechos de la mujer. De este modo, se las integraría en el proceso de desarrollo, propiciando su independencia financiera, y se haría efectiva su participación en las esferas económica, social y política. La nueva creación de un gobierno de unidad palestino configura un contexto más propicio para su actuación.
Algunas organizaciones son constituidas solo por mujeres árabes, si bien corren el riesgo de ser absorbidas por la lucha general de la minoría árabe en la defensa de sus derechos civiles en Israel. Destaca Al Fanar, creada en 1991 en Haifa, y el Foro de Mujeres Árabes Aisha, nacido en 1992, que reúne organizaciones de mujeres de 12 países árabes y presta especial atención a las reformas legislativas que afectan a las mismas. En Israel tiene lugar una faceta de la lucha de género menos conocida, se ha venido creando diversas organizaciones de mujeres judeo-árabes desde la década de los 40 y los 50, como el caso de Na’amat o TANDI. Esta última se trata de una alianza de dos organizaciones, una árabe denominada Women’s Awakening y Progressive Democratic Organization of Jewish Women.
Sin embargo, en general, existe una falta de consenso entre las organizaciones de mujeres (progresistas, feministas, conservadoras  y religiosas), que las separa en vez de unirlas contra aquello para lo que han sido creadas. De esta manera, dan argumentos a la Autoridad Nacional Palestina para postergar estos asuntos, sobre todo, en los momentos de confrontación entre la ANP y otros grupos islamistas. Además, en el seno de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) un importante sector conservador no contempla cuestiones de género. Es más, en la práctica, la ANP está subordinada a estos grupos conservadores e islamistas de la OLP. En este contexto, no ha sido posible la creación de un marco legal propio para proteger a la mujer ante ciertas prácticas tradicionales como los crímenes de honor, la asistencia a divorciadas, el repudio, etcétera.
Es importante comprender la necesidad de una reforma que reconozca la plena igualdad de hombres y mujeres ante la ley y que aborde estas cuestiones. Gracias a la presión de estas organizaciones, existe una mayor conciencia entre las mujeres, pero todavía no ha calado en las instituciones, en los partidos, ni en amplias capas de la población. Por otro lado,  los pequeños logros han ido acompañados de un empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo palestino, algo que ha repercutido con mayor fuerza sobre el colectivo femenino.
Si la condición de vivir supeditado a una fuerza superior en régimen de refugiado es dura y difícil, esta situación se agrava al ser mujer. Condenadas algunas a la privación de libertad por delitos que de haber sido cometidos en Occidente serían de chiste o por acusaciones que ni siquiera han podido probarse,  se enfrentan a vivir en cárceles israelíes donde sus derechos humanos desaparecen por completo. No sólo sufren malos tratos corporales y psicológicos, sino que se les impide el acceso a cualquier tipo de atención sanitaria. Muchas salen de la prisión, pero ninguna lo hace mentalmente.
En la cultura árabe son las mujeres las encargadas de pasar de generación en generación las costumbres y tradiciones que, de ser alteradas, dejan humillado y herido a todo el grupo social. El honor familiar y las leyes morales son muy importantes, esto es lo que explica toda una serie de abusos hacia la mujer, como por ejemplo la imposibilidad de casarse o divorciarse. Otros factores como la vergüenza y la estigmatización en relación con la deshonra de las víctimas contribuyen al incremento del daño por motivos de género que sufren las mujeres y las niñas palestinas.
La supeditación de las palestinas no tiene como raíz el estallido del conflicto, aunque éste haya agravado sustancialmente el problema, sino que mucho antes, habían tenido que vivir tras la sombra de un hombre de su misma cultura. Ahora, con una fuerza ocupante, los hombres palestinos viven bajo el poder de los israelíes y la mujer palestina bajo el mandato de ambos.
La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer -el Estado de Israel la firmó el 17 de julio de 1980 y ratificó el 3 de octubre de 1991- establece que “por discriminación contra la mujer se entiende toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera”.
Pese a la dificultad de ser mujer en un contexto de incumplimiento total de esta convención de la ONU, la paz y el consenso del conflicto palestino-israelí ha recibido aportes inconmensurables de las mujeres. En la ocupación de Palestina, los movimientos de mujeres, palestinas e israelíes, no han cesado de manifestarse contra la exclusión compartida que las ha alejado de los espacios de toma de decisiones.
Así, organizaciones de israelíes como Mujeres de Negro y Bat Shalom, entre otras muchas, continúan trabajando para visibilizar que no todos están a favor de la ocupación y que la retórica de la paz deja de ser vinculante cuando se ignora a aquellos que piensan de forma diferente a quienes detentan el poder.
Mujeres de Negro se manifiestan todos los viernes desde hace 20 años en una céntrica plaza de Jerusalén. El color negro de su indumentaria simboliza el luto y la situación de guerra que viven israelíes y palestinos. Las mujeres de ambos bandos han perdido hijos, maridos y seres queridos en este conflicto.
En este sentido se pronunció el Consejo de Seguridad de la ONU al reconocer “el importante papel que desempeñan las mujeres en la prevención y solución de los conflictos y en la consolidación de la paz y subrayando la importancia de que participen en pie de igualdad e intervengan plenamente en todas las iniciativas encaminadas al mantenimiento y el fomento de la paz y la seguridad, y la necesidad de aumentar su participación en los procesos de adopción de decisiones en materia de prevención y solución de conflictos”. Y con este reconocimiento, configuró un panorama de concienciación de la necesidad de hacer de los procesos de paz conjuntos éticos prácticos, que sean representativos e incluyentes.
Las organizaciones de mujeres, palestinas e israelíes, continúan luchando porque se dé una salida no violenta al conflicto, y porque los Estados asuman la responsabilidad que tienen sobre las vidas humanas. Esta batalla reivindica que las mujeres deben ser escuchadas e incluidas en todos los procesos de toma de decisiones, porque el poder también incumbe a esa otra mitad de la población que permanece en la sombra.
La inclusión de las mujeres en las mesas de negociación es útil, porque el camino hacia la igualdad, sin la cual la paz es impensable, debe incorporar  nuevas críticas y nuevas lógicas racionales. Sin las mujeres no se puede llegar a la solución de unos conflictos que las atañen tanto como a los hombres.
La desigualdad de género que se observa en las mesas de negociación política, las mismas que muestran ineptitud a la hora de encontrar una solución pacífica, no debe ser aceptada sin más, sino criticada para que su actuación se encuentre a la altura de las circunstancias y del momento histórico que les ha tocado vivir.

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