EsGlobal El mundo según Donald Trump Carlos Hernández-Echevarría



Donald Trump durante una campaña en la Universidad Lenoir-Rhyne (Sean Rayford/Getty Images)
Donald Trump durante una campaña en la Universidad Lenoir-Rhyne (Sean Rayford/Getty Images)
Dentro y fuera de Estados Unidos, muchos han considerado la candidatura presidencial de Donald Trump como poco más que un chiste. Sin embargo, a sólo siete meses de las elecciones y con el millonario como muy probable candidato del Partido Republicano, merece la pena detenerse en un análisis más profundo de su visión del mundo y del papel que cree que Estados Unidos debe jugar en él. Hasta ahora conocíamos apenas unas cuántas promesas algo estrambóticas pero, en las últimas semanas, el candidato ha detallado los principios de su política exterior en largas entrevistas con los dos grandes periódicos estadounidenses. Ahora ya podemos analizar cómo ve la realidad internacional Trump y qué efectos tendría para el mundo su presidencia.
Su visión: América primero
El lema no es suyo, pero cuando el periodista de The New York Times David E. Sanger se lo propuso, Donald Trump lo adoptó de forma entusiasta. La idea central de su política exterior es que EE UU solía ser un país rico y ahora es pobre porque “nos lo gastamos en defender a otros países”. De hecho, casi se puede decir que la ‘mano dura’ en sus mensajes está más dirigida a sus aliados que a sus enemigos: Japón y Corea del Sur “nos timan sistemáticamente”, Arabia Saudí cobra por acoger bases estadounidenses aunque “sin nosotros no sobreviviría” y la OTAN “beneficia mucho más a los aliados y aún así hacemos una contribución desproporcionada”.
Esta visión económica marca todos los aspectos de su política exterior y resulta ser una excelente estrategia política para las primarias, ya que el 68% de los votantes republicanos creen que su Gobierno gasta demasiado en ayudar a otros países según una encuesta reciente de YouGov. Con las heridas de las guerras de George W. Bush aún recientes, no es difícil entender que atraiga a muchos electores cuando dice que “construimos una escuela en Irak y la arrasan, la reconstruimos y la vuelven a arrasar… y mientras tanto, no tenemos dinero para una escuela en Brooklyn. Tenemos que cuidar de nosotros mismos”.
El afán por ahorrar en el gasto exterior lo condiciona todo. Determina su opinión sobre la presencia militar en el extranjero, sobre los acuerdos de libre comercio y también sobre la estrategia en Oriente Medio. En la política exterior de Donald Trump, todo depende del dinero.
Asia: escalada nuclear y guerra comercial
La política estadounidense tradicional sobre proliferación nuclear ha sido bastante clara: evitar que nuevos países consigan la bomba. Sin embargo el impulso ahorrador de Donald Trump puede llegar a darle la vuelta a esta doctrina si finalmente llega a ser presidente. El candidato considera que antes que seguir gastando en proteger a Japón y a Corea del Sur de la amenaza de Corea del Norte, es preferible permitir a sus dos aliados que desarrollen sus propios arsenales nucleares.
La novedosa idea no tiene mucho apoyo entre los expertos. Jeffrey McCausland, el que fuera director de Control de Armas del Consejo de Seguridad Nacional de EE UU, dice que la propuesta “revela una absoluta falta de comprensión de política exterior estadounidense” y además está preocupado por las implicaciones que tendría: “No se trata sólo de Asia. Más armas nucleares por ahí, significa más facilidades de que caigan en manos inadecuadas”. Rafael Bueno, director de política de Casa Asia, ve además dificultades para que se pudiera convertir en realidad: “China nunca permitiría que sus vecinos, Corea del Sur y Japón, fueran potencias nucleares. Además, para hacerlo Tokio tendría que cambiar su constitución antinuclear en un momento en el que el país sigue traumatizado con la tragedia de Fukushima”.
La raíz del conflicto es que Trump no entiende que EE UU gaste dinero en proteger a dos países ricos como Japón y Corea del Sur, tanto que se ha mostrado favorable a retirar los casi 80.000 militares estadounidenses que están allí si no consigue que sus aliados corran con los costes del despliegue. En la actualidad, estos países se hacen cargo de parte de los gastos pero en opinión del candidato, sus soldados son meros guardaespaldas que están para defender a Tokio y Seúl, por lo que Washington debería ser “compensado sustancialmente”. Expertos como McCausland creen por el contrario que Estados Unidos obtiene un beneficio intrínseco al tener una presencia militar en una zona crítica: “Somos una potencia mundial y la idea de que ofrecemos un servicio que ha de ser pagado es falsa”. Además señala que el cálculo de costes no es real porque si esas fuerzas regresaran a suelo estadounidense no sólo sería una pérdida estratégica, sino también económica al tener que habilitar bases para acogerlas.
La propuesta se enfrenta con la propia política estadounidense de los últimos años, que ha sido precisamente la contraria: favorecer una mayor presencia militar en Asia, donde se anticipan tensiones con China, y reducir la implicación en Europa. El Gobierno del presidente Barack Obama está en plena ofensiva diplomática para ganarse apoyos y según Rafael Bueno si EE UU abandona a dos aliados tradicionales como Japón y Corea del Sur, esto sería un mensaje poco alentador para países como Vietnam, Indonesia, Singapur o Tailandia que se plantean colaborar con Washington para poner freno al expansionismo de Pekín.
No es que Donald Trump no se tome en serio la amenaza china, más bien todo lo contrario, pero también aquí entiende el problema en términos económicos. Cree que EE UU “ha hecho rica a China con sus malos acuerdos comerciales. El dinero que nos han exprimido ha reconstruido China.” Se refiere a la deslocalización de empresas estadounidenses hacia el gigante asiático y sobre todo al enorme déficit comercial entre ambos países, que en 2015 era de 365.000 millones de dólares (unos 320.000 millones de euros) a favor de Pekín.
El candidato culpa de todo a la torpeza negociadora de Washington y amenaza a China con recrudecer los aranceles a sus productos. Sin embargo para Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor visitante de la Academia China de Ciencias Sociales en Pekín, Estados Unidos tiene tanto o más que perder si comienza una guerra comercial con la potencia emergente: llegados a un extremo podría confiscar las enormes inversiones de empresas americanas en su país, sin mencionar el poder que tiene sobre el dólar gracias a sus cuatro billones en reservas: “Los americanos no tienen capacidad de decirle a China lo que tiene que hacer. No es como en los 80 cuando sus grandes prestadores, Alemania y Japón, dependían de EE UU para su seguridad”.
En cualquier caso un enfrentamiento de este tipo tendría repercusiones mucho más allá de los dos países. Otero advierte del efecto contagio que puede tener: “Imagina lo que significaría para la confianza de los mercados una guerra comercial entre las principales potencias mundiales”. Si miramos a los últimos datos el comercio entre ambos países es de casi 600.000 millones, cualquier reducción significativa sería una catástrofe para ellos y también para la economía mundial.
Europa: ¿el fin de la OTAN?
Cuando Donald Trump dice que la OTAN está obsoleta, en muchas capitales europeas hay extrañeza. Cuando habla de “quitar y poner países”, sudores fríos. Pero cuando afirma que es una organización “económicamente injusta para Estados Unidos porque ayuda mucho más a los aliados y nosotros pagamos una parte desproporcionada”, entonces se encienden las alarmas. La OTAN no es sólo una iniciativa americana y la piedra angular de su sistema defensivo desde mediados del siglo XX, es además una organización que depende enormemente de EE UU para su sostenimiento: Washington asume el 22% de las aportaciones directas al presupuesto, más del doble que el segundo, Reino Unido. Además, su gasto militar representa el 70% del de todos los países de la alianza.
El coronel Pedro Baños, analista y ex jefe de Contrainteligencia del Cuerpo del Ejército Europeo, cree que la OTAN no puede funcionar sin un compromiso claro por parte de EE UU. “No sólo es el dinero, también los medios estratégicos que sólo tienen ellos como satélites militares o transporte aéreo estratégico”. Como casi todos los expertos, considera difícil que Washington decidiera prescindir de la organización. Lo mismo cree Marián Caracuel, estudiosa de la alianza y diplomada en la escuela de la OTAN de Oberammergau: “Una cosa es estar en campaña y otra en el poder. Querrán seguir siendo líderes en el mundo y dudo que vayan a dejarle el protagonismo a otros.”
Pero las declaraciones de Trump indican precisamente una invitación a que otros socios de la OTAN tomen ese protagonismo. “Somos los menos afectados por lo que ha pasado en Ucrania porque somos los que estamos más lejos. Miras a Alemania y a otros países vecinos y no parecen nada involucrados. Es nosotros contra Rusia. ¿Por qué siempre es EE UU la que tiene que meterse en medio?” Si finalmente ocupa la Casa Blanca alguien que considera que su país no debe intentar contener a Moscú, eso sí que será un cambio fundamental en la política europea. De hecho, según Baños, “a Estados Unidos le interesa la OTAN para mantener un cerco estratégico a Rusia. El refuerzo que se ha hecho en el Báltico no lo habría hecho la Unión Europea, fue por deseo de EE UU”.
Romper la baraja en Oriente Medio
Ese protagonismo estadounidense es precisamente lo que Donald Trump quiere evitar en Siria. Y tiene un plan. En concreto, quiere cortar el flujo de refugiados estableciendo zonas seguras dentro de la propia Siria mediante una invasión, pero sin poner las tropas ni tampoco el dinero: los soldados serían saudíes. La propuesta no es muy diferente del enfoque del presidente Obama pero la diferencia es que, a la vez, Trump declara que Bashar al Assad es una especie de mal menor con el que EE UU puede convivir. ¿En qué tipo de operación puede entrar Arabia Saudí para favorecer a su enemigo declarado, un hombre apoyado además por su rival regional, Irán?
Según el coronel Baños este tipo de operación terrestre sería “la gran trampa para los saudíes” y les pondría en una lucha abierta con militares de Irán y Rusia. Sin embargo el candidato republicano dice tener un modo de convencer a Riad de que lo haga: la presión económica. Primero, porque Arabia Saudí es uno de esos regímenes que Trump considera “sostenidos” por EE UU y al que puede exigir un “reembolso sustancial”. En segundo lugar, porque Washington podría cortar las importaciones de petróleo de este país como medida de presión.
Los datos disputan esto último. Según información del Gobierno estadounidense, el crudo saudí representa poco más del 10% de lo que importa EE UU. Para Mariano Marzo, profesor de Recursos Energéticos de la Universitat de Barcelona, “no es una amenaza creíble, encontrarían otros clientes. El petróleo ya mira a Oriente, no a Occidente”. Otra cosa sería amenazar la sustancial ayuda militar que Washington presta a Riad, pero en una región clave para la batalla contra el terrorismo no están claro cuántos enemigos más pueden hacerse.
Su mano dura con Arabia Saudí podría dejarlo enfrentado a dos de las tres grandes potencias regionales, ya que otra de las propuestas de Trump es denunciar el acuerdo nuclear con Irán. Sin embargo, se ha mostrado extrañamente moderado con respecto a Israel a pesar de las enormes ayudas económicas que Washington le da: según un acuerdo firmado en 2007, Israel recibirá 30.000 millones de dólares hasta 2017. Además ha cerrado la puerta a cualquier plan de paz con los palestinos patrocinado por Naciones Unidas, una organización que “no es amiga de la democracia, no es amiga de la libertad, ni siquiera es amiga de EEUU y desde luego que no es amiga de Israel”.
El presidente impredecible
En cualquier caso y a pesar de la agenda que él mismo ha avanzado, no está claro qué medidas tomaría en realidad el presidente Donald Trump porque él mismo invita a los estadounidenses a valorar su impredecibilidad. Cree que en política exterior la transparencia está reñida con la eficacia: “si gano, no quiero estar en una posición en que ya he dicho lo que haría o dejaría de hacer. No quiero que sepan lo que pienso”. Tal vez por eso tampoco quiso contarle a The New York Times en qué circunstancias usaría la fuerza militar de EE UU: “no puedes tener una regla porque cada situación es diferente. Depende del país, la región, de cuánto de amistosos han sido con nosotros.” Una cosa es segura, si Donald Trump gana las elecciones en noviembre será difícil que los observadores se aburran. El acierto o el desastre, todo será impredecible.

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