Segundo día
del 2016. Las miradas vuelven a converger en Marruecos hacia las próximas elecciones
legislativas en torno a las cuales, desde hace días hay pronósticos y
previsiones.
Lo cierto es
que, como diría el general Lyaitey, “En
marruecos gobernar es llover”. Estamos a 2 de enero y aun no ha llovido. Por
otra parte el poder, como se dice, desgasta.
Sin embargo el problema político
en Marruecos no obedece a este tipo de consideraciones. Aquí se trata de lo que
a algunos les gusta llamar “una cámara ingobernable”. Se refieren al Parlamento
y a través de él al gobierno al que se accede solo con coaliciones. Al final no
se sabe exactamente hasta qué punto se ha aplicado el programa electoral del
partido que dirige esta coalición o los demás que lo componen.
Es decir: la actual mayoría se
compone de 4 partidos, algunos de los cuales no parecen tener, como quedo
demostrado en los pasados comicios, ninguna afinidad con el partido principal
de la coalición. O sea: el Partido de Justicia y Desarrollo.
Los marroquíes han visto, han
ido y han votado. Pero luego se han encontrado con una serie de realidades que
no deben repetirse bajo ningún pretexto. Para ello, la única solución (y todo
el mundo está de acuerdo en que es imposible) es una mayoría absoluta o lo
suficientemente confortable para gobernar en solitario y para que, nosotros,
los votantes, los marroquíes de a pie, sepamos quién ha respetado sus promesas y
quién no las ha respetado.
Sin género de dudas, esto seria
un “exagerado anhelo”, pero habida cuenta de lo que paso en las últimas
elecciones y por lo que pueda pasar en las próximas, esto se impone como el único
medio de poner en pie un sistema democrático, que, por un lado, respete la
voluntad popular y que comprometa clara y cabalmente al partido que gane las
elecciones. Es decir por el que se haya votado masivamente, concediéndole el
destino del país y del paisanaje.
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