Crónica de J. Valenzuela en “El País” y comentario de M. Gharbi en “conacentomarroquí”


           La brutal e injusta factura de la Historia

Javier Valenzuela es, entre los periodistas y analistas españoles expertos en el mundo árabe y en el Islam el más preparado, más conocedor y por ende el más competente por su larga trayectoria en estos países y sus múltiples y variados contactos y relaciones con las figuras más representativas de los dos mundos (árabe y musulmán). Lo corrobora su primer libro: “El Partido de Dios” (en el que casi he colaborado y que me inspiro para consagrarme posteriormente a la escritura), fruto de sus anos en el Líbano como corresponsal del prestigioso diario madrileño.


Conozco, creo, mejor que nadie a Javier y debo reconocer que se trata de uno de los mejores periodistas y escritores contemporáneos tanto por sus, muy a menudo, atinados análisis de temas arabo-islámicos como por su carácter y forma de ser en tanto que hombre testimonio de su tiempo y reflejo de la verdad y de la realidad de lo que trata, de una irreprochable y probada profesionalidad, impregnada de los principios éticos del periodismo y de la deontologia de la profesion.
No obstante, cuando se trata del Islam, no creo que haya existido hasta ahora un periodista o un escritor occidental (España incluida o quizás más concernida) imparcial u objetivo.
Javier Valenzuela hubiera podido ser la excepción que… no confirma la regla.
¿Fue/es así?
Lean su artículo (con cortesía de “El País”) y el comentario de mi amigo Mokhtar Gharbi:


El Estados Unidos de Obama paga el profundo resentimiento que le guarda el mundo árabe desde la época de George W. Bush

JAVIER VALENZUELA Madrid 14 SEP 2012 – (El Pais)


La Historia es cruelmente inoportuna, suele pasar factura en el peor momento. Es injusto, ciertamente, que el Estados Unidos de Obama, que en el discurso de El Cairo propuso una reconciliación con el mundo árabe y musulmán, que apoyó la Primavera Árabe con, como mínimo, mayor convicción que la Unión Europea, y que ha expresado una voluntad de cooperar con los gobiernos islamistas supuestamente moderados surgidos de las elecciones democráticas en Túnez y Egipto, pague ahora el precio de tantos años de desprecio imperial hacia los pueblos del norte de África y Oriente Próximo, tantos años de denigrar intelectualmente la arabidad y el islam, tantos años de apoyar regímenes autocráticos como los de Ben Alí y Mubarak, tantos años de sostén a Israel haga lo que haga.
Que nadie se llame a engaños: el resentimiento con Estados Unidos en el mundo árabe y musulmán es muy profundo, y se ahondó enormemente en los años de George W. Bush, con la invasión de Irak, las barbaridades de Abu Graib y Guantánamo y una forma brutal de combatir el yihadismo que, entre otras cosas, se apoyaba en las autocracias árabes, a las que incluso se subcontrataba la detención y tortura de los sospechosos. ¿También en Túnez, el país más abierto, más tolerante, más liberal en el buen viejo sentido de la palabra del Magreb? Pues sí, también en Túnez. Sus habitantes –laicos, meros musulmanes piadosos y pacíficos o militantes en el integrismo– no han olvidado que Ben Alí era citado como ejemplo de gobernante árabe por Washington y por las instituciones financieras allí basadas como el FMI y el Banco Mundial.
Dicho lo cual, es evidente que Estados Unidos no es responsable del bodrio cinematográfico que denigra a Mahoma colgado por no se sabe muy bien quién en Internet. Y aún lo es más que las reacciones de las inflamadas turbas salafistas que estamos viendo estos días en Egipto, Libia, Yemen, Sudán y Túnez sólo hablan mal de sus protagonistas, solo confirman su carácter mostrenco en lo ideológico, totalitario en lo político y violento en la metodología. El salafismo, esa interpretación primaria, fundamentalista y excluyente del islam regada en los últimos lustros por los petrodólares de Arabia Saudí –un aliado de Estados Unidos, mire usted por donde- es, tristemente, un tumor en expansión.
Sus víctimas ahora son las sedes diplomáticas y el personal de Estados Unidos, en flagrante violación de convenciones internacionales que a ellos se las traen al pairo. Pero en los últimos meses lo han sido muchos hombres y mujeres árabes por cosas como hacer exposiciones de cuadros o emitir series de televisión consideradas “blasfemas”; por no llevar el “hiyab” en las calles; por negarse a que los Estados democráticos surgidos de la Primavera Árabe sean confesionalmente integristas. Hasta los pacíficos sufíes, musulmanes defensores de una hermosa vía mística de practicar la religión del Corán, están siendo sañudamente perseguidos por los salafistas en el norte de África. Y en Tombuctú, caída ahora en manos de estos locos de Dios, centenarias expresiones de piedad popular musulmana son destrozadas por los iconoclastas.
Los demócratas tunecinos y sus amigos en el exterior llevaban meses denunciando que los salafistas estaban imponiendo en el país del jazmín su matonismo –exposiciones asaltadas, películas y series de televisión perseguidas, mujeres acosadas…-. Y ello ante la pasividad del gobierno de los islamistas supuestamente moderados de En Nahda, ganadores de las elecciones legislativas libres de 2011, las que siguieron al derrocamiento de Ben Ali. Hasta hoteles que sirven alcohol tan solo en su interior han sido acosados por estas turbas, en un país cuyo principal recurso económico es el hoy escaso turismo extranjero. A esto último responden los salafistas en Túnez y Egipto con un levantamiento de hombros: ellos proponen un turismo “halal” para clientelas de los países del Golfo.
Ahora, con los brutales asaltos en Túnez a las representaciones diplomáticas y otros centros civiles vinculados a Estados Unidos, el mundo sabe que esas denuncias no eran paranoicas, que el salafismo está aprovechando la libertad recién conquistada para imponerse tal y como lo hicieron los nazis en la República de Weimar, a puñetazos si es preciso.
Entretanto, el Estados Unidos de Obama paga una pesada factura histórica. Quizá el mayor símbolo de esta injusticia sea la violenta muerte, el pasado martes, de Chris Stevens en el asalto armado al consulado de Bengasi. El embajador norteamericano en Libia, designado personalmente por el actual presidente norteamericano, hablaba árabe, amaba a los árabes, conocía y respetaba sus usos y costumbres y apoyaba combativamente ese deseo de libertad y dignidad que expresan desde el pasado año millones de ellos. A sus asesinos les importó un comino.


Comentario: Mokhtar Gharbi.- Periodista marroquí. Tánger

Estimado señor Javier Valenzuela, no dude usted de que mi comentario será redactado con todo el respeto debido, a usted y a cualquiera que cree interesarle.
En primer lugar, estoy seguro y muy convencido de que nadie, bueno, casi nadie, en el mundo occidental sabe exactamente lo que significa "El Salafismo" o "Los verdaderos Salafistas".

En una ocasión, preguntaron al difunto Rey de Marruecos, Hassan II, si se consideraba Salafista, sin pensarlo, y tal como es, respondió que si, basándose sobre el Corán y los actos de su abuelo, el Profeta Sayiduna Mohamad, (así se pronuncia y se escribe) y sus fieles seguidores.

O sea los auténticos y los verdaderos salafistas son quienes se apoyan, en sus creencias, como bases, lo que dice dios en su sagrado libro, el Corán y lo que decía/dijo el Profeta, "la Sunna".

En estas dos referencias, resulta y resultará muy difícil de encontrar algo semejante o parecido a lo que se dice, actualmente y desde hace décadas, sobre el Salafismo o los salafistas.

No señor, creo que se debe buscar otro término a esto, porque los verdaderos musulmanes son auténticos salafistas, por su educación religiosa, por su tolerancia, por su amor y respeto a las vidas humanas, por su pacífica conducta, y por un sinfín de buenas cualidades humanas, que por supuesto, no se encuentra entre ellas los actos salvajes, como matar o hacer daño a ninguna criatura de Dios, sea persona o cualquier otra ser que vive en la tierra.

Amigo, no soy nadie cualificado para tocar la profundidad de este tema, por lo cual, espero y pido a los periodistas, escritores, artistas, analistas u otros, extranjeros, de andar con prudencia sobre este tema y que determinan exactamente los términos que usan, que tienen relación con el Islam y los musulmanes.

Aprovecho esta ocasión para lanzar un llamamiento a todos los interesados para averiguar si hay posibilidad de organizar un foro mundial entre todas las religiones para estudiar los problemas que afectan a la humanidad, relacionados con las diferencias e injusticias, cometidas por los fanáticos de todas las religiones, sin excepción.
Hizo usted referencia a algunas de ellas.

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