De : Esglobal La diplomacia religiosa de Marruecos



El reino alauí trata de tener influencia en los países de África Occidental y el Sahel a través de un Islam moderado. ¿Será extrapolable la estrategia marroquí en un Islam político?  

El rey de Marruecos, Mohammed VI (Chris Jackson/Getty Images)
 El rey de Marruecos, Mohammed VI (Chris Jackson/Getty Images)

En los últimos años, Marruecos ha intentado acercarse más al continente africano mediante el ejercicio de una vibrante diplomacia religiosa, utilizando sus credenciales de país musulmán moderado para establecerse en África Occidental y el Sahel, una región en la que el islam es la religión dominante. En este contexto, la moderación religiosa marroquí pretende ofrecer un contraste y limitar la propagación de la corriente ultraconservadora del islam wahhabí que patrocina Arabia Saudí y que ha inspirado el nacimiento de numerosos grupos extremistas y los brotes de inestabilidad a las puertas mismas de Marruecos.
En África Occidental viven 190 millones de musulmanes y, muchos de ellos, por motivos históricos, reconocen la legitimidad del liderazgo religioso que ejerce el rey de Marruecos. Mohammed VI utiliza el título de “Comendador de los creyentes” que le otorga la Constitución marroquí para reafirmar su posición de líder religioso regional. Su legitimidad procede de las relaciones de su país con la parte occidental del continente durante el periodo precolonial, alrededor del siglo XI, la época en la que la mayor parte de la región adoptó el Islam debido a la yihad de los almorávides, una dinastía bereber de Marruecos. Por ejemplo, la Hermandad Tijaní (Tariqa Tijaniya), un grupo sufí dentro del Islam suní, es heredero de esa larga relación entre Marruecos y África Occidental. Hoy existen millones de musulmanes tijaníes en toda la región, en países como Senegal, Guinea, Mauritania, Gambia y Costa de Marfil. Para los seguidores de este grupo religioso, el rey de Marruecos es un líder religioso y Fez es un centro de peregrinación, por lo que Mohammed VI está legitimado como líder suní moderado.
La cooperación regional en asuntos religiosos es la expresión más clara de la diplomacia religiosa del rey marroquí. En septiembre de 2013, Marruecos firmó con el nuevo Gobierno de Malí un acuerdo para formar a 500 de sus imanes con el fin de promover una versión más tolerante del islam en dicho país. Después de esa iniciativa, el Ministerio marroquí de Asuntos Exteriores recibió solicitudes para educar a imanes en otros países, por ejemplo de Guinea y Nigeria. Además, los marroquíes planean construir mezquitas en varios países subsaharianos, como Senegal, Níger, Benín y Guinea. En sus visitas recientes a varios países africanos vecinos, Mohammed VI ha hecho el regalo simbólico de ejemplares del Corán para que se repartan entre las mezquitas.
Dado que el reino alauí ha logrado integrar de manera pacífica en su Gobierno a los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) y ha sufrido muy pocos atentados terroristas, su modelo parece claramente recomendable para los países del Sahel y África Occidental, que pueden pedirle ayuda para reproducirlo. Esos son también los motivos por los que los socios occidentales de Marruecos le consideran un aliado crucial en una región asolada por el extremismo. Para Occidente, disponer de un contrapeso a las ideologías islámicas extremistas del Estado Islámico (EI), Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y Boko Haram es fundamental porque éstas representan una amenaza directa contra los países occidentales y sus intereses en la zona.
El rey Mohammed VI no solo ha consolidado su popularidad en la zona de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS por sus siglas en inglés) gracias a sus credenciales religiosas y los vínculos históricos y culturales de Marruecos con la región, sino que también ha aprovechado su red de relaciones personales con los líderes de esos países para firmar varios acuerdos económicos que pueden impulsar la economía marroquí. El volumen de las transacciones comerciales entre Marruecos y el África subsahariana se multiplicó por más de tres en el periodo 2003-2013, de 4.700 millones de dirhams marroquíes (MAD), que equivalen a 434,1 millones de euros, en 2003, a 14.400 millones de MAD (1.300 millones de euros) a finales de 2013. Marruecos es ya el segundo inversor africano en el continente. En medio de la agitación permanente en los países del Norte de África, su relativa estabilidad puede favorecerle, porque Occidente considera que es uno de los países de la zona más atractivos para la inversión, en comparación con el resto. Por eso quiere convertirse en una puerta de entrada a África o un puente entre África y Occidente. Está desarrollando un proyecto, la Ciudad Financiera de Casablanca, que pretende convertir esta urbe en un núcleo de inversiones occidentales y un instrumento de convergencia en África Occidental.
La diplomacia religiosa del reino de Marruecos ha servido también para impedir el terrorismo y garantizar la estabilidad de la región en general, porque facilita una mejor cooperación en seguridad entre los países de la región. Con la proliferación de armas en la zona y el establecimiento de grupos yihadistas en el Sahel tras la caída de Gadafi, las amenazas contra la seguridad a las que hace frente Marruecos han adquirido una dimensión nueva, y solo será posible resolverlas mediante una cooperación regional reforzada. El reino alauí ha tenido una actitud más activa y ha aprovechado la existencia de la Comunidad de Estados del Sahel y el Sáhara, CENSAD, creada por Gadafi y que no incluye a Argelia, para defender sus intereses y la colaboración con los países de la región. Hay que destacar que la mayoría de los miembros de la Comunidad son Estados musulmanes del Sahel, es decir, respetan la autoridad espiritual del monarca marroquí. Desde que asumió extraoficialmente la dirección de la CENSAD, Marruecos se ha propuesto reanimar la organización para ampliar la cooperación en materia de seguridad, hasta desembocar en la creación de un consejo permanente de paz y seguridad.
Asimismo, Marruecos quiere acabar con el relativo aislamiento diplomático que sufre desde 1984, cuando renunció a su puesto en la Organización para la Unidad Africana (OUA), antecesora de la Unión Africana (UA). Sus recientes actuaciones diplomáticas tienen el propósito de compensar su ausencia de la UA. Pero la falta de solución para la cuestión del Sáhara Occidental es un impedimento para que haya más acercamiento a sus vecinos del sur, a no ser que una de las intenciones de este nuevo giro de Marruecos hacia África sea también obtener el apoyo de varios países africanos para promover su plan para otorgar al Sáhara Occidental el estatus de comunidad autónoma dentro del reino. Se puede decir que esa estrategia ha sido positiva, porque, en años recientes, Burkina Faso, Benín, Togo y en los últimos tiempos Malí, entre otros países, han empezado a respaldar la propuesta de Marruecos en lugar del referéndum sobre la independencia de los territorios del Sáhara Occidental.
Hay muchos factores que determinan hasta qué punto Marruecos va a poder cumplir sus objetivos. Desde el principio, su moderación religiosa y su estabilidad solo se han mantenido gracias a una extrema vigilancia política interna de los islamistas y los discursos religiosos que se difunden en las mezquitas. Aunque el PJD, islamista, forma parte de la coalición de Gobierno actual, empezando por el primer ministro, su margen político de maniobra es limitado. Al Adl wal Ihsane (Justicia y Espiritualidad) es una formación islamista más radical que está marginada de la acción política pero es muy popular entre la población. Además, la estrategia antiterrorista de Marruecos no ha tenido mucho más éxito que las de sus vecinos, al menos no tanto como dice Rabat. Los servicios secretos desmantelaron más de 18 células yihadistas entre 2011 y 2013, y el hecho de que unos 1.500 marroquíes estén combatiendo con el EI en Irak y Siria es prueba de la existencia de facciones extremistas dentro del país. Es verdad que Marruecos parece hoy más estable que la mayoría de los demás países de la zona, y es lógico que Rabat quiera aprovechar esa imagen positiva para desarrollar un papel más destacado en África. Pero está todavía por demostrar hasta qué punto es trasladable en la práctica la estrategia marroquí frente al Islam político.

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