Libertad de expresión e imperativos geopolíticos: Definición “prèt a porter”



Desde hace casi dos semanas en Francia algunos sectores de la prensa y algunos medios políticos siguen preguntándose si era necesario entrevistar al primer mandatario sirio, Bachar al-Assad. La respuesta es todo menos “si” a pesar de que se debería ser exageradamente ingenuo para creer que David Pujadas se haya lanzado en esta aventura sin la luz verde (el agua bendita) a alto nivel.
 
La entrevista pues no ha resultado del gusto ni del antojo de todo el mundo. Es normal, lógico y hasta saludable y salutífero. Tanto es así que, como lo define Gilles Munier en “France- Irak-Actualité” el Quai d’Orsay en un alarde de doble juego se ha creído obligado a difundir una “comparación entre las afirmaciones de Bachar al Assad y las conclusiones de la Comisión de investigación internacional independiente sobre Siria”.
Es su derecho. Además nadie ignora lo que ha hecho/hace Francia para desestabilizar a este país y a otros en el mundo árabe.
Así las cosas, atacado, el periodista de France-2 ha salido al paso para defenderse, alegando su “misión de informar”, lo que es cierto y conforme a los principios éticos y la deontología de la prensa en Francia y en Cochabamba, a fin de que “los espectadores forjaran una opinión”, lo que es menos cierto y mas demagógico y les vamos a decir por qué.
Las cadenas estatales en Francia siguen, como si de cadenas tercermundistas se trataran, a las órdenes del gobierno y de los medios privados que las financian y de los grupos franceses o extranjeros que las financian, lo que es, en el fondo, lo mismo ya que cuando hay un conflicto de interés la “libertad de expresión” y el que “el publico forjara una opinión” se convierten en razones de Estado y se olvidan cuando no se anulan como es el caso del propio David Pujadas y su entrevista en el 2007 de 49 minutos al entonces presidente iraní Mahmud Ahmadinejad que nunca, jamás había sido difundida ni comentada ni explicada ni excusada la decisión de su anulación.
 Irán, para Francia y sus sucesivos gobernantes ha sido, desde el advenimiento del nuevo régimen de cariz islamista, “diabolizada”. Pese a lo cual hubiera podido permitir “al público forjar su propia opinión”.
Si lo hubiera hecho la televisión marroquí o argelina nadie puede prever a donde hubiéramos ido a parar con las críticas de Francia y sus donantes de lecciones y de “libertades de expresión”.
En el fondo todos somos iguales. A cada uno sus argumentos, sus imperativos políticos y geopolíticos, sus razones de Estado y sobre todo, sus definiciones de lo que es la libertad de expresión. Y se equivocan los de aquí y los de algunos países africanos que se dejan seducir por el “modelo” francés.

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