Grito Primal de Said Jedidi. Hoy: Capitulo II (Segunda parte): Entre dos rosarios



Observaba atentamente todo, cuando, al escuchar abstractamente la voz de su interlocutora sintió una corriente helada atravesarle las venas.
-         Sabe Usted le dijo la mujer quitándose la harina de entre los dedos, hace una semana, creo un poco menos, vino una “nasrania”[1] preguntando por su padre. Le dijimos que Hach había fallecido hace tiempo.
 
-         ¿Cómo era, por favor?
-         Pues… qué quieres que te diga, normal salvo que insistió mucho en saber si vivía aun alguno de sus hijos o algún descendiente directo.
-         ¿Cómo dijo que se llamaba?
-         labios. Es que fue Sidi Mohamed quién hablo con ella
-         ¿Y quién es Sidi Mohamed?
-         Mi marido. Usted lo conoce. Antes vivía en la casa de al lado. Sus amigos le llamaban, que Dios les Perdone, “El tonto”
-         ¿Y donde puedo encontrar a Sidi Mohamed?
-         Vuelve a casa por la noche. Sabe usted, hacia las 7 u 8 de la noche, pero si lo quiere ver ahora trabaja de camarero en “Sol y Mar” que es un café-restaurante en Martil, cerca de Bar Playa. ¿Lo conoce?
-         Si. Claro…
-         Debe ser ella, murmuró
-         ¿Qué ha dicho Usted?
-         Nada, nada. Gracias. Muchas gracias señora por su tiempo y por su amabilidad. Saludos a su esposo. Hasta otra incha’a lah.
-         Incha’a lah, le respondió sonriente la mujer antes de exclamar: ¿Si no ha visto Usted nada?
-         Justo lo suficiente. He visto y escuchado más de lo que Usted cree, señora. De nuevo mil gracias
Salió de la callejuela disparado. Tenía el presentimiento de que algo estaba ocurriendo y que iba a convulsionar su vida.
-         Debe ser ella. Ella… si, debe ser ella. Dios mío es ella, repetía medio asustado medio ilusionado.
Hacia tantos años sin que su recuerdo perdiera frescura. Allí estaba de nuevo resucitando un recuerdo imposible de eclipsar y un curso de acontecimientos literalmente inoxidable.
Desde hacia 40 años nunca cesó de pensar que en el día menos pensado volvería a vivir este instante de emoción. Durante todo este tiempo anhelaba pasar un día la esponja y borrarlo todo… absolutamente todo, sobre todo aquella imagen de dos cuerpos, desnudos, presa del pecado al amparo de una semi apagada luz lateral, devorándose en medio de la brea de unas sabanas perfumadas con agua de azahar, destilada por “Mrat Hbibi” una tetuaní de pura cepa que tetuanizaba todo lo que caía entre sus manos y que todo el mundo en la bella ciudad conocía como “artista entre artistas en la destilación del azahar”.
Allí por una pura casualidad, desde la cerradura de la vieja pero aun coqueta capilla, había visto y reconocido la Farajia[2] de su padre y la túnica de Marta tiradas de manera desordenada por el limpio suelo. Al lado yacían, casi desesperadamente sus respectivos rosarios. Ninguno de los dos rezaba. Ambos estaban lo suficientemente ocupados para recordar los capítulos de la Biblia o los versículos del Corán.
-         Capilla…muy ardiente, murmuro irónicamente sin quitar el ojo de la cerradura, apreciando la erótica escena.
Le habían excitado tanto las piernas blancas de la hermana Marta que muchos anos atrás no lograba valorar si su padre tenía o no razón al ceder a la irresistible sensación de pecar.
-         Dulce como el pecado, dijo entre los dientes
Solo el amargo y desagradable recuerdo de la barba de su padre, acariciando los infantiles senos de la religiosa, apagaba su placer y su saciedad. Ahora sentía un afligido arrepentimiento por haber seguido aquella inédita “novela”.
-         De no haberlo visto, seguro hubiera conservado otra imagen de mi padre, pensó
Ahora no quería ni pensar en aquella imagen de Marta, medio desnuda ante una cruz colgada en la opaca pared, llorando sin soliloquio, ni de su padre con los ojos fijos en el cielo recitando: “¡Señor nuestro! No nos castigues si nos olvidamos o nos equivocamos. ¡Señor nuestro! No nos impongas una carga como la que impusiste a quienes nos precedieron. ¡Señor nuestro! No nos impongas algo superior a nuestra fuerza. Perdónanos, absuélvenos y ten misericordia de nosotros. Tú eres nuestro Protector, concédenos el triunfo sobre los incrédulos”.
Levanto los ojos al cielo y se puso a recordar lo que recitaba su padre al salir de la capilla. De repente comenzó a recitar él mismo: “Aquellos de Mis siervos que fueron inicuos consigo mismos. No desesperéis de la misericordia de Dios. Dios Perdona todos los pecados. Él Es el Indulgente, el Misericordioso. ¡Volved a vuestro Señor. Someteos a Él”.
-         ¡Claro! recuerda al Señor y Sus palabras cuando pecan y no antes, comento, antes de enlazar “Dios Perdona todos los pecados”. Dios Perdónale su pecado.
Sintió entonces, por primera vez en su vida, una extraña  mezcla de compasión y veneración por Marta, repitiendo mil veces “Que Dios nos Perdone nuestros pecados”.
Trataba en vano de olvidarlo todo. Pensar en otra cosa… en el presente, en el futuro en lo que sea… todo… todo, menos aquél día y aquella escena.
Ahora es conciente de que se había equivocado al suponer que aquello era el fin de una relación antinatural. Tanto Marta como su padre siguieron durante anos después, él en una mezquita de Martil, ella en un convento de Acapulco, rezando para que se comprendiera lo que es realmente el “otro” amor que ni se puede crucificar ni se debe lapidar.


(Mañana: Capitulo II (tercera parte parte): Entre dos rosarios)


[1] Cristiana
[2] Hábito tradicional marroquí

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