« Yamna o Memoria ĺntima » de Said Jedidi FUEGO LENTO: V



       


« En el Día del Juicio Final pesarà la tinta de los sabios y la sangre de los màrtires. No habrà ninguna diferencia entre ambas »
                                                                                                                 Profeta Muhammad (SAS)



 Era una historia exageradamente clásica.
            Todo el mundo se preguntaba sobre la naturaleza de la promesa de Ami Abdeslam, cuyos momentos eran todos o casi todos sorprendentes.
         Entre apreciación y condena, Yamna esperaba... impacientemente. Algo le decía que sería el fin de su sufrimiento. Una fuerza extranatural la aconsejaba sabiamente a esperar…esperar…y esperar.
             Sabía que en aquellos tiempos, nadie podía volver a ser el fénix. Pero con una monótona e inalterable respetabilidad hacía lo que creía divino, pecaba, desde hacía mucho tiempo, pensando que había vida, pero no la esperanza terrenal.
Por primera vez su estado físico y moral no hacía reír. Todos se preguntaban cómo pudo atravesar tantos años y tantas épocas con tantos problemas de salud y no menos indigencia sanitaria.
     -     Lo que, en lenguaje claro, quiere decir que Yamna se está muriendo.
     -   ¿Pero cómo os atrevéis a especular con la voluntad de Dios? ¿Quién os delegó tan guardada facultad? ¿No os dais cuenta, cretinos, que barajando la vida o muerte de un ser humano incurráis en el pecado? les preguntó irritado Sidi Mohamed al sorprender, por casualidad los comentarios en voz baja sobre  « la próxima y casi inminente muerte de la pobre Yamna ».
Esta vez a su lenguaje faltaba singularmente la habitual dosis de determinación y firmeza. 
   -      Sidi tiene razón. En nombre de qué rito inventáis lo que no es en realidad más que el fruto de vuestra perturbada imaginación, puntualizó Ami Layachi de mala uva pero en voz muy baja.
    -        Os juro que el propio Sidi lo sabe

Por su parte Yamna seguía esperando tranquilamente que Ami Abdeslam cumpliera su promesa.
     -     Dentro de muy poco inchaa lah[1]. Un da, quizás dos, máximo tres
En las difíciles condiciones en que se encontraba, tres días, para Yamna, eran una eternidad. Pero no tenía remedio ni los medios de acelerar lo que ella consideraba como su día de juicio y no lo era.
Las malas lenguas y muchas buenas afirmaban que un misterioso curandero chino o japonés, nadie nunca pudo determinar con exactitud, llegado como una ave peregrina a Tetuán de la que juró nunca salir, le había dicho una vez que en el Yassark [2]está escrito que cuanto más desesperado es el deseo, más compensada es su consecuencia.
Desde entonces nunca faltó a su cita con la esperanza
Como si fuera un acontecimiento planetario o juzgado como tal, la promesa de Ami Abdeslam figuraba en el centro de todas las conversaciones. Visiblemente preocupada, la familia buscaba aliviar el tormento de Yamna, quien seguía vagabundeando entre la realidad y la alucinación, deslumbrando de manera casi infantil los primeros síntomas de una inhabitual  e inquietante deriva.
-                          Un entierro cuesta caro
-                          ¡Que eres una malvada!
Las constantes inflexiones de su salud y la repentina desaparición del tradicional fatalismo de la familia, imponían un nuevo ritmo a la vida cotidiana.
Adepta impaciente de volver a encontrar a su juventud, eclipsada por largos años de enfermedad, Yamna  se sentía incapaz de comprender el sentido ni la finalidad del cambio. Se negaba a barajar las  hipótesis. Cada vez que brotaba una expresión de excesiva generosidad o de exagerada compasión se limitaba a una sonrisa de una enigmática gratitud.
     -     Incluso a dos dedos del otro mundo sigue tan misteriosa como siempre.
     -     Que Dios te perdone. Te has olvidado rápidamente de lo que dijo Sidi
     -     Pero la realidad es otra
     -    ¿A qué realidad te refieres, loca de mierda? En esta casa no hay más que una verdad: la de Sidi
     -     A su lógica
     -     Pues te aconsejo a que no lo digas en voz alta
     -     ¿No ves que la pobre mujer pierde cada vez más pelos?

Tetuán tenía otras preocupaciones. La paulatina pero inevitable agonía de su, antaño próspera industria, en beneficio de Casablanca o de incluso de ciudades de infinitamente menos importancia y envergadura histórica o industrial como Settat o Berrechid junto a la vertiginosa proliferación del paro y la delincuencia amenazaban, además el bienestar de la ciudad y los ciudadanos, su imagen y su legendaria reputación.
Impotentes ante la avalancha venida de la capital, los sucesivos concejos municipales y antes de ellos, todos los bajas[3]de la ciudad dejaron un panorama desolador.
Tetuán perdía hasta su identidad. El éxodo rural y a menudo de otras partes del país y los, cuando menos, extravagantes argumentos de los estrategas económicos nacionales, transformaron su providencial litoral en un triste panorama de olvido y negligencia. El robo de su fina arena y el despojo de su magnífica urbanización se encargaron del resto de la… degradación.
         -     Jilali juraba que vio con sus propios ojos a camiones que « descargaban » por la noche a decenas de mutilados de todo género en la playa de Martil
-        La adecuación social


Tetuán secaba sus lágrimas. Prefería sonreír a llorar, pacentar a desesperar y esperar a lamentar.
Desde Rabat, en vez de proponer, se imponían planes de desarrollo. De una sútil gracia, el interés « nacional » por la ciudad era pura ironía involuntaria porque de debate sobre las prioridades de la bella ciudad, las cosas públicas se transformaban a menudo en un si o un no como en un referéndum.
Se vivía de rodillas. La relación entre una gloria incierta y los que la tenían indudable, adquiría la dimensión de un abismo. Los súper-gobernadores o ualis pasaban a ser en la terminología popular tetuaní ualus[4]. Las susceptibilidades se multiplicaban, amenazando la cohesión social regional.
Sin embargo, como en el resto de Marruecos, todo el mundo en Tetuán, en una noche clara del comienzo de verano, en medio de un silencio y una inmovilidad que sumergió, de repente la ciudad y sus mentes, vio en la luna, a Mohamed V y entonó eufóricamente « magribuba, uatanuna... » [5].
            Era una desobediencia civil pasiva como sólo Tetuán, con su dimensión civilizacional y su orgullo socio-cultural, puede observar.
Eso era hacía años... « Muchos años » reprochaban algunos con acento desafinado. Una quiebra social colectiva. Prohibido pero vulnerado y tolerado, el contrabando desde Sebta crecía como un monstruo. El fútbol español con su Barça y su Madrid eclipsaba aceleradamente el interés por el país y sus verdaderos y acuciantes problemas.
En Rabat se pensaba en otras cosas.

Yamna no era ninguna excepción. Incrédula y desasosegada por lo que veía sin distinguirlo o escuchaba sin comprenderlo, acababa siempre preguntándose por qué Tetuán  era incapaz de verse en un espejo ¿De qué tenía miedo?, ¿Por qué tanto desprecio a su impotencia de preservar lo suyo?, se preguntaba amargamente sin saber por qué ella y no otros « los más concernidos ».
   - Ellos nunca se preguntan. Ellos piensan siempre en voz baja…muy baja. Les importa cuatro pepinos
Pero eran tiempos en que la esperanza estaba intacta y la euforia tragaba cruelmente la realidad. Tiempos de candidez entusiasta de bostezos y de consternación innata...en que todo el mundo prefería soñar despierto porque era más acorde al gusto colectivo de la aventura y la insolencia. Tiempos en que muchos... muchísimos… la mayoría, se sentía culpable de encontrarse, de sopetón, parado después de un pasado seudo industrial, comenzándose una riada hacia el «  Dorado » europeo que, desde entonces, nunca conoció un freno. Bélgica, Alemania y Francia y más tarde los países escandinavos e incluso los países del Golfo comenzaron a constituir una auténtica orilla ante  el naufragio material de las diferentes categorías sociales de la ciudad.
La imagen hacía explícito el propósito.
Tetuán se asfixiaba. Su sentido muy común no podía recordar a la pobre Yamna y el preocupante cambio de los colores de su rostro y su piel.
     -     La vamos a tener que llevar a Rabat.
     -     Pues aquí el estado de los hospitales deja mucho que desear.
     -     Cómo eran y cómo los convirtieron.
     -     Los convertimos. En todo caso no son tiempos de nostalgias gratuitas
     -     ¿De qué entonces?
     -     De obrar..
Los diálogos expresaban el vacío y la angustia. Se respiraba ansiedad y se sentía una nueva  forma de nerviosismo y tensión. Se debe ir a Rabat y dejar detrás una historia con múltiples eslabones del saber, de ciencia y paciencia y de una infraestructura multidisciplinaria, objeto de mucha codicia. Lo de « debemos buscar un remedio en Rabat » ilustraba el avanzado estado de descomposición de una voluntad de recuperar la eficacia y el prestigio de antaño.
No eran pocos los que  creían y nunca lo desvelaban, que, desde hacía tiempo, Tetuán dejó de ser o no la dejaron ser la sabía y comenzaba a tejer conceptos y concepciones de proximidad y de supervivencia.
Ni amnésica ni simuladora su cúpula social se atrincheraba en improvisados clubes sociales en donde pasaba sus vidas examinando partidas de nacimiento, encontrando monstruosamente incorrecto que un ciudadano de a pie, a pesar de sus méritos universitarios u otros, accediera a superar a los nativos de « pura cepa » y utilizando a menudo los recursos de la ficción para catalogar a este o calificar a aquél.
Una larga y quizás crónica hibernación.
En vez de opinar parecían vomitar. Interminables diálogos lagunosos que volvían a repetirse todos los días sin que aburriesen a ninguno de ellos. Parecían destinados a domar el tiempo.
     -     Esta madrugada ví a Yamna rezar.
     -     ¿Se puso a rezar?
     -     Ella siempre ha rezado.
     -     ¿Dónde está la noticia, tu noticia?
     -     En que Yamna estaba salmodiando el Corán
     -     ¿Salmodiando el Corán. Estás seguro?
     -     Si
     -     Pero… si Yamna no sabe ni leer ni escribir
     -     Lo sé.
     -     Que me vas a volver loco. Lo sabes y no lo explicas
Desde hacía días, nadie se acordaba de lo que decía o hacía. La deterioración de su estado de salud, según unos, sensible mejora, según otros, preocupaba o tranquilizaba a unos u otros.

     -     Ni en esto estamos de acuerdo
     -   Si. Parece que, como buenos árabes, nos pusimos de acuerdo para no ponernos nunca de acuerdo[6]
     -     Pero, por Dios, ¿Quién ha dicho que está peor?
       -       No lo sé.
     -     Para mí está mucho mejor que antes. Lo que pasa es que enferma o sana, queramos o no, Yamna se ha convertido en un verdadero fenómeno cultural
     -        ¡Tanto!
     -         Y tan calvo
Nadie sabía. Nadie quería saber.
     -     A mi me da la impresión de que está mejor que antes.
     -     ¿Tú crees…?
     -     Sidi dijo que todo es voluntad de Dios.
     -     Bendito sea su santo nombre. 
   -     « Él me lo dio, Él me lo quitó… bendito sea su santo nombre »
   -     Mira a mi no me gusta bromear con esto. Detesto este tipo de frases hechas, que además de no tener nada que ver con nuestra religión musulmana, huelen a reacción burlona a lo que haya dicho Sidi
Conciente de la nueva situación y embriagada por tanta importancia, Yamna se sentía, efectivamente mejor aunque no lo aparentaba ni hacía el menor gesto para desmentirlo. Para ella la nueva actitud de su entorno constituía una providencial terapia. Sabía que una mala noticia es siempre mala y la buena siempre buena pero el modo de anunciarla determina el grado de su efecto.
Lo suyo era, a la vez, buena y mala noticia, pero ella, incorregible como era, la interpretaba según las circunstancias y sus conveniencias
Era su tragedia íntima. Volvía a sentir la excitación del flechazo aunque le parecía estar infringiendo las supuestas reglas de la…familia.
«Que Dios me perdone » repetía sin cesar pero con cierto sadismo cuando constataba la intriga que producían sus reacciones.
Estaba tranquilamente desesperada. Más simple y más prudente, esperaba que esta vez el favorito no gane. Se desplazaba lenta pero elegantemente con su enorme bolsa de medicamentos de una habitación a otra, acariciando cada ápice del espacio de la vivienda en busca de la irremediable soledad y del misterio « a mil leguas de la muerte » como la describía Ami Ahmed con su delicioso acento tanjaui[7]eternamente presuroso.
Los invitados afirmaban que estaba mejor. Otros expresaban nuevas dudas en cuanto a su salud mental. Todos estaban de acuerdo en que « Algo ha cambiado en esta pobre mujer».
Ella en cambio, esperaba pacientemente el remedio de Ami Abdeslam. Creía realmente que aquella psicología del rumor no debía alterar su determinación a volver a ser mujer a parte entera.
En su impaciencia se mostraba, a veces, grosera. Sin embargo propios y extraños reconocían su encanto personal cuando decía y lo repetía «  Nadie me aburre. Todo el mundo es ùtil ».
Soñaba de manera caricaturizada. Pasaba largas horas escuchando la testaruda música de un grifo que goteaba. Sus retos se han convertido en íntimos y sus gustos y preferencias, en abstractos. Daba la impresión de prepararse a salir de su universo gris y de su clima eternamente brumoso.
Todo el mundo en la casa lo comentaba:   Yamna pensaba en algo. Creía algo. Esperaba algo.
¿ Qué era este algo ? Nadie se aventuraba a diagnosticar... a explorar... a descubrir….a prever.
Pero no cesaban un instante de reflexionar sobre la violencia de esta repentina metamorfosis y sobre la identidad de la «  nueva » Yamna, increíblemente fiel al espíritu y a la letra de un misterio surgido de donde nadie esperaba.
Todos estaban convencidos de que sabía algo y no lo quería revelar. Algo sobrenatural. Algo como solo a ella se le puede ocurrir.
     -     ¿No has observado una cosa?
     -     ¿Qué cosa?
     -     Que desde hace días cuando habla de dinero, Yamna lo hace con pesetas
     -     ¡ No me digas !
     -     Esta misma mañana la escuché contar con « perra gorda », « perra chica », «  un duro », «  cinco reales »
     -     ¿ Estás seguro ?
     -     Segurísimo
     -     De todas formas yo conozco a muchos que siguen cambiando los francos con la peseta. Es simple forma de hablar. Impermeables al cambio y a la realidad o bien nostálgicos de una época en que eran víctimas pero se tomaban por mártires
Sidi Mohamed había aconsejado a Ami Abdeslam de dejarla tranquila. De no molestarla y de ser posible de mantenerse a distancia de ella.
     -     « El paraíso está a los pies de las madres » [8] le recordó Sidi Mohamed  con cierto hechizo.
     -     Yamna no es madre, respondió con malicia Ami Abdeslam en voz muy baja para que no lo escuchara su hermano.
     -     ¿Has dicho algo?
     -     No.
Las idas y venidas enfermizas en el pasillo la hacían desafiar la autoridad familiar y el fuego de artificio de sus ideas, de una rara originalidad, dejaba perplejos a todos.

     -     Ya os decía yo que está chalada pérdida
     -     ¡Qué va!
     -     Que si, ¡Hombre!
     -     Que te digo que no. Los chalados somos nosotros
     -     Lo que dice y lo que hace ilustra hasta la caricatura su estado físico y psíquico absolutamente anormal
     -     Siempre fue así
     -     Pero ahora infinitamente más
En efecto...
Yamna pasó la noche llorando. Decía que difícilmente puede vivir sin su gato que se le murió en las vísperas. Lloró tanto que se temía otra historia de Imelchen[9]. Nadie quiso consolarla porque nadie comprendió lo que pasaba… hasta que Sidi Mohamed le recordó que ella nunca tuvo gato, que siempre detestó los gatos, que tenía un miedo atroz a todos los gatos y que debía hacer un esfuerzo suplementario « para que aquello no se repita en el futuro ».
     -    Debe ser este insoportable calor, dijo Sidi Mohamed mirando con cierto desprecio hacia los que escuchaban sonriendo. Está causando muchos estragos, explicó. Yamna tiene la pobre una salud muy frágil y es normal, agregó con acento triste
     -     Es un poco más que el calor, contestó Ami Abdeslam con picardía en un alarde de mala interpretación del argumento de su clarividente hermano
     -     Además del asma debes buscar algo para esto
     -     Esto no tiene solución. Si te vuelves loco, adiós muy buenas
Con la prudencia de un arzobispo, Yamna escuchaba y analizaba atentamente sin intervenir, auto confiscándose el derecho de responder a lo que la concernía directamente. Tomaba todo su tiempo para analizar sola tanto descaro y tanta intensidad.
Otro capítulo que viene a sumarse a los tantos « escritos, como diría la angelical Fayruz[10], pero con agua...que las olas o el calor borrarán o secarán ineluctablemente ».
Era demasiado pero para ella irremediablemente soportable. En la misma sopa le servían todos los ingredientes de la locura. Comenzaba a tener la sensación de que la familia cambiaba constantemente de humor y de actitud. Yamna tenía la íntima convicción de que se trataba de síntomas de la  intuición de todos de la inminencia de un desenlace fatal. Pero no podía evitarlo. « La victoria del placer sobre la virtud », pensaba con una especie de mezcla entre tristeza y placer.
No ignoraba que la pasión es mala consejera. Se consolaba haciendo su posible y un poco más  para conservar toda la calma ante tantas paradojas e incongruencias. Estaba increíblemente convencida de que era oportuno cerrar los ojos ante todas aquellas prácticas dudosas y encerrarse herméticamente en un mutismo edificante. Esta técnica  le mostró siempre su pertinencia y su eficacia y Yamna no se permitía ninguna duda..
Entre guiños, gestos, sonrisas y la complicidad de los que comenzaban a cansarse de esperar el « advenimiento », Ami Abdeslam volvía a prometer alegremente a Yamna un pronto remedio a sus sufrimientos.
     -     ¿Y a qué esperas, Sidi Abdeslam? insistió suplicando pero machaconamente
     -     Paciencia mujer. Paciencia. Todo en su debido momento.
     -     Dios es Clemente y Misericordioso
          En un gesto casi perfecto de una mezcla entre la impaciente espera y la obligada resignación, propia de una bomba reloj, Yamna disparό una de sus misteriosas miradas y dio gracias a su sésamo antes de secar sus cansados ojos de tanto despecho.



[1]  Si Dios quiere
[2]   Código instaurado por el imperador Taizu ( Genghis Khan) que define los principios fundamentals del derecho Mongol
[3] Alcaldes
[4]  Nada. Juego de palabras entre Uali o súper-gobernador, y ualu o nada
[5]  Himno del nacionalista Partido del Istiqlal
[6]  Ibn Jaldun, sociόlogo árabe
[7] Tangerino en árabe
[8]  Profeta Muhammad
[9]  Región marroquí con una legendaria romería en que dos enamorados, un príncipe y una mujer, separados por fuerza  lloraron tanto que llenaron ríos y llanuras de lágrimas
[10] Cantante libanesa

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