"Yamna o Memoria Intima" de Said Jedidi. Hoy: Contraseña.

  
               « En el Día del Juicio Final pesará la tinta de los sabios y la sangre de los mártires. No habrá ninguna diferencia entre ambas »
                                                                                                                 Profeta Muhammad (SAS)



                                               V
Hacía demasiado calor para un comienzo de septiembre. El humo del kife, el barullo y el ruido de las fichas en las sucias mesas de màrmol blanco absorbían la frescura procedente de las minúsculas ventanas, antiguas como su Tetuàn de las…derrotas.
En el cafetín de Trankat, entre «  su café » y «  su té », Brahim, el camerero, repetía desde hacía doce años lo que creía una plegaria del profeta a pesar de que mil veces le dijeron que no lo era: «  Mi Dios dàme la prosperidad y la notoriedad y de ser posible la santidad por los caminos màs fàciles »[1].
     -     Que el profeta, sobre él la paz y la bendición, nunca dijo chorrada
     -     Que si
     -     ¡Acojonante!
Ni alguien de los incontables curiosos que le preguntaron al respecto pudo arrancarle de su enigmàtico silencio ni él lo quiso revelar.
Indecente y agresivo, Jay Larbi seguía expresando su fé tenaz en que «  aquella mujer de la tortuga » era una Jinia[2].
« Un hecho mal observado es màs perfido que un mal razonamiento»[3].
     -     Pues esta misma mañana la volví a ver en Plaza Primo[4]
     -     Ya no se llama asi, Jay Larbi
     -     Quería decir Mohamed V. ¡Que màs dà!
     -     No. Dà mucho
     -     ¿Me vas a dejar continuar, coño?
     -     Si, claro
     -     Pues... la maldita mujer era màs joven que tú, muchacho. Con una salud de elefante y una belleza desconocida pero ¡amigo! Eso sí que no se me ha escapado, las patas de cabra
     -     ¿Estàs seguro, Jay Larbi?
     -     Ya me conocéis. La seguí durante casi un kilómetro y…
     -     ¿Tanto? Si tú estàs jodido. No puedes andar ni dos metros
     -     He dicho casi, idiota
     -     ¿Y si era realmente una Jinía como no se enteró?
     -     ¿No vas a parar de hacer preguntas estúpidas?
     -     Tan estúpidas como tu Jinía que no se entera de nada
Insaciable sobre los resultados de la fulgurante gestación de su relato, Jay Larbi optó por cambiar de tono.
     -     La seguí. ¿Sabéis que es lo que pasó?
     -     ¿Cómo quieres que lo sepamos si no estàbamos contigo, cojones?
     -     Pues… Paff… se esfumó la hija de puta
     -     ¿Cómo desapareció?
     -     ¡Cómo lo podía saber yo, jolines!
Quince años después, la vivacidad y la autoderisión de los clientes del cafetín de Trankat seguían intactas. Para muchos de ellos, el misticismo de los relatos de su gente sólo era comparable con su utopía. Falta de prudencia para unos, audacia para otros, sus historias superaban de lejos lo real e incluso lo ficticio. Allí los que se autoconcedieron el derecho a la palabra disimulaban sus intenciones en una misiva.
     -     Nos obligaron a elegir nuestro campo, los sinverguenzas
     -     ¿Qué dices, Brahim?
     -     Nada. El pobre nunca recuperó su salud
     -     ¿Qué salud?
     -     ¿No sabías que Brahim pasó diez años de prisión en Ceuta donde trabajaba de jóven?
     -     Pues... ni idea
     -     Las malas lenguas dicen que tenía ideas anarquistas
     -     ¿Anarquistas? Menuda suerte. Anarquismo y Franco  ¡Joder de los joderes!
     -     Pues si. Todos sabemos que combatió en la columna «  Durruti » y que fué hecho prisionero por sus propios hermanos marroquies en la batalla de Madrid. Nunca se cansaba de contar cómo le saludó el propio Durruti y hasta qué punto admiraba a un tal Angel Pestaña
     -     ¿Y quién es este?
     -     ¡Que sé yo! Uno de los ídolos de Brahim
     -     ¿Ídolos, en plural? 
     -     Pues si. Nunca para de hablar de Ascazo y de García Oliver que dice haber conocido en Barcelona
Sólo sus íntimos sabían por qué Brahim nunca ocultaba el odio màs tenaz a los que llamaba « clérigos nacionalistas ». El hombre había jurado padecer la derrota de otros.
Se acostumbró a vivir con el recuerdo de dos Españas.
     -     Vive en otra época y en otro lugar
     -     ¿Pero si él es marroquí y està aquί en Tetuàn?
    -     Y orgulloso de serlo, replicó Jay Larbi quien pretendía ser su único y fiel amigo
     -     Pues… Brahim no tiene patas de cabra
     -     Tu madre tampocco, me imagino

Màs que posible o indispensable, para aquella gente, el humor era necesario e indispensable. Desde dentro, observaban todos los movimientos de los que pasaban por la calle y a partir de su manera de andar, de vestir o el tamaño de su bolsa o su cartera calibraban su importancia, su envergadura social y el exagerado comentario que se merecía.
Todos y cada uno Parecían como si hubieran prometido no adherirse nunca a las convenciones de la sociedad en que vivían. Era su peculiar manera de probar que eran concientes de que su revancha era imposible. Su pequeño pero casi patológico mundo nunca dejaba transparentarse sus propósitos.  «  Un incesto platónico » como lo calificaba Jay Larbi.
     -     ¿Dónde aprendiste tantas cosas, Jay Larbi?
     -     No son tantas sino justo las necesarias, respondió de manera febril. Ademàs, puntualizó tras un instante de silencio, màs sabe el diablo por viejo
     -     En tu caso, Jay Larbi por viejo pero sobre todo por malo
De una sorprendente gracia, todos preguntaban o respondían siempre con la misma facilidad con que colocaban las fichas en la blanca mesa. Parecían como si pasaran la vida acariciando un sueño imposible que se fué vegetando en su inconciente tras años de decepción y fracaso.
     -     Por lo mejor y lo peor, ¡cierro!
La partida ha terminado. Unos han ganado. Otros han perdido. Los primeros saboreaban su éxito. Otros maldecían su suerte.
     -     Pues no se te olvide pagar antes de largarte
La alegría de unos y el disgusto de otros nunca superaban el estado embrionario. Una y otro vehiculaban sensaciones furtivas. Y en esta elegante pausa a nadie le interesaba la dimensión pedagógica de los sermones de Jay Larbi quien, para saciar sus deseos dialécticos, nunca se cansaba de decuplar las motivaciones.
     -     ¿Aún no os conté la historia de la mujer de las patas de cabra con Abdeslam?
     -     ¿Qué cosas tan raras?
     -     El tío del fez turco
     -     ¡Véte a saber quién!
Nadie se acordó. Se miraron unos a otros durante un instante.
     -     Pero qué fez turco ni qué puñetas. Si todo el mudno en esta ciudad lleva este gorro de mierda
     -     ¿En esta ciudad? Se ve que no sabéis gran cosa
     -     ¿Qué quieres decir?
     -     ¿Sabéίs lo que significa samaritanos?
     -     ¡Otro rollo! pero qué màs dà. Matemos el tiempo
     -     En serio. Lo samaritanos llevan también un fez turco. Exactamente como el nuestro
     -     ¿Los qué?
     -     Los samaritanos, que ademàs de burros, sóis sordos. Los samaritanos afirman que son los únicos verdaderos judios del mundo. Dicen que poseen la màs antigua Torah del mundo. Casi 3.645 años
     -     ¡Joder! y ¿Dónde la conservaron, en una nevera?
     -     Siguen viviendo en la tierra usurpada en el monte Garizim
     -     ¿Monte qué?
     -     Monte Garizim que, según ellos, es el único verdadero lugar santo del judaismo
     -     ¿Sabes lo que te digo, Jay Larbi? ¡Que se vayan a la mierda! Esta tierra es àrabe y la robaron los ingleses y se la dieron. Yo también sé algo. Pero a lo nuestro que era Abdeslam
     -     Pues es verdad, casi me olvido
Jay Larbi habló durante màs de un cuarto de hora.
     -     Otra partida
     -     No. Personalmente prefiero escuchar el final de la historia
     -     Si no es historia. Es la verdad. Me la contó su hermano Ahmed
     -     O sea una conspiración de los enfermos contra los sanos
     -     No lo sé, tío. En cambio sé que se està muriendo de asma porque un día se le ocurrió gastar una broma pesada
     -     ¡Esto es un cuento!
     -     Si lleva un fez este tío debería ser un sama.. sama ¿ qué ?
     -     Sama tu  tía

En el pequeño patio de su casa. En posición casi fetal buscando un poco de oxígeno, Ami Abdeslam divagaba, destilando argumentos de su nueva vida.
     -     Oigo  voces que hablan de mi, le dijo a su esposa bostezando como llevaba haciendo desde hacía días
     -     Debe ser la fiebre. Ademàs casi no duermes ni me dejas dormir
     -     Huele a kife, volvió a quejarse, esta vez haciendo castañetas con los dedos como si estuviese drogado
     -     ¡Que no, hombre! En esta casa nadie fuma y menos aún kife. No estàs muy bien
     -     ¿Sabes Rabia? me gustaría tutear a los àngeles
     -     ¡Pero qué dices, Abdeslam! Me das un miedo atroz. Si sigues así llamo a Sidi
     -     No sé por qué huelo el perfume de la feria como nos la traían los españoles
     -     Primero era olor a kife y ahora a ferias. Te voy a preparar un buen caldo que te harà sudar
     -     Tengo sed
     -     Te voy a traer un poco de agua
     -     No. No, por favor. Por nada del mundo me gustaría gozar, sin tí, de la felicidad suprema. De hecho ¿Dónde està Yamna?
Pronunció  Yamna y se quedó mudo un instante con la mirada pegada al techo de la pequeña  alcoba.  Volvió a entreabrir los ojos y comenzó una letanía de alucinaciones.  «  Se debe abolir todas las tomaduras de pelo ».
Junto a él, palpando sus manos, Rabia hacía todo su posible para ocultar su inquietud.
Con un esfuerzo sobrenatural respiró hondamente, reunió todas sus fuerzas y la ambivalencia que faltaba a todos y continuó a increpar « a los que me llevaron a esta situación ».
     -     No digas esto, Abdeslam, que esto es cosa de Dios, que tiene la enfermedad y el remedio
     -     Te voy a decir una cosa: solo uno de los cuatro caballeros del Apocalipsis es marroquí. ¿Sabes cuàl es?
     -     No. Pero te suplico que duermas un poco. Me asustas
     -     Si. Ya dormiré, no poco, sino mucho. Pero antes te lo voy a decir: el de la muerte
     -     ¡Dios mìo! Por favor Abdeslam… déjame llamar a Sidi que sabe mucho de todo esto
     -     Las vidas estàn entre las manos de Dios… de nadie màs
Lo dijo y desapareció en un eterno sueño…
Desde entonces el estremecedor eco del grito de Rabiaa  recordaba a todos que en aquella pequeña habitación alguien se cansó de volver a hacer lo que había hecho antes y se fué sin que nadie supiera nunca si «  gozó o no de la felicidad suprema ».
             
A falta de certezas sobre si lo que contaba con tanto ahinco pesaba sobre la convicción de sus interlocutores o simplemente enriquecía la crónica cotidiana de unos compañeros de fortuna, maltratados por el vacío y pródigos en sensacionalismo, Jay Larbi nunca esperó un milagro para revelar lo que no gustaba… o poco.
     -     ¡Silenio que estoy escuchando los gemidos de...!
     -     Estàs escuchando la p. vinagre
     -     En serio. Se durmió para siempre maldiciendo las bromas y a los bromistas
     -     ¿Quién?
     -     Abdeslam, imbécil
     -      Imbécil, tu puta madre
     -     ¿Vas a terminar o no? preguntó H’Mida en una improbable mezcla de interés y superstición, propios de una generación de cínicos, como él, creada por el fin de una colonización precipitada y el comienzo de una independencia poco serena, insensible al desprecio del prójimo desfavorecido
     -     ¡Increíble!    
     -     ¡Santo Dios!                          
     -     ¿Pero qué es lo que pica a este pobre Brahim?
     -     Nunca me dí cuenta..
     -     ¿De qué?
     -     Observen las patas de Jay Larbi
« ¡Increíble! »,  gritaron al unísono. Antes de levantar los ojos para verle, Jay Larbi había desaparecido y con él las séis fichas del dominó.
« Era un Jin. Tenía patas de cabra », exclamaron en coro.



[1] François Desales
[2]  Demonio
[3]  Paul Valéry ( Tel quel )
[4]  Nombre durante la época colonial de la principal plaza de Tetuàn

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